Izquierdas, actualización ideológica y democracia

20/01/2013
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El debate sobre la naturaleza y características de las izquierdas, cuya vigencia es atemporal al menos en el occidente moderno, se presenta sin embargo de modo cada vez más acuciante en momentos históricos como el actual. Mientras el llamado “primer mundo” se retuerce en una prolongada crisis al tiempo que exporta barbarie y destrucción, una parte de América Latina intenta con dificultades remontar la cuesta del más crudo salvajismo capitalista para evitar una idéntica debacle y sentar las bases de una sociedad apenas algo más igualitaria y civilizada. Para ambas regiones y culturas, el papel que puedan desempeñar las izquierdas será fundamental, tanto más cuanto consciente y planificado resulte su rol en la sociedad y sus acciones. Una parte de ese debate está teniendo lugar en diversos escenarios como el Foro Social Mundial, una rica convergencia de las elaboraciones locales de diversos movimientos sociales y políticos nacionales, o en la literatura y la prensa del mundo en un nivel más ceñidamente intelectual. Inclusive en Uruguay es explícita la demanda del ex Presidente Tabaré Vázquez de actualización ideológica del Frente Amplio.
 
El nivel de consciencia de las demandas y acciones de las izquierdas, no tiene en mi opinión un propósito purista o formalista. Menos aún de apego al copyright o a la autoría moral de los lineamientos programáticos. Se trata, antes bien, de identificar (e identificarse con) conquistas de condiciones materiales de vida (que entiendo exceden ampliamente la esfera económica) con el fin no sólo de lograrlas, sino también de evitar la despolitización de su alcance. Pienso específicamente en las transformaciones de prácticas y libertades últimamente conquistadas por buena parte de las sociedades modernas (como la libertad sexual o la diversidad estética, el matrimonio igualitario, el aborto, etc.) y reivindicadas por gelatinosas ideologías posmodernistas, que, no por considerarse “apolíticas”, dejan de producir contundentes impactos políticos, particularmente alejando a los sujetos y ciudadanos de la posibilidad de perseguir y edificar más ampliamente sus propios destinos colectivos. Dediqué buena parte de mi producción intelectual de los ´90 a combatir la noción del pasaje histórico a una etapa posmoderna, reivindicando el concepto de modernidad sin dejar de criticar su carácter inconcluso y debilitado. Pero no debería negarse con ello que el reforzamiento de las identidades que enfatizaron descriptivamente y alentaron en la práctica los movimientos posmodernos, trajo consigo una visibilización de demandas soterradas y posteriores conquistas de libertades, derechos y pluralidad que las izquierdas tradicionales ignoraron y a cuya celebración acudieron impuntualmente. Para ponerlo en los términos del sociólogo catalán Manual Castells en su ya clásica trilogía, “La era de la información”, el reforzamiento del “yo” en el contexto de una “sociedad red” tuvo consecuencias que excedieron a los reacomodamientos del capital para situarse en el campo de la lucha de los oprimidos, introduciendo nuevos actores, nuevos lenguajes y acciones que requerían niveles de comprensión más sofisticados que los del acervo izquierdista clásico. Lejos de confrontar con demandas igualitarias aparentemente estrechas deberíamos celebrar e impulsar su emergencia. Si no logran vincularse entre sí o con más amplios alcances de la igualdad, no es producto necesariamente del egoísmo, el individualismo o la indiferencia de los movilizados, sino de nuestra incapacidad para construir los instrumentos políticos e intelectuales para comprender su carácter y lograr su potenciación.
 
La superación del dualismo imperante en los ´60 y ´70 es también una oportunidad de enriquecimiento de las izquierdas si logran constituirse en puentes y vasos comunicantes entre las diversas demandas identitarias y la emancipación respecto al capital y al liberalismo político-fiduciario. Sin que sea una tarea de expertos y científicos, este debate tendrá un carácter ampliamente intelectual, al menos en el amplio sentido gramsciano. No sólo porque todo proceso de comprensión de la realidad lo es, sino además por la expansión del lugar que ocupa el conocimiento en la sociedad contemporánea. Resultan cada vez más numerosos los campos relacionados con la producción y distribución del conocimiento, aunque buena parte de los intelectuales vinculados a la producción hayan abandonado lo que Foucault llamó el rol del “intelectual universal” (pensemos en Sartre, por ejemplo) para fundar el de “intelectual específico”. Creo ante esto que una de las tareas de las izquierdas es resucitar al primero en su seno.
 
