(tercera y última parte)

Neoliberalismo, corporativismo y totalitarismo

02/10/2010
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Para los defensores del liberalismo económico, la idea de libertad degenera en una pura y simple defensa de la libre empresa, la cual hoy día ha quedado reducida al estado de ficción por la dura realidad de los conglomerados gigantes y del poder principesco de los monopolios. Eso significa la plenitud de la libertad para aquellos cuyo ingreso, los placeres y la seguridad no tienen necesidad de ser mejorados, y una porción limitada de libertad para el pueblo, que puede intentar vanamente hacer uso de sus derechos democráticos para protegerse del poder de los poseedores. Y esto no es todo. En ninguna parte los defensores del liberalismo económico lograron verdaderamente restablecer la libre empresa, que estaba condenada al fracaso por razones intrínsecas (Karl Polanyi, La Grande Transformation, Gallimard, página 330).
 
Estas líneas, escritas a mediados de los años 40 por Polanyi en el capítulo “La libertad en una sociedad compleja”, definen la sustancia de lo había sido el régimen del laissez-faire que llevó a la crisis de los años 30, al corporativismo como alternativa a la crisis generalizada y al fascismo en varios países, y de lo que hoy es el “sistema neoliberal”, el retorno a las formas del capitalismo mercantilista que tantos daños, guerras y horror causó en todo el mundo en el siglo 19 y hasta la mitad del siglo 20.
 
La crisis financiera global del 2008 fue la primera gran sacudida del sistema neoliberal, y si no hubo colapso eso se debió al total apoyo financiero –con dineros de los contribuyentes- que los gobiernos de los países industriales dieron a los bancos de inversiones que especulaban y a los bancos comerciales que fueron sus cómplices. Este costoso apoyo y los programas estatales para relanzar las frenadas economías agravaron los problemas de déficits fiscales y el endeudamiento de esos países, y empujados por el mismo sistema financiero que acababan de salvar, los gobiernos adoptan ahora planes de austeridad para mantener intocado el sistema financiero. Planes de austeridad que reducen el gasto social y empobrecen aun más a las masas de desempleados, las clases medias y los pobres, que vanamente, -como escribía Polanyi- tratan de hacer uso de sus cada vez más reducidos derechos democráticos “para protegerse del poder de los poseedores”.
 
Corporativismo en marcha.
 
Huelgas y movilizaciones en varios países para protestar contra esos planes de austeridad y el aplastante desempleo que no conmueve a los políticos, de derecha o centroizquierda, que están comprometidos en salvar el régimen financiero. En lugar de medidas para hacer tributar al sistema financiero especulativo y poder así crear empleos, los gobiernos desvían la atención con “problemas de seguridad”, con ataques contra los extranjeros, el chivo expiatorio de siempre, incitando el giro hacia la extrema derecha en una franja del electorado. Una extrema derecha que muchas veces no duda en definirse como neofascista, como la que ha llegado al gobierno en Hungría, y que está presente en los parlamentos y a veces en las coaliciones de gobierno en otros países europeos, sin que eso cause revuelo o angustia política alguna entre las clases dirigentes. Y en Estados Unidos ya se ha formado y sigue creciendo la “nebulosa” del populismo extremista del Tea Party.
 
El analista, estratega en inversiones y economista Marshall Auerback –del Roosevelt Institute- afirma en nakedcapitalism.com que ya es obvio para cualquiera con medio cerebro que el “progresismo” del presidente Obama tiene más en común con el corporativismo de Benito Mussolini que con cualquier cosa conectada remotamente a una agenda genuinamente progresista. Mussolini dijo que “sería más apropiado llamar corporativismo a la primera etapa del fascismo, porque fue la fusión del poder del Estado y las corporaciones” (Denis Mack Smith, “Modern Italy: A Political History”, y “Mussolini”, una biografía del dictador fascista).
 
