Cada vida importa
18/10/2009
- Opinión
Escribo cuando aún serpean por las calles de Madrid miles y miles de ciudadanos que han acudido a la Manifestación en defensa de la vida humana, pidiendo la revisión del Anteproyecto de la Ley del Aborto, y cuando aún se respira el clima sorprendentemente positivo en que ha transcurrido dicha Manifestación. He visto marginada, o así me ha parecido, una descarada politización del tema como ha ocurrido en otras ocasiones. Ningún grito contra el Gobierno, invisibles las cabezas de dirigentes del PP, ningún jerarca eclesiástico, consignas y lemas a favor de la vida, ambiente festivo y pacífico, declaraciones y mensaje final exponiendo el problema, sus fallos y deficiencias, puntos a renovar, compromiso colectivo para ayudar a que las mujeres, en embarazo imprevisto o indeseado, no sufran presiones negativas y reciban cuantas ayudas necesiten para llevarlo adelante. Interpelación directa a las leyes de cualquier Gobierno, referida a la ley actual, la anunciada o la que venga.
Diría que ha sido una voz potente de la sociedad la que ha resonado y ha querido trasladar a los gobernantes y su parlamento un tema que requiere diálogo, cordura y responsabilidad. Al fín y al cabo, los políticos están para registrar las demandas de quienes los eligen, estudiarlas y hacerlas cuajar en leyes lo más ecuánimes.
Camino éste que plasmaría el derecho de los ciudadanos a expresarse con voz y argumentos propios, libres de parciales y tendenciosos propósitos partidistas. Se ha coreado como punto central el derecho a la vida con el lema “Cada vida importa” . Y en eso se ha acertado, pues no se ha hecho sino calcar a la letra la Declaración universal de los Derechos Humanos: “Todo individuo tiene derecho a la vida” (Art. 3) y nuestra Constitución: “Todos tienen derecho a la vida” (Art. 15).
A favor de la vida estamos todos, y lo estamos como derecho primordial, originante de los demás. Y esa apuesta es la que parecía contagiar a los manifestantes con aires festivos de alegría, tolerancia y paz: “Viva la vida”.
La onda eléctrica, no por escondida menos eficiente, parecía sacudir otros aires, que imperceptiblemente venían azotando nuestra sociedad: los de un ritmo de vida materialista, frívolo, un tanto a lo loco, poco responsable. Ese clima es el que, cuando llega el caso, pesa y aplasta a muchos jóvenes al encontrarse ante un embarazo inesperado y tener que tomar decisiones impreparadas.
Hacia ahí, soplaba la apuesta por la vida, que se convertía en denuncia, una denuncia que no resultaba tan difícil conectarla con la de la trama corrupta Gürtel, que ha mitificado el dinero, el lujo, el éxito (valores de mercado) y subestimando los valores éticos. Instalados en ese horizonte de seducente éxito y consumo, ¿con qué actitudes puede la juventud afrontar situaciones difíciles que requieren esfuerzo, paciencia y sacrificio?
Era obvio que la inmensa multitud mantenía su no al aborto, por intuición y por razón y porque así había sido siempre. Y era difícil abrir espacio para otro planteamiento. No al aborto, desde el principio, -repetían- porque desde el principio hay vida. Se ha repetido mucho y lo han repetido sobre todo autoridades eclesiásticas.
Con la misma sinceridad que acompaño el sentimiento puro de la gente y su buena fe, debo afirmar que no todo está dicho con simplemente afirmar que estamos a favor de la vida. Eso nadie lo discute.
Se discute, sin embargo, el momento concreto en que la realidad embrionaria adquiere estatuto de vida humana, lo cual no deja de ser decisivo para una valoración ética. ¿Tenemos razones para establecer ese momento?¿Y, a quién pertenece definirlo?
Soy consciente de que este punto motiva confusión y, en el fondo, es el que determina posiciones contrapuestas. A pesar de todo, no sé si por mi talante optimista, abrigo la confianza de que es posible un punto de acuerdo, donde seamos capaces de reflexionar serenamente sobre el alcance de la realidad embrionaria, tal como hoy lo propone la biología molecular. Si lo lográramos, aumentaría nuestra comprensión y acercamiento, sin disminuir para nada nuestro apasionado aprecio por el derecho a la vida.
Son muchísima las cosas en la historia y vida humanas, que antes percibíamos de una manera y ahora de otra. Nos debemos a la verdad, que nos llega por la ley evolutiva de la ciencia y del saber y de nuestra honestidad con la realidad misma.
Para los que somos católicos, es preciso dejar claro tres cosas: la primera, que determinar el momento en que hay vida humana no pertenece al dogma ni a la fe, ni es competencia del magisterio eclesiástico; la segunda, que esta es una cuestión que siempre, en la tradición de la Iglesia, estuvo abierta a la discusión y pluralidad de sentencias: San Anselmo decía que había vida humana desde el principio y Sto. Tomás que no había tal antes de los 40 días (si se trataba de embrión masculino) y de los 70 (si era femenino); la tercera que, científicamente hablando, desde la biología clásica se ha sostenido como generalizada y cierta la sentencia de que había vida humana desde el inicio, o sea, desde la fusión del gameto masculino con el femenino, que da origen al cigoto. Pero, hoy, desde los avances de la biología molecular, descubrimos luces y datos que modifican esa perspectiva tradicional: los genes son importantes para la constitución del embrión, pero el solo factor genético no incluye ni asegura su desarrollo hasta ser feto (a las ocho semanas), es decir, el proceso constituyente del embrión no alcanza su nivel de vida humana por obra exclusiva de los genes. Ellos solos no tienen poder autónomo e intrínseco para originar una vida humana. Hay otros factores extragenéticos, (los hormonales de la madre, el llamado nicho que le provee de diversas señales, estímulos e informaciones para seguir constituyéndose) que aparecen e interactúan en el desarrollo del embrión y, sin ellos, jamás llegaría a ser feto.
