Los consejos de Machiavelli
- Opinión
El pensamiento de Machiavelli nos confirma que la ciencia política no data de ayer. Los atentados de los políticos a la moral y las buenas costumbres tampoco. Los comportamientos delictivos motivaron algunos consejos de Machiavelli, que mucha falta hacen en el campo de flores bordado. Intento resumir un par, tal y como nos los restituye Maurizio Viroli, uno de los mejores conocedores del pensador florentino.
Para elegir al “príncipe”, conviene separar la apariencia de la realidad: “Cuando elegimos quién debe representarnos y gobernar, no nos dejemos engañar por las apariencias y la palabra, e intentemos saber quiénes son en realidad los candidatos” nos recuerda Maurizio Viroli.
La mayoría de nosotros se fía de lo que ve y de lo que escucha. Para usar la expresión de Machiavelli, nos hacemos un juicio con los ojos y no con las manos: “Los hombres en general se fían más a los ojos que a las manos, porque les ven a todos y tocan a muy pocos”. Pero fiarse de los ojos, agrega Machiavelli, es propio del vulgo, no del ciudadano: “porque el vulgo se deja engañar por las apariencias”.
Si no queremos ser vulgo, masa ignorante que los políticos corruptos pueden seducir fácilmente, engañar y manipular, no debemos fiarnos de los ojos, sino de las manos. Cuando Machiavelli aconseja “fiarse de las manos” no se refiere a las nuestras, sino a las de los políticos, es decir que hay que mirar lo que han hecho y hacen, no cómo se muestran, ni escuchar lo que dicen. De ahí proviene ese lema de POLITIKA: “No escuchéis lo que dicen, Mirad lo que hacen”.
A propósito de quienes rodean al mandatario la lección es sabrosa: “No es de poca importancia para un mandatario (un “príncipe” decía Machiavelli) la elección de los ministros, quienes son buenos o malos según la prudencia del mandatario. La primera idea que uno se hace de un Señor, y de su cerebro, viene de los hombres que tiene a su alrededor...”
Peñailillo, Insunza… para no mencionar a Enrique Correa… ¿Qué decir de nuestra princesa? Y para ser justos, ¿qué decir de Lagos, de Frei, de Piñera, de Aylwin?
En la misma vena, Machiavelli sostenía que los siervos y los cortesanos que se ponen al servicio de un amo para obtener riquezas, honores y privilegios, merecen el máximo desprecio. No aplaudas, espera lo que viene: “Un parlamento lleno de tales individuos aprobará leyes perversas que satisfagan sus propios intereses y los intereses de sus amos”.
Aún más: “Los siervos no pueden representar a ciudadanos libres ni proteger la libertad republicana”.
Parlamentarios pagados por los amos… ¿en favor de quién legislan? El senador Navarro habla de “donaciones” cuando en realidad se trata del precio que los amos pagan por legisladores venales. Isabel Allende critica a Navarro, a quién le cuelga la ambición de ser una suerte de “Robin Hood de la probidad”. Conociendo la trayectoria del presidente y del vicepresidente de la Fundación Allende… ¿Reímos o lloramos?
Los riesgos –Machiavelli habla de los peligros– que conlleva votar por candidatos ricos y poderosos son enormes: “Un error grave que hay que evitar es votar, o apoyar, hombres ricos y poderosos. Este tipo de personas tiende a proteger sus propios intereses, es insaciable, busca los privilegios, no soporta la igualdad civil, quiere vivir como príncipes y para lograrlo estimula la corrupción”.
Ya sé, te parece cuento conocido. ¿Cómo no?
Ilustrando los consejos de Machiavelli, Maurizio Viroli escribe: “Es de ingenuos creer que debemos votar por hombres o mujeres ricos y poderosos que están menos inclinados a la corrupción porque no tienen necesidad de dinero ni de poder visto que ya lo tienen en abundancia”.
Ingenuidad pura: “Aquellos que mucho tienen quieren siempre más y no se satisfacen sino acumulando”.
“Pero, agrega Viroli, admitamos que no son insaciables. El problema es que tienen los medios para defender sus intereses y para corromper”.
¿De qué Ponce Lerou se trata? Machiavelli, en su época –entre los siglos XV y XVI– tenía sus propios Délano, Lavín, Piñera, Luksic, Angelini, Saieh y otros grandes corruptores. Sólo cambiaba el apelativo, en su caso los Médici, para no hablar de los Borgia.
No es sorprendente que Machiavelli nos diga que la modestia, o derechamente la pobreza, no deben dificultar la llegada de nadie al poder, porque a su juicio hay que buscar la virtud allí donde esté, “en cualquier casa que la habite”. Sólo que para que un pobre llegue al poder, por muy honesto que sea, hay más de un obstáculo.
Tú me dirás que nuestro buen Machiavelli es extraordinariamente moderno, y en ello llevas razón.
Siglos más tarde, al iniciar el camino que le llevó a la presidencia de Francia, en junio del año 1971, François Mitterrand –a quién acusaron más de una vez de “maquiavélico”– pronunció un discurso memorable en el que, como su ilustre predecesor, designó “el verdadero enemigo, (…) el poder del dinero, el dinero que corrompe, el dinero que compra, el dinero que aplasta, el dinero que mata, el dinero que arruina y el dinero que pudre hasta la consciencia de los hombres”. Para no cometer una injusticia de género agreguemos “y de las mujeres”.
¿Quién pudiese imaginar un solo instante que François Mitterrand, que terminó una carrera política de más de medio siglo y catorce años de presidencia sin haberle robado a nadie, hubiese podido dejarse comprar como Gerhard Schroeder el alemán, Tony Blair el británico o Felipe González el andaluz?
Machiavelli, cuya obra más conocida, El Príncipe, fue publicada en el año 1513, parece haber escrito para el Chile de hoy. Si la costra política parasitaria chilensis lo ha leído, fue para seguir sus consejos, pero mediante un subterfugio muy vernáculo: “pidiendo por abajo”.
Le toca ahora a los “ciudadanos electores” conocer los consejos de Machiavelli para seguirlos al pie de la letra. No te fíes de las apariencias, mira lo que hacen. Desconfía del rico ambicioso y poderoso, y aún más del siervo que trabaja para el amo a título oneroso.
Machiavelli no garantiza que de ese modo sea elegida una persona virtuosa, pero al menos –dice– nos damos una pequeña posibilidad. Amén.
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