Las nefastas consecuencias de una conquista que todavía perdura
11/10/2010
- Opinión
Hoy hace 518 años, el 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón arribó a tierras americanas. Lo hizo por la pequeña isla bahamense de Guanahaní, para llegar cinco días después, el 27, a la isla de Cuba. Las perversas intenciones de los “descubridores” para con las tierras descubiertas y sus pobladores quedaron muy pronto esclarecidas: la mencionada isla que los indios llamaban Cuba fue “bautizada” por Colón con el nombre de Juana, en homenaje al príncipe hijo de los Reyes Católicos; una pequeña anécdota, pero harto significativa, sin embargo. Este hecho, que en Europa –fundamentalmente en el Estado español- se empeñaron en llamarlo “descubrimiento” y ahora, para atenuar un poco la pena impuesta por la historia, lo llaman “encuentro” de dos culturas, no fue sino el inicio del exterminio de millones de personas y la colonización, para su saqueo, del vasto continente americano.
Hubo, pues, vencedores y vencidos; luego de “encuentro” de dos culturas nada de nada. Vencedores fueron obviamente los europeos –no sólo los españoles, porque también otros países se beneficiaron del “encuentro”-, y vencidos los dueños naturales de aquellas tierras que, insisto, fueron salvajemente diezmados y desposeídos de sus inmensas riquezas –del oro y la plata, por ejemplo-. Aquellas riquezas contribuyeron de manera importante a la acumulación originaria del capital. Y es que, como dijera Karl Marx, el capital vino al mundo chorreando sangre y lodo desde la cabeza hasta los pies, por todos los poros.
Por la vía de la fuerza, los invasores esclavizaron y obligaron a trabajar para ellos a los habitantes autóctonos. Cuando, debido a las enfermedades transmitidas por los colonos y a la cruenta explotación a la que los sometieron, comenzó a mermar el ejército de esclavos, los colonos comenzaron a suplirlos por habitantes secuestrados de otro castigado continente: África.
Así fue como se desarrolló Europa a partir del siglo XVI, y esta es la síntesis de su “hazaña”: Entre 70 y 80.000.000 de indígenas pertenecientes a las civilizaciones azteca, maya, inca, aymará, tupí-guaraní, araucana, chibcha, timote, aruak y karib fueron exterminados a causa de la conquista y colonización española, portuguesa, francesa, inglesa, holandesa, y danesa, y, fundamentalmente, de la “evangelización” de la Iglesia católica, apostólica y romana, cuya terrorífica herramienta era la Inquisición establecida por los Reyes Católicos en 1478. Aniquilados fueron también 45.000.000 de africanos que, secuestrados previamente en sus lugares de origen, fueron utilizados como mano de obra esclava. A esta elevada cifra debemos sumarle los 140.000.000 de africanos que perecieron durante sus capturas, fueron asesinados o arrojados vivos a las aguas del Atlántico durante las travesías entre el África occidental y el continente conquistado.
¿Puede acaso la Europa actual enorgullecerse de la opulencia que disfruta?, una opulencia, por cierto, que nunca ha revertido de manera equitativa entre sus habitantes. Gracias en gran medida a lo hasta ahora expuesto, la Unión Europea es una de las regiones más ricas del mundo, sin embargo el 17% de ellos carecen de recursos necesarios para cubrir sus necesidades básicas; 80 millones de europeos viven en el umbral de la pobreza o por debajo de él, entre ellos 19 millones de niños; uno de cada diez vive en una familia en la que nadie tiene un empleo y, entre los que lo tienen, hay un 8% cuyo trabajo no basta para sacarlo de la pobreza.
Lejos de resarcir a sus históricos expoliados, la “democrática” Europa sigue saqueando todo lo que puede y más. Ya no lo hace a la vieja usanza. Ahora lo hace a través de los préstamos, las multinacionales, el intercambio desigual… Los métodos actuales son más eficaces y, quizá, menos sangrientos; aunque no menos mortíferos, como lo demuestra la enorme cantidad de personas que, como consecuencia de los mismos, mueren todos los días de hambre, por ejemplo, y enfermedades perfectamente curables.
Hoy, 12 de octubre de 2010, cuando parte de América Latina está celebrando el bicentenario de su independencia -de la primera, porque a la segunda, y esperemos que definitiva, sólo han arribado unos pocos países-, lo más granado de la reacción española se reunirá en el madrileño Paseo de la Castellana para, henchidos de cinismo y desvergüenza, celebrar el Día de la Hispanidad, que no es otra cosa que la repugnante celebración de una conquista que todavía perdura.
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Paco Azanza Telletxiki
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