Tesis sobre la lucha latinoamericana

Aprendiendo de la experiencia del Ecuador

13/10/2010
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Las lecciones que deja la experiencia de Ecuador (30-S) son muy valiosas. El comportamiento de las diferentes clases y sectores sociales y de los partidos o expresiones políticas que las representan frente al golpe cívico-militar en desarrollo - abortado pero no derrotado -, deja ver con más claridad el panorama y nos permite reafirmarnos en algunas tesis que hemos planteado con anterioridad.[1]
 
La complejidad de la situación actual
 
Los pueblos latinoamericanos avanzan en la conquista de su autonomía e independencia apoyándose en gobiernos nacionalistas que enfrentan una situación muy difícil y compleja.
El aspecto principal de esa situación es la imposición a lo largo de la dominación colonial y neocolonial de unas economías dependientes basadas en la extracción de recursos naturales energéticos para abastecer el mercado mundial (petróleo, gas, agro-combustibles), la producción de materias primas básicas como café, madera, flores, coca, frutas y otros productos tropicales, etc., y la adecuación de toda la infraestructura productiva (IIRSA) para profundizar la explotación minera, apropiarse de nuestra biodiversidad (tierras, bosques, agua, biomasa, aire, sitios turísticos, etc.) y de nuestros mercados (de servicios, energía, telefonía, medios de comunicación, comercios, transportes y demás).  
 
Durante los últimos 30 años de neoliberalismo la plutocracia capitalista de diversas potencias (estadounidense y europea, principalmente española) ha destruido las pocas industrias y manufacturas de productos intermedios que se construyeron durante el siglo XX, se apropiaron de las empresas rentables estatales y privadas, y adecuaron el Estado a sus necesidades reduciéndolo a ser intermediario y guardián de sus inversiones capitalistas (legislación neoliberal, tecnocracia ejecutiva y aparato militar servil).
 
El Banco Mundial y demás organismos de planificación y control económico mundial diseñaron políticas “públicas” dirigidas a “modernizar” la capacidad productiva de la mano de obra nativa mediante una serie de programas educativos y tecnológicos para promover el “emprendimiento empresarial”. Así se consiguió que amplios sectores de la población productiva se convirtiera en “socio de segunda” de las grandes transnacionales mediante la creación de cientos de miles de microempresas (Pymes) integradas a la gran cadena productiva monopolizada por el gran capital. 
Para atenuar los efectos de la aplicación de ese modelo se aprobaron políticas asistenciales para “sectores vulnerables”. Su fin: “atender” a la población pauperizada y empobrecida de zonas rurales y “cordones de miseria” de las ciudades. Este sector de la población es una verdadera “carga improductiva” para la sociedad y un gran problema para los gobiernos progresistas y nacionalistas amarrados a las inversiones transnacionales y a las políticas de sometimiento y condicionamiento del gran capital. En caso de que los gobiernos quieran ir más allá en nacionalizaciones y expropiaciones, el bloqueo financiero del mundo capitalista llevaría a estos Estados débiles y dependientes a quedar sin los fondos suficientes para sostener importantes servicios sociales, desprotegiendo a millones de personas que dependen de “subsidios estatales”, que son las migajas que en forma de impuestos “aportan” los capitalistas. Sólo Venezuela – por ahora – puede hacerlo, y eso, con algunas limitaciones.
 
Colombia, Perú y México son los mejores ejemplos del grado de avance de este modelo que todavía se va a profundizar más valiéndose de la estrategia de intervención política y territorial que se impulsa a la sombra de la supuesta lucha contra el narcotráfico y el terrorismo. La “re-primarización de la economía” es un hecho consumado y los planes inmediatos están en la dirección de ensanchar la inversión y fortalecer todavía más la dominación política y territorial.
 
Las clases y sectores sociales frente a los gobiernos nacionalistas
 
En la mayoría de países sudamericanos la fuerza social que ha posicionado a gobiernos nacionalistas y democráticos está constituida por los sectores que más han sentido los efectos de las políticas neoliberales de los últimos 30 años.
 
Allí está el “proletariado informalizado” compuesto por los escasos obreros industriales que quedan, los trabajadores con contratación laboral precaria, desempleados, técnicos y profesionales asalariados, micro-empresarios, y toda una gama de trabajadores de servicios, comercio, transporte y sector informal, como son los vendedores ambulantes, moto-taxistas, y actividades similares. Muy pocos tienen algún nivel de organización y, por ello han encontrado en las elecciones la única forma de expresar su inconformidad y protesta. Este es el sector mayoritario de la población y tiene presencia en áreas urbanas y rurales, y en todos los sectores de la economía. Constituyen la base social de las revoluciones “ciudadanas”, “bolivarianas” y democrático-nacionalistas.
 
