Oh! Jerusalén
09/06/2010
- Opinión
Regreso a Palestina seis años después con la expectativa de observar el curso de la ocupación. Como en otros viajes mi primera visita es a Jerusalén. Hubo un tiempo todavía muy reciente en el que la vieja ciudad rodeada de murallas dominaba la visión de Jerusalén. Por entonces, un tercio de la población era judía. Hoy día, el paisaje dominante que tengo ante mí son las enormes colonias que muestran un proceso de judeización que ha invertido la realidad demográfica para sustituir a un pueblo por otro mediante la fuerza militar y variadas formas de represión. Con algo más de 750.000 habitantes, de los cuales el 63 por ciento son judíos, la ciudad santa, proclamada por el sionismo “entera y unificada”, es un claro ejemplo de cómo el Estado de Israel viola el derecho internacional y en particular la resolución 478 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Ciertamente, el Plan de Partición de Palestina puesto en práctica en 1948, colocó a Jerusalén bajo un régimen especial de protección internacional que prohibía la anexión unilateral de la ciudad -por su importancia para las tres principales religiones monoteístas-, por cualquiera de las dos partes, israelí o palestina. Tras la guerra de 1948, Jerusalén quedó divida en dos. Israel se anexionó la parte Oeste y Jordania la parte Este. En 1967 Israel ocupó toda la ciudad, incluida la parte árabe, y la declaró “capital indivisible del estado de Israel”. Desde entonces, la expulsión de la población palestina ha sido una constante en el marco de un plan de limpieza étnica.
Ya en 1967 Israel elaboró un censo de la población árabe del municipio de Jerusalén, excluyendo del mismo a todas aquellas personas que por razones de estudio, trabajo o viaje, se encontraban fuera de la ciudad. Este censo marcó el inicio de una ingeniería que busca convertir la parte árabe en un ghetto, engullida por un anillo vigoroso de asentamientos judíos construidos en tierras robadas que anexionados al municipio han cambiado por completo su mapa de población. El resultado es un paisaje de la ciudad que impresiona por el grado de perfección de su judeización, algo que puedo comprobar seis años más tarde de mi último viaje.
Objetivo sionista: expulsar a la población palestina
Colonias imponentes de treinta mil habitantes y más han arrinconado a la vieja ciudad de las murallas como una pequeña mancha en la cartografía de Jerusalén. Son colonias ahora protegidas por el muro de ocho metros de altura, levantado también en tierra robada, que serpentea por la periferia de la ciudad. Muy pronto, un tranvía exclusivo de conexión entre colonias, se unirá a las modernas carreteras también exclusivas que permiten a los judíos vivir en su propio mundo, una vida cotidiana aparentemente ajena a todo cuanto ocurre en los cercanos pueblos y ciudades palestinas. Son estos colonos los que cada viernes en la noche, con el comienzo del Sabbath, acuden en expediciones al Muro de las Lamentaciones para bailar y entonar canciones nacionalistas, con sus fusiles colgando del hombro, justo a pocos metros de donde miles de creyentes murmuran cabeceando las lecturas de la Torah.
El proceso de limpieza étnica en Jerusalén no conoce límites. Algo que ocurre ante la mirada, o bien resignada o bien de connivencia de gobiernos y de organismos internacionales que deberían velar por evitarlo. Un ejemplo de gran importancia es el barrio de Silwan que está viviendo una transición dramática. Silwan, eminentemente árabe, es uno de los focos fuertes de las intifadas y de protestas que hoy día se producen contra el muro y la ocupación. Si hace unos diez años era excepcional encontrar una bandera israelí sobre sus tejados y terrazas, hoy es habitual. Colonos sionistas ocupan casas palestinas al menor pretexto, levantan su bandera y montan de inmediato sobre sus terrazas defensas militares para asegurarse la propiedad. Un tal Irving Moskowitz, millonario estadounidense, adquiere casas palestinas en Silwan y sus alrededores mediante organizaciones con fachada árabe, para luego ponerlas a disposición de los colonos. Moskowitz es de esos sionistas que creen que deben tener el control exclusivo de la ciudad vieja y debe reconstruirse Templo Antiguo en el lugar que ahora ocupan la Cúpula de la Roca y la mezquita de Al Aqsa. Un tipo peligroso que armado de dinero es una pieza más en el tablero de la limpieza étnica.
