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22/04/2010
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Hace unas semanas, estudiantes de la Universidad Complutense de Madrid se hacían oír en un “encuentro” que acabó a empellones contra el rector de la universidad, insultos, gritos y escupitajos contra el parabrisas de su coche.
 
Además de tratarse de una autoridad en una de las universidades españolas con más prestigio, lo que convirtió estos hechos en noticia fue el objeto principal de las “exigencias” de los estudiantes. Las condiciones materiales de algunas de estas instalaciones justificaban cierta desaprobación, pero el fondo de la ira tenía otra raíz: la “pretensión” de hacer mixtos algunos de los Colegios Mayores de la UCM, universidad pública que se mantiene con los impuestos del Estado y con las matrículas de los estudiantes.
 
A muchas personas adultas les costó comprender que no se trataba de mujeres. Eran varones que pedían no “mezclarse” con “el sexo opuesto” en edificios donde estudiantes universitarios de distintos cursos comparten vivienda, comidas, actividades deportivas, culturales y de ocio por precios inferiores a los de viviendas habituales.
 
Para estos jóvenes, la perpetuación de algunos “ritos de novatadas” requeridos para entrar en estos colegios está por encima del privilegio que supone poder convivir en un orden con hombres y mujeres de distintas procedencias. Como en la universidad no existe otro momento en la vida donde se pueda disfrutar de tanta libertad para disponer del tiempo, del espacio, de los recursos y de la cercanía de distintas personas para llevar a cabo actividades que facilitan el desarrollo humano de cada uno. Esta libertad podría disfrutarse mejor si, a estas alturas del partido, se hubieran espantado fantasmas de un pasado lleno de tabúes y prejuicios.
 
Sorprenden ciertas actitudes de algunos jóvenes que no han padecido el yugo de una dictadura o de una sociedad que restringiera el reconocimiento de derechos por los que lucharon las generaciones pasadas. Para ellos, ya venían dados un derecho a la diferencia, a poder elegir, a discernir, a pensar por ellos mismos y a expresar sus convicciones.
 
El derecho a la libertad de expresión se contradice con la uniformidad de pensamiento que algunos sectores de la sociedad buscan imponer. Se permite la libre expresión formal, pero no de fondo. Medios de comunicación, think tanks, campañas de marketing y algunos políticos imponen “verdades” preconcebidas: las invasiones militares son justas cuando se exporta nuestro modelo de “democracia”, la “libertad de mercado” como la entienden en Wall Street resolverá las carencias del mundo, hay que “celebrar” el repunte de la venta de coches y viviendas aunque reincidamos en un modelo productivo caduco, las ganancias del Estado justifican la venta de armas aunque sea a países en conflicto, etc.
 
Una auténtica libertad de pensamiento exige criterios propios y una capacidad de pensar por uno mismo antes que “expresarse libremente”, pues de nada sirve expresar opiniones condicionadas y no contrastadas.
 
Como en algunos fascismos, se recurre en la actualidad a una supuesta “edad de oro” en la que existían “auténticos valores” y se respetaba a “la autoridad”. Según estas corrientes, los niños y menores de antes no cometían delitos como las que muestran los medios de comunicación día a día ni había tanta delincuencia, como si la intoxicación en los canales informativos no influyera en la percepción de la realidad y los medios no utilizaran las nuevas tecnologías para propagar todos los “males” a una velocidad de vértigo.
 
Los medios contribuyen a la polarización en los debates sociales de relevancia y dan fuerza a “exigencias” marcadas por el electoralismo y la demagogia, sin un necesario debate. Exigen el endurecimiento de las penas para menores de edad que cometen delitos o la creciente presencia de las fuerzas armadas españolas en las actividades pesqueras privadas en Somalia. En lugar de organizar debates sosegados en la sociedad civil y con expertos en distintas materias, mantienen “tertulias” semanales con periodistas omniscientes. Si una semana hablan de la corrupción, la siguiente toca de chismorreos de la monarquía y la siguiente del juez Garzón, siempre desde posturas establecidas. La auténtica libertad no está en buscar “edades de oro” que nunca existieron, sino en despojarse de prejuicios que nos retrotraen a tiempos y sistemas felizmente superados.
 
- Carlos Miguélez Monroy es Periodista y Coordinador del CCS
https://www.alainet.org/de/node/140859
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