De la pax a la paz
19/09/2012
- Opinión
Se puede hablar de la paz con sentido personal entendiéndola como estado del alma que produce serenidad y tranquilidad al cuerpo y la mente, conforme a una mirada que hacían los griegos; también se puede hablar de pax como el sometimiento que ejercitaba el imperio romano sobre sus súbditos para garantizarse su propio orden y seguridad y enmascarar la violencia; de igual manera es posible hablar de la paz como cierre de un conflicto; o entenderla como capacidad política y social, que sirve de garantía para vivir una vida con dignidad, sin precariedades, sin limitaciones y sin carencias, conforme al sentido alcanzado por las luchas de los pueblos por realizar su dignidad y derechos.
Estas interpretaciones cobran vigencia a la hora de comprender cuál es el marco y alcances del concepto de paz que está en juego en el proceso de negociación política del conflicto armado entre el Estado y las FARC. La primera consideración es aceptar que la voluntad esta puesta en superar el modo de resolución de las contradicciones políticas y sociales a través de las armas y acoger como base que la paz es un sustantivo, cuyo fin supera el simple tratado de paz entre actores armados y entra en el ámbito de las garantías para la superación definitiva de las causas que sostienen la confrontación armada, para que esta no se repita, y desaparezca la amenaza de renovados episodios de guerra.
El país está notificado que hay una negociación política del conflicto armado porque existen entre otros dos factores objetivos: A. Los dos adversarios (Estado-Insurgencia) se reconocen mutuamente como actores políticos con capacidad militar, lo que los convierte en iguales en la mesa de negociación, y representantes legítimos para conversar a fondo sobre los asuntos acordados, con el objeto de aprobar de común acuerdo los términos que incorporen en primer lugar los deseos y necesidades de los combatientes para retomar la rutina de la vida cotidiana sin posesión de armas y segundo defina la agenda a seguir para eliminar las causas del conflicto. B. Hay negociación porque las dos fuerzas implícita o abiertamente han aceptado que no es posible la derrota militar del adversario y que la vía del desangre no puede seguir siendo la salida. Para las partes es claro que la continuidad de la guerra produce diariamente indicadores de muerte que pueden impedir ver los avances de la negociación e incluso poner en riesgo el ambiente de confianza ganada y saben además que deberán cooperar para no dejarse afectar por las voces que alientan el odio, claman venganza y justifican la confrontación.
Con más razones a favor que en contra, lo que está en juego en la mesa de negociación política es el cierre del conflicto armado y la definición de una agenda común centrada en justicia social, que se constituye en la base de la paz estable y duradera. No hay lugar a la imposición de la pax romana que puede rondar en el interés de quienes esperan con escepticismo una simple desmovilización con lo que dan en llamar “reinserción social” de la fuerza insurgente, para que los negocios tengan seguridad y el estado sin opositor imponga su arbitrio. La agenda común entre Estado-Insurgencia basada en justicia social, será la garantía para comenzar el desmonte de la carrera guerrerista justificada sobre el enemigo combatiente, y dar inicio al uso de recursos de todo tipo: legales, económicos, políticos, éticos, para fomentar la paz con bienestar, con tranquilidad, con necesidades satisfechas.
Acordar tal agenda sería el sello fundamental de la seriedad de un primer pacto social y político entre clases antagónicas representadas en los actores directos del conflicto, con miras a establecer como segundo pacto la entrada de las Organizaciones Sociales al escenario de encuentro con el Estado, para adelantar las reformas estructurales necesarias para la paz.
La paz es entonces un asunto complejo que no se recibe en donación y que nadie otorga, que los pueblos crean con sus luchas. La paz se debe tejer con la participación de múltiples voces que vendrán a incorporar los resultados de sus luchas armadas y civiles contra la opresión, la dominación y la explotación. La paz no es un asunto normativo, que se produzca a la luz de las teorías del derecho, de la justicia o la comunicación deliberativa.
La paz requiere de esfuerzos y cesiones materiales especialmente de quienes han creado con su poder la riqueza y con esta acrecentado su poder, en una espiral de desigualdades y exclusiones.
Construir la paz tiene mínimos éticos, estéticos, económicos, políticos y por supuesto teorías pero exige compromisos prácticos, pragmáticos, para ponerle de manera inmediata obstáculos al imperio de la muerte, para desalentar la arrogancia de los fuertes y dar cabida a la fragilidad, al cuidado del otro y al dialogo franco que abra espacios de reconocimiento a otras voces que el conflicto no ha permitido observar. Hay que remover obstáculos, para alimentar la paz, coincidir en regresar a valores tan sencillos como no matar, no robar, no mentir y fortalecer las garantías para superar carencias y precariedades, que pasan por el acceso a bienes materiales sobre los que se sostiene la vida.
La paz negada hasta ahora implica garantías de acceso al agua potable, de la que hoy carecen cuatro de cada cien familias, a los alimentos para superar la desnutrición y el hambre de cerca de la mitad de la población, a la energía eléctrica, a vías en buen estado, a garantías de acceso a los servicios básicos de salud negados a mas de tres cuartas partes de la población, a vivienda de la que carecen una de cada dos personas, a educación básica y superior a la que solo accede menos del 10% de los jóvenes, y abrir paso a reformas en los modos de entender la política, la democracia y las instituciones.
Duro es el camino de construcción de la paz, máxime cuando el primer paso es el de las conversaciones entre un Estado cuestionado de tiempo atrás por falsear la realidad en aras de imponer intereses particulares en nombre del interés general y de preferir las salidas de la muerte a las de la justicia, cuando se trata de mantener las tasas de ganancia y el control político, y de una insurgencia causada por la exclusión y la desigualdad que apostó a la toma del control del estado como formula principal de ejercitar el poder y avanzar al socialismo. Sin embargo es predecible que el resultado de las conversaciones para cerrar el conflicto sea una agenda de transformaciones que convoque a múltiples voces como recurso soberano para levantar las banderas de la vida con dignidad y entregarles a los jóvenes un país con un contexto favorable y mejores condiciones para que la tranquilidad se imponga al temor y las carencias, negaciones y exclusiones se conviertan en una tragedia superada.
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