Esta observación alude a que el rescate del sector financiero por Obama completó un corporativismo Estatal-financiero, una observación similar a que en 2009 hizo el economista Simon Johnson (ex economista jefe del FMI), cuando aludió a que la “oligarquía financiera” estadunidense había logrado controlar el poder en Washington. Lo que también es claro para el analista Robert Scheer –autor de The Great American Stickup: How Reagan Republicans, and Clinton Democrats Enriched Wall Street Mugging Main Street-, quien en un artículo en The Nation escribe que el equipo económico de Obama “nuevamente accedió a las demandas de Wall Street, de que se dé rienda suelta a los financieros para que sigan robando legalmente”, lo que pone el clavo final en el ataúd del New Deal  -que fue una forma progresista de corporativismo y de planificación económica-y entierra “el sueño de que la democracia representativa puede hacer que las empresas multinacionales sean imputables”
 
Las señales de este corporativismo estatal-financiero son evidentes no solo en Estados Unidos (EE.UU.), sino también en los principales países de la Unión Europea (UE). No en vano los dos personajes que dirigen las políticas monetarias, garantizan el “libre mercado” para el sistema financiero e influyen decisivamente en las políticas fiscales de EE.UU. y la UE son escogidos por los banqueros y no están subordinados al poder político: los personajes de turno son Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal de EE.UU. y Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo.
 
Prueba de quien dirige las finanzas publicas de los Estados es la “lista” que Trichet envió la semana pasada a los ministros de hacienda de los países de la zona euro, con “cinco cuestiones” para reformar “la gobernabilidad del sistema de la eurozona; corregir la falta de alineamiento fiscal entre los países; los desequilibrios en las cuentas corrientes; cómo hacer efectivas las sanciones (para los países que no cumplen); verificar la calidad de las estadísticas y anclar las nuevas reglas en las legislaciones nacionales” (Financial Times), o sea que exigió a los gobiernos que legislen para ajustar aun más el chaleco de fuerza que los mantiene bajo la tutela del sistema neoliberal, de los financieros, a que sigan cortando los presupuestos sociales y estén dispuestos a recibir sanciones si no cumplen. Y ninguna exigencia o regla para el sistema financiero.
 
La avenida hacia el totalitarismo.
 
Polanyi, el primero en analizar a fondo las consecuencias económicas, políticas y sociales del liberalismo económico, escribía que esa oligarquía que después de la crisis financiera de 1929 se opuso a cualquier planificación, reglamentación y dirigismo económico porque “ponía en peligro la libertad”, rindió “prácticamente inevitable la victoria del fascismo” en muchos países europeos durante la década de los 30. Y agrega que “la privación total de libertad en el fascismo, verdaderamente, es el resultado ineluctable de la filosofía liberal que pretende que el poder y las reglas (estatales y sociales) son el mal, y que la libertad requiere que ese mal no exista en una comunidad humana”.
 
El desplome del sistema neoliberal requiere el restablecimiento de un sistema basado en niveles de planificación, reglamentación y dirigismo económico para crear empleos y reactivar la economía real. El New Deal del presidente Roosevelt fue precisamente eso, y también una forma de corporativismo progresista entre el Estado, la industria y los sindicatos.
 
En plena Segunda Guerra Mundial, en 1941, tuvo lugar en Terranova, Canadá, una reunión entre el presidente Roosevelt y Wiston Churchill que dio nacimiento a la Carta Atlántica, donde el quinto de los ocho puntos –como cita el profesor de economía Kevin Rourke del Trinity College de Dublín, Irlanda- declara que ambos lideres desean “alcanzar la máxima colaboración en el terreno económico entre todas las naciones, con el objetivo de asegurar para todos el mejoramiento de los estándares laborales, el progreso económico y la seguridad social”. Rourke agrega que desde 1945 y durante tres décadas las “tres R” aprendidas durante la Gran Depresión –regulación, sobre todo del sector financiero, “reflation” –inflacion moderada- y redistribución- fueron utilizadas por los socialdemócratas para proveer a los trabajadores con laa seguridad que tanto buscaban. Esta estrategia fue tan exitosa que eventualmente los votantes dieron esta seguridad por garantizada. Y en los últimos 30 años, continúa, un movimiento opuesto arrasó con la mayor parte de este consenso político de la pos-guerra. 
 
No todas las formas de corporativismo han sido negativas, pero algunas –como la colusión entre el Estado y la oligarquía financiera e industrial, llevaron al totalitarismo nazi y fascista, lo que hace temer la tendencia corporativista que aparece ahora en varios países industriales, como el corporativismo estatal-mediático-financiero en la Italia de Silvio Berlusconi.
 
No es posible hoy día descartar las tendencias totalitarias de un sistema neoliberal que desde hace décadas a convertido la “seguridad” en un factor esencial de todas sus políticas, creando de paso un enorme y creciente aparato de seguridad privado, compuesto por mercenarios que actúan como policías, vigilantes, tropas de apoyo o comandos en los ejércitos, y que está al servicio de los gobiernos y del sector privado y fuera del escrutinio público.
 
- Alberto Rabilotta, Toulon.
https://www.alainet.org/de/node/144559?language=es
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