Unas fiestas ancestrales que se montaron sobre otras relacionadas con Mitra, Saturno, Osiris o con el solsticio de invierno. ¿Qué más da? Lo que importa es la celebración del cambio estacional, desde la noche más grande del año, acogiendo un nacimiento que simboliza la esperanza, el renacer, la nueva vida. Tiene que ver con nuestra propia infancia, esa dolencia de la que uno no se cura. Es un fenómeno cultural con miles de años de “historia”. En otras latitudes, se “celebra” el nacimiento del Buda o de otros avatares de la divinidad como quiera que se conciba. Siempre con la mutación de una naturaleza viva y palpitante aún bajo las nieves del invierno, los árboles sin hojas y la tierra yerma que se prepara para un renacimiento impresionante en la primavera. ¿Es esto antropomorfismo? ¿De qué otra manera podemos considerar nuestra existencia humana, y no sólo animal, sino vinculada al medio ambiente en el que “vivimos, nos movemos y somos”?
Aún desde la perspectiva más materialista no podemos ignorar los hechos culturales que sostienen nuestra personalidad y nuestra forma de vivir, nuestro progreso y nuestra lucha por una sociedad más justa y solidaria, más libre y que reconozca el derecho de todos los seres a la búsqueda de la felicidad. No se trata de una vuelta a la naturaleza ni mucho menos a una Edad Dorada o a un Paraíso que jamás han existido. Como tampoco podemos concebir paraísos o edenes semejantes después de la muerte. Igual que no sufrimos por lo que “éramos” antes de nacer es absurdo preocuparnos por lo que “seremos” después de la muerte. Nuestro quehacer es vivir aquí y ahora con la mayor plenitud posible, con coherencia y armonía, conociéndonos y reconociéndonos para ser consecuentes con nuestra realidad, con nuestro ambiente y con nuestras relaciones. Dejemos el envoltorio y disfrutemos del regalo, del presente de esa vuelta al hogar, sí, al seno en donde un día te supiste acogido y querido. Que eso es el hogar, el lugar en dónde nos esperan y acogen porque nos pertenece al tiempo que les pertenecemos.
No tenemos por qué sucumbir a la indecente agresión consumista. Ni tenemos por qué asistir al templo, si no queremos, ni creer en planteamientos ideológicos que enmascaran la fecunda realidad de la vida que celebra las estaciones, los pasos, los frutos, las pruebas iniciáticas mediante bailes y comidas, danzas y vestidos, juegos y abrazos. ¿Por qué no permitirnos recuperar nuestros sueños de infancia compartiéndolos? ¿Por qué no salud-darnos mediante el deseo de la felicidad? Sólo una persona ajena a la cultura y a las realidades que nos sostienen, es capaz de rechazar como absurdas estas celebraciones. Sin el reconocimiento del hecho histórico (fuera el 25 de diciembre de hace dos mil años o hace dos mil cuatro, u otra fecha cualquiera) ¿podríamos comprender algo de nuestra historia, del arte y de la cultura, de errores y de progresos, sin la existencia de ese humilde judío de Nazaret, que pasó haciendo el bien, acogiendo a los marginados, que desafió a los poderes constituidos de su tiempo, que predicó las Bienaventuranzas, uno de los monumentos culturales de la Humanidad, que amó y fue amado, que hizo que el sábado fuera para el hombre y no al revés, que superó las ataduras religiosas y sociales de su tiempo, que enalteció a las mujeres, a los niños, a los pobres y a los ancianos y que trajo la Buena Nueva para todos los seres humanos: Amaos los unos a los otros y buscad el Reino que pertenece a quienes dan de comer al hambriento, de beber al sediento, que visten al desnudo, que enseñan al que no sabe, que consuelan al triste, a los que padecen persecución por causa de la justicia. Y que no juzgan ni condenan sino que siempre están dispuestos a acoger con un brazo mientras que con el otro aportan propuestas alternativas a las injusticias sociales que denuncian sin cesar construyendo muros y redes de solidaridad.
Y para esto no precisan de teologías ni de fundamentalismos ideológicos. Les basta con caminar con su corazón a la escucha, su mente abierta a la verdad y al entendimiento mientras sus brazos se abren para acoger y para bendecid, para acariciar y para curar.
¡Felices Fiestas a todos, porque celebramos la noche preñada del amanecer que alumbra nuestro caminar de personas solidarias, frágiles pero llenas de esperanza!
José Carlos García Fajardo
Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
Twitter: @GarciafajardoJC