Berlín: No hay unificaciones perfectas
11/11/2009
- Opinión
Frankfurt, Alemania.- Mientras el mundo celebra el vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín, evocando la importancia de la democracia y del respeto de los derechos humanos (sin ir más lejos, el día de ayer el Financial Times publicaba una reflexión del fallido candidato presidencial estadounidense John McCain, en que enfatizaba el tema de los derechos humanos como el aspecto principal del proceso que posibilitó la unificación de las Alemanias), en Alemania Oriental hay quienes consideran exagerado festejar de esa manera. En Europa, los principales medios de comunicación han venido recogiendo desde hace días, las impresiones de los germanos orientales, quienes, presumiblemente, son los grandes beneficiarios de la creación de una Alemania unida. Y si bien muchos consideran positiva la eliminación física del Mauer o muro, además de los cambios económicos y políticos que supuso para los territorios germano-orientales su integración a la República Federal de Alemania, piensan que hay problemas todavía sin resolver y dificultades no anticipadas. En otras palabras: no hay unificaciones perfectas.
En los tiempos de la guerra fría, cuando Alemania estaba dividida, la llamada República Democrática Alemana (RDA), bajo la influencia soviética, erigió un sistema económico no capitalista con un régimen político autoritario. En los regímenes autoritarios, las autoridades intervienen hasta en los aspectos más personales e íntimos de las sociedades. Esto, en general, a los ojos de Occidente es malo, porque se considera que además de inhibir el desarrollo de la democracia, el autoritarismo hace muy difícil la consolidación de una sociedad civil organizada.
Empero, en los regímenes de Europa Central y Oriental, así como en la Unión Soviética en los tiempos de la guerra fría, el Estado garantizaba empleo, educación, vivienda, acceso al sistema de salud y alimentos a toda la población. Un ciudadano alemán, Helmut, quien reside en Berlín oriental y que conversó hace un momento con quien esto escribe, recuerda con aires de nostalgia que cuando existía la RDA todas las personas estaban obligadas a trabajar, inclusive aquellas que tenían “capacidades diferentes”, algo que él considera positivo, dado que, en sus propias palabras, el trabajo dignifica a las personas, las hace sentir útiles y ello ayuda a eliminar muchas patologías sociales.
Esta autora recordaba, mientras escuchaba las reflexiones de Helmut, cómo en Suecia, su sistema de seguridad social, considerado uno de los más sofisticados y generosos del mundo, alienta, sin querer, algunas patologías sociales. Por ejemplo, dada la altísima carga tributaria, muchas personas prefieren apegarse al sistema de seguridad social, el cual les garantiza un ingreso superior al que obtendrían si consiguieran un trabajo en forma, y se les descontaran los impuestos correspondientes. Pero entonces, esto incide en la productividad, por ejemplo a través del aumento del alcoholismo –porque finalmente el desempleado cuenta con un ingreso para comprar bienes y servicios, alcohol incluido- y por eso muchos impugnan este sistema, defendido por la socialdemocracia la cual dice que de lo que se trata es de fomentar el socialismo con rostro humano.
Sin negar los altos niveles de corrupción en los regímenes autoritarios de Europa Central y Oriental y en la propia Unión Soviética, las autoridades garantizaban el orden social en todos los sentidos –restringiendo, ciertamente, las libertades individuales- y procuraban su bienestar, repartiendo la pobreza. Ello no niega que gracias a la corrupción, las autoridades se enriquecieran de manera ilícita, algo reprochable cuando pedían una y otra vez a sus sociedades austeridad.
Pero en los regímenes autoritarios hay otro fenómeno pocas veces ponderado: la solidaridad social. Al proveer las autoridades los satisfactores elementales para cubrir las necesidades sociales, las personas convivían mucho entre ellas. En el trabajo y en sus moradas, recuerda Helmut, todos se conocían y saludaban y había una atmósfera cálida. En los edificios donde los trabajadores residían, había una convivencia cotidiana con los vecinos y las reuniones y fiestas eran frecuentes y todos la pasaban bien. Todo eso terminó cuando cayó el Mauer.
A partir de entonces, al desaparecer el sistema socialista, los precios de las viviendas se incrementaron. El desempleo apareció, enfrentando a las sociedades a una situación que desconocían. Por cierto que el número de personas sin trabajo en Alemania, es mayor en la parte oriental que en la occidental.
Con la unificación, numerosos alemanes occidentales se mudaron a apartamentos y casas de la porción oriental y Helmut señala que los nuevos inquilinos son fríos, egoístas, no conviven con nadie y que la atmósfera cambió por completo. Por si fuera poco, la unificación alemana supuso una expansión del consumismo occidental a la porción oriental, con el establecimiento de empresas y comercios de todo tipo, lo que naturalmente contribuyó al aumento de los precios y del costo de vida.
Helmut concluye que aun cuando el gobierno federal ha gastado cantidades astronómicas de recursos para que esa enorme brecha existente entre la Alemania Occidental y la Oriental disminuya, hay problemas que el dinero no puede resolver (como dirían los que hacen los comerciales de Master Card). Por más de cuatro décadas, Alemania estuvo dividida y hegemonizada por potencias distintas y muchas generaciones vieron la luz en ese contexto, por lo que la caída del Mauer y la unificación, aunque físicamente son hechos que procedieron con celeridad, social y culturalmente requerirán más tiempo. Helmut decía: hay otro muro, invisible a los ojos, pero existe y será muy difícil derribarlo.
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