México, la víspera de la elección

03/06/2015
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- Problemas estructurales que agobian al país

 

- Para redefinir el rumbo, la hora ciudadana

 

Hay elecciones este 7 de junio en México. Un tema nada fácil. ¡Qué más quisiéramos! Pero los problemas están a la orden del día, y sin visos de solución mediata. La coyuntura no se caracteriza por la tranquilidad. Lo contrario: amenaza con ir del “amarillo” al “rojo” cada vez. Y la jornada electoral igual.

 

Por lo menos en aquellos estados en donde la seguridad aflige a los ciudadanos en Guerrero, Michoacán, Tamaulipas y Jalisco, donde la situación se puede poner complicada incluso para candidatos a todos los espacios de representación. Terrenos en donde hay brotes de amenazas a la realización de la elección.

 

El problema es que eso trastoca todavía más la ya golpeada representatividad de las autoridades y también la legitimidad. ¡Y sin autoridades electas!, la cosa se pondrá todavía peor por los vacíos de poder.

 

Mas hay que aclarar: por supuesto que el tema no es únicamente electoral. Lo rebasa, porque la crisis que se padece en México alcanza a otras columnas importantes de su vida como país; económica, política y social. Es decir, aparte de la inseguridad, hay problemas que van de la mano como la injusticia, la crisis de derechos humanos, de trabajo, de salud, de —en pocas palabras— “institucionalidad”.

 

Es claro que la violencia es el primer problema que sacude al país. Las amenazas ya se dieron a saber en algunos espacios en contra específicamente del proceso. Esto es, que la elección corre peligros. El propio Instituto Nacional Electoral lo reconoce. Pero el alcance se sabrá en su momento. Los ánimos están “calientes” y la zozobra recorre algunos territorios como amenaza, real y posible.

 

Los problemas incluso van más allá de la institucionalidad. Son estructurales y eso impacta o deriva desde el propio Estado. Es decir, que el país tiene varios problemas y estos le atañen y afectan al Estado mismo. Luego entonces, la crisis no es solo de legitimidad y representatividad, es de mayores alcances. Hay debilidad, para decir lo menos, del Estado desde que éste perdió los hilos del control. O sea, que el Estado ha sido trastocado desde que las políticas neoliberales lo debilitaron, al ser aplicadas por los mismos gobiernos. Suena como algo ajeno pero no lo es.

 

Primero en términos del otrora control de la economía, que antes poseía. Luego desde las propias políticas, porque cuando tuvo o se dio la oportunidad de cambiar la estructura política no se hizo. O no se ha hecho la tan llevada y traída reforma del sistema político mexicano. Si acaso se han dado algunos cambios al sistema electoral. Y en otros terrenos muy a cuentagotas, como las reformas al sistema de justicia, educativo, las reformas laboral, a los derechos humanos. Que son más contrarreformas para el país. Y la peor amenaza que trae consigo la inseguridad, la dichosa estrategia contra el narcotráfico, todo sigue sin resultados; y en pie de guerra.

 

En el país se aplicó lo que en su momento se calificó de glasnost, una redefinición de las tareas del Estado, pero sin perestroika. Cambios a la economía sin los correspondientes en la política.

 

La reforma al sistema judicial llega corta, coja y a cuentagotas también. Por eso sigue la corrosión del sistema y de la sociedad con problemas ancestrales que laceran como la corrupción y la impunidad. Se agudizan, conforme avanza el deterioro. Al mismo hay que sumarle el desastre causado por el modelo económico. Resulta imposible sopesar siquiera algunos indicadores como estos, sin considerar el injerencismo de Estados Unidos en México.

 

Además de los lazos que tienen amarrado al país, con los tratados comerciales, por las directrices en materia de política económica gracias a la adopción del neoliberalismo que se traza desde Washington, etc., etc, está el problema de la guerra contra el narcotráfico que es a todas luces fallida e intervencionista.

 

Y sigue de largo. Continúa el retroceso porque el regreso del PRI al poder, tras dos sexenios del desastre orquestado por los gobiernos panistas en todos los terrenos, ha sido incapaz de replantear el rumbo. No hay proyecto de país. Hay un descontrol que toca a todas las instancias. Como decimos antes, se trata de un asunto de Estado. Y el gobierno es el primero que debía estar, insisto, recomponiendo las cosas y no lo está haciendo.

 

No quiere, no sabe o no puede. Porque en el gabinete hay o bien Juniors, o peor aún personajes que forman parte de grupos de poder en disputa por la hegemonía de sus propios intereses y no ponen empeño en el país. Menos en la gente. Tampoco el presidente Enrique Peña Nieto está resolviendo la crisis del Estado mexicano puesto que conforme avanza su gobierno se profundiza el desorden. Trae muchos asuntos pendientes que ya lo seguirán hasta el final de su sexenio.

 

Y a estas alturas ya no tiene muchas oportunidades porque arrastra un alto porcentaje del rechazo ciudadano. Peor aún resulta que el propio Peña Nieto presume que con las reformas estructurales vendrán los beneficios para el país. Pero eso es un sueño. Una simple promesa como en sus años mozos de campaña. Y es algo que ninguno de sus asesores le comenta. El tema es que ninguna de las reformas operadas en el sentido neoliberal durante los últimos cinco sexenios, le han traído beneficios al país, de no ser para las elites del poder. Bien para grupos específicos como los empresarios, para empresas extranjeras, para inversionistas financieros o directamente para los intereses del vecino del norte. No más. Como todo el asunto de las drogas, de las armas, del lavado de dinero, etcétera.

 

El negocio sucio que en México cuesta sangre —EU es experto en asesorar/intervenir en países para generar desestabilización y guerras en aras del negocio—, para el vecino de norte le representa fuertes ingresos, ganancias para todos aquellos que intervienen en los negocios, desde los armeros de la frontera hasta los agentes de la DEA. Esos grandes operadores del negocio de las drogas. La DEA en México cuenta con un historial de intromisión y operación de drogas hace décadas.

 

México pues padece un caos que apunta a la desestabilización; pasando, como decíamos, por crisis de institucionalidad. Sin llegar tampoco al grado del Estado fallido. Esa es una clasificación gringa que quisiera ver ya la afganización del país para intervenir cínicamente sin otra justificación que su “guerra contra el terrorismo”. Pero hay estados en dónde de plano existen problemas graves.

 

En este contexto está próxima la jornada electoral del 7 de junio. La elección está a tiro de piedra. Los únicos que tienen calidad moral para otorgarles legitimidad a las autoridades son los ciudadanos. En cualquier estado, para cualquier puesto de representación, incluso el Congreso. Otro dilema es que los políticos y los partidos engañan también a los electores con falsas promesas. Y cuando reclaman su cumplimiento se les paga con desdén, rechazo o incluso represión.

 

Sin embargo, la hora de la elección es la hora de los ciudadanos. También ellos, todos, tienen, tenemos el derecho a exigir el cumplimiento de una mejor vida y de construir un mejor país. No todos los cambios vienen desde arriba. Los más importantes se construyen desde abajo. Nadie le apuesta al caos, porque el caos como la violencia trae más caos y más violencia.

 

Correo: sgonzalez@reportemexico.com.mx

 

 

 

https://www.alainet.org/de/node/170084?language=en
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