A su lado se han puesto – en forma tímida y a la defensiva – los trabajadores de las empresas y entidades del Estado. Apoyan a los gobiernos nacionalistas para defender sus reivindicaciones laborales conseguidas durante el período del “precario Estado de bienestar”. Sin embargo, cuando los nuevos gobiernos por necesidades colectivas han tenido que recortarles algunos derechos - que son “privilegios” frente al resto de la población -, reaccionan de una forma estrecha, individualista, egoísta e inmediatista. Cuando la lucha se agudiza sus cúpulas dirigentes giran hacia al campo contra-revolucionario mientras que las bases aceptan la necesidad de ajustar la disciplina de trabajo o el recorte de algunas de sus condiciones laborales.
 
La “izquierda tradicional” que tiene allí sus principales bases sociales, en gran medida y con contadas excepciones, se ha plegado al espontaneísmo reivindicativo de estos sectores de los trabajadores del Estado y ha contribuido a generar confusión y confrontación, ayudándole a las oligarquías, a la derecha y al imperio a debilitar a los gobiernos nacionalistas acusándolos de ser neoliberales y privatizadores. Estas “izquierdas” no dirigen, son conducidas.
 
En la lucha contra el neoliberalismo también han sido factores sociales importantes los campesinos y las clases medias, los pequeños y medianos empresarios en vías de proletarización y empobrecimiento, y otros sectores de la pequeña burguesía en decadencia. Estos sectores apoyan a los gobiernos nacionalistas con la ilusión de reconstruir un “capitalismo democrático” que les permita retomar el camino del “progreso y la prosperidad” con la aspiración de convertirse en grandes capitalistas. En la medida en que la lucha por la soberanía nacional se hace más intensa la mayoría de los pequeños productores pobres y medios se mantienen al lado de la revolución mientras que una minoría de los más ricos y acomodados tienden a plegarse a los sectores oligárquicos y al imperio. El tacto, la política gradual y el sentido de Nación por parte de la dirigencia política revolucionaria pueden jugar un papel importante para neutralizar esa tendencia.
 
La “problemática” de los pueblos originarios (indígenas)
 
Una parte de los sectores sociales subordinados - sobre todo en Bolivia, Perú y Ecuador -, está integrada por los pueblos indígenas que aspiran a la autonomía y a la reconstitución de sus economías, culturas y nacionalidades. Son en esos países importantes contingentes de resistencia y lucha contra las oligarquías y contra el capitalismo neoliberal. 
 
Sin embargo, hay que decir que en América del Sur y Colombia se ha idealizado el “ayllu” y el “resguardo” como categorías de un supuesto colectivismo o socialismo incaico. [2] A su interior existe una verdadera lucha de clases. El mundo capitalista circundante ha penetrado en las sociedades indígenas de las Américas abriendo una zanja entre las elites y la base social. Las relaciones capitalistas “calladamente” influyen en los pueblos nativos. El trabajo asalariado está camuflado bajo la presentación “comunitaria”. Existen variadas formas de explotación de la fuerza de trabajo que son parte de acumulación de capital.
 
“La minga” y otras formas de trabajo “solidario” no son equitativas. La distribución de la tierra – en muchas regiones - es injusta o está monopolizada por algunas familias. Hay problemas de diverso tipo al interior de las comunidades indígenas que se materializan en enfrentamientos por la repartición de la tierra, competencia insana por acceder a cargos de autoridad o de gobierno para obtener beneficios individuales o de familias, y crece el aprovechamiento no ético de recursos públicos y/o colectivos. Las relaciones sociales comunitarias se han debilitado. Se ha mermado la fuerza política real y moral de las autoridades propias y la tradición ancestral está en franco deterioro.
Algunos dirigentes del movimiento indígena representan intereses de clase dentro de sus propias comunidades. Son personas predispuestas a dejarse utilizar de la oligarquía y el imperio. Son directivos de “organizaciones sociales” que han devenido en ONGs que a su vez son simples empresas operadoras de “proyectos de desarrollo”. Son agencias de control económico e ideológico. Se han convertido en intermediarios de la “cooperación internacional” que estimulan la dependencia y el paternalismo entre la población cautiva. Al frente de ellas se colocan personas “desclasadas”, profesionalizadas en su papel de “dirigentes”, verdaderos burócratas.
 