Una de las contribuciones a esta inquietud expuesta aquí es la del sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos que logró difundir en medios masivos de prensa (obviamente multiplicados por internet) una serie de cartas a las izquierdas que resultan, entre otros, un atractivo disparador para el debate y organizador de agendas para el mismo, aún si no se compartieran plenamente algunos de sus presupuestos, como es mi caso en ciertos matices. La propia organización de ese debate propuesto resulta atractiva por contener además la intención de superar las rupturas y fraccionalismo que ha caracterizado trágicamente a las izquierdas del siglo pasado. En la primera de esas cartas, expone nueve ideas cuya aceptación propone como punto de partida para la discusión. En ellas se exponen sucintamente aseveraciones sobre el multiculturalismo, la democracia, la dignidad humana, la cooperación, el ecologismo y la crítica al industrialismo, la propiedad, el igualitarismo, la guerra o el Estado.
 
Sin ánimo de establecer ponderaciones o menos aún una escala de determinaciones entre ellas, creo que en Sudamérica en particular, aunque no sólo aquí, la cuestión democrática adquiere una significación particular y constituye un punto de partida para el debate sobre la renovación de las izquierdas. Por el peso que en la memoria colectiva adquieren los padecimientos y consecuente repulsa del Estado Terrorista y porque tiene alcance para el conjunto de la ciudadanía. Pero sobre todo por las limitaciones (e indiferenciación respecto a la derecha) que suponen los mecanismos institucionales del Estado burgués y sus implementaciones representativas. La vivencia de las dictaduras genocidas ha logrado producir –afortunadamente- lo que podríamos denominar una “certidumbre negativa”, un estadio de conciencia antidictatorial que se expresa por el momento exclusivamente en una valoración acrítica del estado de derecho. Algo nada despreciable ya que esta valoración, aún acrítica, fomenta la demanda (y defensa) de las libertades civiles y los derechos individuales instaurados por el liberalismo garantista clásico: tolerancia, pluralismo, privacidad, libertad de expresión, asociación voluntaria, etc. Pero deja intacta una concepción de la democracia según la cual los ciudadanos carecen de participación en las decisiones que los afectan.
 
Incluso habiendo experimentado prácticas como el presupuesto participativo del PT brasileño en Porto Alegre, el término “democracia” a secas, ha vuelto a ser utilizado por las izquierdas en un sentido indefinidamente popular, significando siempre poco o a lo sumo remitiendo a una noción doctrinaria más alusiva que connotativa. Recuérdese por ejemplo la vaguedad de la idílica definición de Lincoln: “Gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”. A lo sumo, aparece en las izquierdas cierta preocupación por el régimen político y las instituciones republicanas, la conversión de libertades en derechos, la fijación de límites al poder político. La democracia liberal, moderna, representativa, indirecta, que se impone por igual más allá de matices diferenciadores en las actuales repúblicas constitucionales, sigue gozando para las izquierdas de impunidad politológica. Y en sus fronteras, por ejemplo en los populismos, se alimentan de esta confusión entre democracia y republicanismo al sostener la naturaleza democrática de un régimen en el solo hecho de que el gobierno ha sido elegido por el voto popular y en consecuencia, “hace lo que el pueblo quiere”.
 
La invitación al debate al interior de las izquierdas y los cambios indispensables en los modelos de acción, representan mucho más que ejercicios intelectuales o experimentaciones prácticas vanguardistas. Se trata de un imperativo de vinculación en un nivel superior con las sociedades actuales y sus complejidades y demandas insatisfechas, en parte inveteradas y en parte renovadas. No deberíamos dejar a los historiadores la tarea del descubrimiento de nuestras debilidades, sino encarar actualmente su búsqueda y posterior fortalecimiento porque el tren de la historia no tiene horarios pautados y nos sume en la incertidumbre.
 
Sólo sabemos que nunca se detiene en la misma estación.
 
- Emilio Cafassi es Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. 
https://www.alainet.org/de/node/164059
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