En Silwan, un viejo barrio que necesita la reconstrucción urgente de sus casas, la alcaldía sionista sólo ha dado 20 permisos de obras para rehabilitación o reformas, desde 1967. Con ello se presiona para que familias palestinas abandonen sus viviendas en busca de una vida mejor. Cuando lo hacen, para buscar trabajo en algún país árabe de la región, pasados siete años pierden todo derecho a regresar a Jerusalén.
Me lo cuenta mi amigo judío Sergio Yanhi: “Los comerciantes palestinos cercanos a la puerta de Damasco –la más emblemática y de mayor ambiente de la vieja ciudad amurallada- han recibido una carta en la que se les advierte que toda la zona va a ser objeto de una reforma urbana”. Con qué objetivo, le pregunto. “Con la de terminar sustituyendo a comerciantes palestinos por otros judíos. Se les interrumpe el negocio durante meses y se crea el contexto para un paso más en la judeización”. Nada me extraña, pues la presión sionista es de todo tipo: legal, administrativa, policial, militar, económica, social.
Instrumentos cotidianos de represión
El tablero de la discriminación contempla medidas, con apariencia administrativa, sin duda eficaces. Así por ejemplo, a las y los jóvenes palestinos jerusalenitas que desean casarse con parejas de Cisjordania se les plantea el siguiente dilema: si pretenden residir en Jerusalén, el novio o novia cisjordana no obtendrá el permiso de residencia en la ciudad; pueden inscribir su residencia en Cisjordania, momento en el cual quien sea jerusalenita perderá el suyo en su propia ciudad. A los jóvenes jerusalenitas anexionados al estado de Israel, como a quienes viven en la Palestina del 48, no se les permite por ley hacer el servicio militar –algo que por otra no querrían-, pero sólo haciendo ese servicio pueden acceder a becas de estudio. De modo que no hay ley que diga que las y los palestinos que Israel considera población de su Estado no pueden acceder a becas, pero en la práctica esa es la realidad. Ciertamente las medidas arbitrarias, discriminatorias, son numerosas, formando una tupida red de leyes normadas destinadas a hacer la vida imposible a la población palestina de Jerusalén. La retirada del permiso de residencia por razones burocráticas o como penalización son frecuentes. Durante 2008 Israel retiró el permiso de residencia a 4.577 palestinas y palestinos que vivían en el sector ocupado de Jerusalén, lo que significa un salto enorme en la represión, si tenemos en cuenta que entre 1967 y 2007 se había despojado de residencia a 8.558 personas. Estas son cifras dadas a conocer por la Organización No Gubernamental (ONG) israelí en favor de los derechos humanos Hamoked, la cual se remite a datos que se desprenden de la información suministrada por el propio ministerio del Interior de Israel.
La discriminación en Jerusalén puede ser captada a primera vista. Basta con pasear por la parte palestina para observar suciedad por todas partes e infraestructuras deficientes. La parte judía, cuidada, con zonas verdes, limpia, nueva o reformada, muestra la jerarquía impuesta: hay dos ciudadanías. La población palestina paga duros impuestos municipales pero obtiene pésimos servicios. Una con derechos, la otra sobreviviendo. Hacer la vida imposible al pueblo palestino responde a una estrategia cotidiana eficaz. Es la ocupación que apenas se ve desde Europa. La que no tiene lugar en los medios de comunicación. Pero es seguramente la que da mejores resultados a esa estrategia sionista que pretende quedarse con toda Palestina mediante hechos consumados.
https://www.alainet.org/de/node/142068
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