Entre los sectores elitistas de la dirigencia indígena ha hecho carrera la opción de colocar las legítimas reivindicaciones étnicas y culturales por encima de la independencia nacional de cada país y de la construcción de la Patria Grande Latinoamericana. “Revivir la gran Nación Aymará-Quechua” es una consigna atractiva. Aprovecha sentimientos racistas acumulados por siglos de opresión y discriminación, ejercidas por parte las elites oligárquicas que han permeado a sectores medios de la población blanca y mestiza influida por esa ideología excluyente. La tarea de reconstruir la Abya Yala[3] se presenta entonces como la principal - casi única - tarea revolucionaria.
Dicha política se presenta con la forma de una concepción anticapitalista, anti-extractivista, anti-desarrollista. Las fuerzas del separatismo han logrado una confluencia táctica con el “antropologismo social” del mundo industrializado que es incapaz de ver a los indígenas de carne y hueso de hoy. Se imaginan a los pueblos originarios como un “todo indistinto”, en una dimensión sin tiempo, en donde no hay diferencias entre los descendientes del poder concentrado de los Incas y Aztecas, y aquellos que huyeron hacia la Amazonía o resistieron en la periferia abrupta de esos imperios. Se desconoce la temperie social y cultural de estas latitudes que no es socialmente idéntica.
 
Esa concepción antropologista se alimenta de la denominada “cosmovisión ancestral”,   donde confluyen una serie de teorías bien intencionadas pero que - desde nuestra perspectiva -, son idealistas y atemporales. Entre ellas se destaca un nuevo humanismo utópico, la “economía descalza” de Max-neef, la teoría de la “Descolonialidad del poder” de Aníbal Quijano, y toda una serie de planteamientos que finalmente – así no lo pretendan – terminan aislando a los pueblos indígenas del resto de población afrodescendiente, mestiza y blanca, que observa como la dirigencia de una parte de los pueblos originarios juega como factor de división y no de unidad de los pueblos.
 
La situación en Colombia y perspectivas
 
En Colombia el movimiento indígena surgió con una concepción integral de la lucha (CRIC, 1971). Sus fundadores planteaban: “Somos colombianos, somos campesinos, y somos indios”. Tal formulación era una verdadera plataforma política de alianzas. “Los indios no seremos libres si la Nación colombiana no se independiza del imperialismo”, afirmaban. “Nunca recuperaremos de verdad nuestro territorio si no se conquista una reforma agraria democrática”, era otro de sus lemas. Y agregaban que “mientras Colombia sea excluyente y antidemocrática no podremos reconstruir nuestros pueblos, naciones y culturas”.  
 
Tal vez como fruto de ese legado ha habido una reacción a dicha tendencia “indigenista”. La Minga de Resistencia Social y Comunitaria, que es la fuerza principal en el Congreso de los Pueblos que se acaba de realizar en Bogotá del 8 al 12 de octubre, ha orientado a sus bases a buscar una compenetración con otros sectores sociales.[4] Sin embargo, todavía pesa al interior de estos procesos concepciones abstencionistas y aparentemente “apolíticas”, que no le permiten a los movimientos sociales desarrollar una estrategia para ganar a la mayoría de la población para, por un lado, fortalecer la lucha por el poder político del Estado, y por el otro, impulsar un proceso sostenido y de mediano plazo en la dirección de construir nuevas relaciones sociales y políticas plenamente incluyentes y democráticas.
 
Esta última circunstancia es una heredad de la concepción insurreccional que aspiraba a derrotar total - y de un tajo - a las fuerzas oligárquicas y pro-capitalistas. La experiencia histórica demuestra que ello no es posible, que se requiere una mirada y un esfuerzo de mediano y largo plazo, que hay que consolidar las fuerzas sociales y materiales para hacer bien la tarea. Además, la correlación de fuerzas actual nos obliga a diseñar una estrategia múltiple, que se apoya en la institucionalidad vigente, que explota la civilidad y legalidad burguesas, que neutraliza la violencia oligárquica con la apropiación por parte de los pueblos de las vías pacíficas, eleccionarias, profundizando la democracia representativa para construir paralelamente una efectiva democracia participativa “desde abajo”.
 
Ello implica construir Hegemonía Social Popular en una situación de dualidad de poder, en donde las fuerzas revolucionarias y transformadoras deben tener “cierta paciencia” para ganar con consistencia a las inmensas masas populares – del campo y de la ciudad – que han sido “informalizadas” por más de 30 años de neoliberalismo, y que requieren no sólo de un proceso pausado y lento de trabajo organizativo sino en lo fundamental, contar con un Estado que utilice los recursos nacionales existentes para reconstituir con ellos una nueva base económica propia, democratizada, sostenible social y ambientalmente, integrada a la región latinoamericana pero ligada al mundo, y dirigida con capacidad política soberana frente al bloqueo imperial y oligárquico.  
Solo si el “partido nacional” pone a la defensiva y delimita la hegemonía del “partido imperial”, se asegurará el control de los recursos estratégicos y hará viable la redistribución de la riqueza social. No es el momento de las pequeñas patrias, ni de la federación étnica ni del contrapoder regional al estilo neo-zapatista. Es hora de la soberanía nacional y de la Patria Grande.
Conclusiones
Creemos que los procesos de cambio que encabezan Chávez, Correa y Evo, tienen en lo fundamental claridad sobre muchos de los aspectos planteados pero no han hecho la suficiente retroalimentación y pedagogía popular para involucrar en su estrategia nacional democrática “neo-desarrollista” al conjunto de la dirigencia social-popular de los trabajadores y demás sectores sociales, y por ello, los “procesos constituyentes” se han limitado a impulsar las políticas y programas de los gobiernos nacionalistas.
 
