El grupo guerrillero que comandaba fue emboscado por tropas bolivianas en la Quebrada del Churo. El Che recibió un balazo en su pierna izquierda y cayó preso. El 9 de octubre, siguiendo instrucciones del gobierno boliviano, de la CIA y de Washington, fue asesinado en una pequeña escuela de la localidad de La Higuera.

A ochenta y siete años de su nacimiento con un orgullo y tranquilidad de conciencia enormes, me reconozco dentro de la generación que –aun si niño-, lo conoció vivo en Cuba, que lo escuchó hablar. Para nosotros está muy lejos de ser un mito o alguna leyenda urbana.

Su contribución al fundamento de la revolución cubana y latinoamericana es y será invaluable. Ni siquiera su conversión, por parte de la cultura del capitalismo en un símbolo insustancial que se porta como si un pulóver, una boina o un poster han sido suficientes para borrarlo de nuestra acumulación histórica. Teniendo en cuenta que todos los males contra los cuales luchó y dio su vida continúan casi intactos.

Precisamente durante los cambios y rectificaciones impostergables del modelo cubano socialista, hacia su sustentabilidad económica y sobre todo ideopolítica, en esta coyuntura de cambio de estrategia por parte del imperialismo estadounidense para tratar de conseguir los mismos objetivos que obedezcan a sus intereses, la obra y el recuerdo del Che son imprescindibles.

El grado pertinente de cultura política necesario para esa rectificación y sustentabilidad del modelo socialista cubano, adolecería de cierta vaciedad banalizada sin el pensamiento del Che.

Entre las formas de amnesia histórica más recurridas por la autoproducción burguesa existen dos esenciales: borrarlo de la memoria común, o convertirlo en un fetiche para el consumismo capitalista.

El peligro más grave del que debemos defenderlo es el de los olvidos.