La puñeta monetaria
11/11/2014
- Opinión
Lo de puñeta me lo pones en la columna del debe. Lo siento, no encuentro algún término más académico para lo que pertenece al ámbito burdélico, al entorno de estafa en banda organizada, al robo descarado con premeditación y alevosía, sobre seguro y en despoblado, que caracteriza las movidas monetarias.
Allá por el año 2009, interrogada acerca de la fortaleza del peso chileno ante el dólar, María Olivia Recart -subsecretaria de Hacienda de Andrés Velasco- declaró que se debía a la solidez de la economía chilena… No te rías: hay quién cree que el valor relativo de las divisas lo fija el mercado.
Edward Prescott, premio Nobel de economía 2004, confesaba no tener la más pájara idea:
“Las tasas de cambio son un gran rompecabezas que en verdad nadie entiende. Las tasas parecen variar mucho, principalmente para corregir diferencias entre las tasas de inflación de diferentes países. Yo no tengo respuestas, no entiendo esto y creo que ningún economista lo entiende”.
Mr. Prescott es demasiado modesto, o bien esconde la pelota: la firme de la milanesa es que las tasas de cambio de las diferentes monedas son manipuladas por la llamada “comunidad financiera” –habría que hablar de la “familia”, término que hizo célebre Mario Puzo– que incluye desde luego a la banca privada y, porqué no decirlo, a los bancos centrales.
¿El dólar sube, baja o se mantiene? Depende de en qué sentido viene la manipulación, de cuáles son los objetivos de tal o cual imperio, o de en qué cuáticas anda metido tal banco o grupo de bancos.
Es lo que suelen llamar la “guerra de las tasas de cambio” en la que países rascas como el nuestro van de arroz, o en estricto rigor de puré picante (lo de “picante” no se refiere al ají) es decir para acompañar.
Contrariamente a otras guerras, esta se libra entre grandes potencias, en fin, entre potencias, visto que en el medio hay un poco de todo: hiper, grandes, medias y pequeñas, amén de algún aspirante a.
De ahí que la prensa financiera internacional ponga en grandes títulos: “La baja del euro, símbolo de una guerra de tasas de cambio que se intensifica”.
De entrada te dicen que “El euro y el yen pagan el activismo de sus bancos centrales”.
Como consecuencia, desde primeros de septiembre a la fecha, el euro perdió 5,35% frente al dólar lo que le permite a los analistas financieros concluir en que “El euro confirmó su entrada en el club de las monedas débiles con la anuencia del Banco Central Europeo”.
¿El mercado? ¿La ley de la oferta y la demanda? Les pueden dar morcilla.
Lo simpático es que los mismos analistas la juegan en plan Casandra –contrariamente a lo que pretenden algunos animadores televisivos Casandra no es un travesti argentino– y anuncian gravemente que “Pocas monedas podrán permanecer neutras mucho tiempo si la guerra de tasas de cambio se extiende y se agrava”.
Si todo esto te sorprende, recuerda que no hace mucho un puñado de bancos fue condenado por manipular el Libor y el Euribor, tasas de interés que sirven para calcular cientos de miles de millones de dólares de créditos cada día que pasa.
Entre los países que manipulan el valor de su moneda en plan “belicoso” –y lo asumen– están ni más ni menos que Japón, China, Suiza y los EEUU. Los otros también manipulan las tasas de cambio, pero con “diplomacia y prudencia” como un Arsène Lupin contemporáneo.
Consultados, dos tercios de 230 profesionales de la finanza estiman que el Banco Central Europeo (BCE) entró de lleno en la guerra monetaria y busca una tasa de cambio de US$ 1,20 a US$ 1,15.
Esta guerra es más o menos eficaz según el país y el contexto: un dólar invertido para debilitar la propia moneda aumenta el excedente corriente del país en cuestión entre 18 y 66 centavos. En claro, si quieres exportar más, debilita tu moneda. Si los "expertos" aseguran que esto no es la panacea, el no intervencionismo (dejarle el pastel al mercado…) es insostenible habida cuenta de las pérdidas masivas de empleos y la deterioración del comercio exterior.
Parece tan claro que hasta Chile, cuyas autoridades monetarias no califican como linces, bajaron las tasas de interés lo que tiene como consecuencia reducir el valor del peso.
En marzo del año 2008, ante una situación opuesta, el entonces presidente del Senado Adolfo Zaldívar, que en materia de declaraciones geniales competía con María Olivia Recart, escribía:
“Existe prácticamente consenso entre los economistas, tanto de la concertación como de la Alianza, que el actual tipo de cambio se encuentra por debajo del tipo de cambio de largo plazo, no habiendo acuerdo sólo en qué porcentaje por debajo se encuentra” (sic).
Más claro echarle agua: concordamos en que estamos por debajo de no se sabe qué –Adolfo no se tomó la molestia de definir lo llamaba “cambio de largo plazo”– y discrepamos sólo en si zozobramos o naufragamos.
Adolfo agregaba:
“También existe consenso entre los economistas que ante esta situación las autoridades económicas deben actuar. Sin embargo, no existe un acuerdo respecto de qué tipo de instrumentos son los óptimos para esta intervención”.
Cantinflas no lo hubiese dicho mejor.
Algunos años más tarde, y habiendo visto lo que hemos visto, parece sin embargo muy sencillo: hay que confiarle la política monetaria a Inverlink, a La Polar y a Penta.
Algunos connotados expertos que ahora se hacen los cuchos (y siguen en libertad) podrían ser de gran utilidad en este combate de gánsters.
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