Ello explica - en parte - la resistencia que diversos sectores sociales han manifestado frente a los métodos anti-democráticos, autoritarios y burocráticos que algunos gobiernos utilizan en su gestión gubernamental. Sin embargo, en otros casos la intransigencia ha venido de la dirigencia “inmediatista” de los trabajadores del Estado – pedaleados por algunos partidos de “izquierda” – o de la élite separatista indígena.
 
Se requiere un viraje importante en esta materia. La iniciativa popular debe tomar fuerza. Las organizaciones sociales que verdaderamente estén por derrotar el capitalismo y por superar la dependencia de las economías extractivistas deben involucrarse de lleno en la tarea de construir nuevas formas productivas que no sólo sirvan de base a una efectiva independencia y autonomía sino que estén en la dirección de salirse de la lógica del mercado capitalista especulativo. Para ello se requiere más que voluntad.
 
Es necesario pensar en el conjunto de la población y trazarse un plan serio y consistente. Se debe explorar, recoger, sistematizar y estudiar concienzudamente las experiencias exitosas y fracasadas de construcción de economías “propias”, solidarias, agro-ecológicas, “de resistencia”, “alternativas”. Debemos asimilar y empezar a aplicar los contenidos teóricos de la “economía de equivalencias”[5] que se viene desarrollando e impulsando por diferentes escuelas de pensamiento y práctica científicamente socialista del mundo.[6] 
 
No es haciéndole el juego al imperio estadounidense como los pueblos indígenas van a conseguir su liberación o como los trabajadores del Estado van a mantener sus conquistas laborales. Ellos juegan a “balcanizar los Andes”[7] o a dividir el frente de las clases subordinadas para derrotar la actual lucha latinoamericana contra la dominación imperialista. Nosotros tenemos que apoyarnos en los gobiernos democrático-nacionalistas para construir las bases materiales de la nueva sociedad post-capitalista. De allí que… O nos unimos o fracasamos.    


[1] Pulsinelli, Tito y Dorado, Fernando. “América Latina: Imperialismo, socialismo, indigenismo”. http://www.fondodeculturaeconomica.com/prensaDetalle.asp?art=31234
[2] El “socialismo incaico” de que hablaba Mariátegui no existía en ese entonces ni mucho menos existe ahora.
[3] Abya Yala es el nombre dado al continente americano por la etnia Kuna de Panamá y Colombia antes de la llegada de Cristóbal Colón y los europeos. Literalmente significaría “tierra en plena madurez” o “tierra de sangre vital”. El nombre también fue adoptado por otras etnias americanas. Hoy en día diferentes organizaciones, comunidades e instituciones y representantes de etnias originarias de todo el continente prefieren su uso para referirse al territorio continental, en vez del término "América". El uso de este nombre es asumido como una posición ideológica por quienes lo usan, argumentando que el nombre "América" o la expresión "Nuevo Mundo" serían propias de los colonizadores europeos y no de los pueblos originarios del continente.
[4] Ver: Resolución del Congreso de los Pueblos, Bogotá 8 al 12 de octubre de 2010. “Propuesta de país para una vida digna”. http://ukhamawa.blogspot.com/2010/09/colombia-congreso-de-los-pueblos.html
[5] Heinz Dieterich en el Socialismo del Siglo XXI propone un modelo económico que no esté basado en el precio de mercado, fundamento de la economía de mercado y del capitalismo, a los que considera fuentes de las asimetrías sociales y de la sobre explotación de recursos naturales. http://www.puk.de/de/nhp/579-el-socialismo-del-siglo-xxi-la-economia-de-equivalencias.html
[6] Dieterich, Heinz. Las bases científico-filosóficas del Socialismo del Siglo XXI. http://www.socialismoxxi.org/index1.htm
[7] Philip Goldberg, especialista en limpieza étnica y separatismo, fue trasladado a la embajada de La Paz después de una estadía en los Balcanes, donde contribuyó al nacimiento del Kosovo, único estado de la OTAN.
https://www.alainet.org/de/node/144805
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