Cancún y la comida sin fronteras
13/12/2010
- Opinión
Si la moneda con la que nos manejamos, el euro, tuviera como base los valores ecológicos (una fórmula podría ser un paralelismo con sus costes energéticos), la forma de ver y valorar nuestro consumo sería diferente y sorprendente. Veamos algunos ejemplos de la cesta de la compra ofrecidos por el estudio de Ingeniería sin Fronteras Cuando el olmo pide peras del que tomo datos para este artículo.
Cuando fuéramos a una gran superficie a comprar manzanas el precio del kilo estaría a unos 13 euros, mientras que si las adquiriéramos en alguna agrobotiga ecológica catalana no ascendería a más de tres. Tanta diferencia respondería a que, con mucha probabilidad, la manzana del súper procede de Chile, principal exportador de fruta fresca a nivel mundial. El encarecimiento es más que significativo y en este caso se corresponde en buena parte a los casi 14.000 kilómetros que las manzanas han tenido que recorrer. No es una cifra baladí, observen: si la población catalana evitara el turismo de estas manzanas viajeras se ahorraría energía suficiente para mantener la ciudad de Barcelona iluminada durante… tres años.
Si ahora comparamos un kilo de tomates producidos bajo plásticos en El Ejido (Almería) con tomates producidos en agroecológico en la provincia de Barcelona, aquí la diferencia de costes, además del kilometraje recorrido, deriva por la forma de producirlos. El kilo de tomates industriales costaría 11 euros, dado que con este modelo se gasta mucho combustible en las labores agrícolas, en fitosanitarios, en electricidad para el bombeo de agua, pero sobre todo en el uso de fertilizantes de síntesis elaborados a partir de petróleo. Los tomates ecológicos, a su lado, salen mucho más económicos, a dos euros, entre otras cosas porque usan fertilizantes naturales elaborados a partir de estiércol. Y otra vez la diferencia es de gran magnitud: según el promedio de consumo anual de tomates en Catalunya, «simplemente comprando tomates ecológicos cada persona podría ahorrar energía equivalente a 22 días de consumo de nuestro frigorífico».
Por último, veamos las diferencias entre apostar por una pequeña ganadería local donde la cría de los animales se sustenta en su propia producción de granos, y una producción industrial de cerdos que debe importar las materias necesarias para el pienso (cebada, maíz, sorgo y soja). Por un kilo de cerdo de la primera opción pagaríamos unos 7,5 de estos nuevos ecoeuros, y algo más de 24 ecoeuros por la carne industrial. Aquí los kilómetros que marcan esta gran diferencia no son tan visibles como en los dos primeros casos, pero están ahí: «Con la energía destinada a la producción y transporte para cerdos en Catalunya durante un año podríamos dar… ¡14.000 vueltas al mundo en coche!»
Sabíamos que el comercio de alimentos genera grandes beneficios para unas pocas multinacionales; sabíamos que como consecuencia los hábitos alimentarios en nuestras regiones han cambiado en apenas una o dos generaciones; sabíamos que en estos intercambios y especialización los países del Sur salen muy perjudicados; pero faltaba desvelar que este modelo alimentario global tiene unas fuertes implicaciones energéticas y una muy considerable contribución en la emisión de gases de efecto invernadero.
En concreto, si tomamos los datos del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), se estima que la propia actividad agraria es responsable del 22% de las emisiones de gases (similar porcentaje a las emisiones de origen industrial y más elevadas que las del transporte). Pero si seguimos pensando en el sistema alimentario al completo, como hemos visto con los ejemplos anteriores, debemos valorar también los gases emitidos en el procesamiento, transporte y distribución de alimentos, y la cifra asciende a un 41%, según el Informe Stern, o hasta un alarmante 57%, según los estudios de la oenegé Grain.
Y a pesar de tener constancia, a pesar de las intensas reclamaciones de los movimientos campesinos presentes en la cumbre de Cancún sobre cambio climático, nada de esto ha aparecido en los debates ni en las insuficientes medidas aprobadas. De hecho, Cancún vuelve a ser un reflejo más de encuentros internacionales que buscan soluciones parche que en nada puedan hacer tambalear las verdaderas causas, el modelo capitalista que calienta el planeta. Lo cual tiene una sencilla explicación: la política actual actúa (o se inhibe) sumisa al poder económico.
Mientras a nivel mundial esto no cambia, y frente a barbaridades ecológicas como consumir en Catalunya gambas cultivadas en Ecuador, procesadas en Marruecos y empaquetadas en Amsterdam, desde la ciudadanía catalana tenemos la opción de exigir a nuestras instancias políticas que potencien y favorezcan el consumo local, de temporada y ecológico. Patatas, tomates o carnes que refresquen tantos bochornos.
Publicado en El Periódico de Catalunya, 11 de diciembre de 2010.
- Gustavo Duch Guillot es autor de Lo que hay que tragar y coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas.
https://www.alainet.org/de/node/146254?language=en
Del mismo autor
- Renovables, ¿no, gracias? 04/03/2021
- ¿Otra revolución verde? (1/2) 26/01/2021
- Los holobiontes 16/12/2020
- Panfleto para la DesCivilización 01/12/2020
- Compra pública para ayudar, para transformar 23/10/2020
- El colapso de la soja (3/3) 07/10/2020
- Las fábricas de la soja (2/3) 29/09/2020
- Los trenes de la soja 23/09/2020
- España: Soberanía rural 30/07/2020
- La huertocracia 01/07/2020
Clasificado en
Clasificado en:
Soberanía Alimentaria
- Gerson Castellano, Pedro Carrano 30/03/2022
- Silvia Ribeiro 29/03/2022
- Germán Gorraiz López 28/03/2022
- Silvia Ribeiro 16/02/2022
- Clara Sánchez Guevara 15/02/2022