Los autores que defienden esta teoría deducen que la realidad embrionaria, sólo cuando llega a ser feto, se convierte en sustantividad humana o, lo que es lo mismo, en individuo humano constituido. Y, por consiguiente, no dudan en concluir que el ser humano-persona no está en el cigoto desde el primer momento. Y lo que no es desde el principio no puede llegar a serlo, si lo fuera desde el inicio lo sería posteriormente y, en buena lógica, destruir el embrión sería entonces destruir una persona.
Quiere esto decir que si la realidad embrionaria no tiene suficiencia constitucional originaria para convertirse en persona y no es en ese estado primero el yo, no puede afirmarse que sea persona. El aserto clásico de que “todo está en los genes” es verdad sólo en parte y se hizo en detrimento de los factores morfológicos y espaciales, tan importantes en el desarrollo del embrión.
El feto es una realidad nueva y distinta a la del embrión, al igual que la oruga, que tiene posibilidad de ser mariposa, pero no es mariposa; o que la bellota, que tiene posibilidad de ser roble, pero no es roble. La mera posibilidad no implica que la oruga se convierta en mariposa y la bellota en roble, pues necesitan de otras condiciones externas que no pertenecen ni a la oruga ni a la bellota. Y puede decirse lo mismo sobre el agua, que surge de la fusión del hidrógeno y del oxígeno (dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno); pero ni el hidrógeno es el agua ni lo es el oxígeno; el agua es una realidad distinta. Y así, el cigoto (factor genético), sólo él, no es vida humana; necesita de otros factores.
Desde esta perspectiva razonablemente fundada, nadie dirá que no tiene ningún valor la realidad del embrión en sus diversas fases (es material con características genéticas y biológicas de lo humano), pero tampoco podrá deducir que cuando el proceso embrionario se lo interrumpe o finaliza antes de las ocho semanas sea un atentado contra la vida humana.
Vistas, pues, en correlación la perspectiva genética y molecular, se puede defender con fundamento que el embrión sólo podría asimilarse a la categoría de persona al realizar su tránsito a feto, es decir, en un plazo no anterior a las ochos semanas. (Esta es la perspectiva expuesta en el libro Gen – ETICA, coordinado por Federico Mayor Zaragoza y Carlos Alonso Bedate y en el que colaboran una veintena de autores - Yo mismo la he recogido con claridad en mi libro EL ABORTO, prologado por F. Mayor Zaragoza y con la colaboración de Jorge Carvajal).
Quiero acabar pedagógicamente, recalcando de cara a los lectores algunas consecuencias como resultado de lo dicho:
1. Este planteamiento no admite el aserto tradicional de que hay vida humana desde el principio de la fecundación. Tal planteamiento representa una innovación en el campo de la investigación científica y en el campo interior de la Iglesia; ni uno ni otro pueden ignorarlo y seguir haciendo afirmaciones que no responden a la realidad.
2. Desde este planeamiento es cuestionable éticamente la permisión del aborto en plazos indiscriminados, más allá de las ocho semanas, según aparece en la legislación variable (hasta las 24 semanas) de países de Europa.
3. A partir de las ocho semanas, no se puede hablar del feto como de una parte constitutiva del cuerpo femenino y sobre el cual la mujer tendría derecho a proceder a su antojo. El aborto, en este sentido, no es un derecho; subyace y prevalece el derecho a la vida del que es portador el feto. La mujer, ciertamente, debe adquirir toda igualdad moral y jurídica y le pertenece proceder con decisión autónoma y libre, pero no al margen o por encima por encima de los derechos de los demás.
4. La relación sexual humana tiene la particularidad de poder ser fecunda y, por lo mismo, los protagonistas de la misma, deben saberlo y obrar con responsabilidad, y evitar así ser víctimas de efectos indeseados. Los medios anticonceptivos, en la perspectiva expuesta, no serían abortivos hasta pasadas las ocho semanas, pudiendo hasta entonces evitar los embarazos indeseados.
5. La realidad embrionaria, alcanzada la categoría de feto, no es indiferente a la acción moral humana. Cualquier acción, ante cualquier situación conflictiva planteada, debe contar con el derecho a la vida del que es portador el feto. Especial consideración merecen, a este respecto, las situaciones del aborto terapéutico o indirecto, del aborto en caso de violación y del aborto eugenésico. Por otra parte, abundan las situaciones en que parejas , por unos u otros motivos, deciden abortar pasadas las ocho semanas. Puede ser que ellos decidan hacerlo porque lo consideran bueno y oportuno, lo mejor, de acuerdo con su conciencia. Mirados desde fuera, desde el sentir mayoritario y desde la normativa ética, acaso sean objeto de reprobación. En todo caso, es bueno dialogar con ellos, ofrecerles razones, solución y alternativas posibles, pero, en última instancia, la responsabilidad es de su conciencia, puede que equivocada, pero también puede que de buena fe, por ignorancia u otras razones existenciales y entonces hay que abstenerse de culpabilizar y penalizar.
6. Si la nuestra es una sociedad abierta y pluralista, con información y múltiples instancias educativas, no se entiende la magnitud del aborto en edades juveniles. Conocer y combatir los factores que inhiben o desatienden esa tarea de información y educación, es tarea primera y de mayor responsabilidad para todos.
7. En principio, y de un modo general, considero un despropósito aprobar que las adolescentes puedan abortar por voluntad propia después de cumplir los 16 años, sin un conocimiento y diálogo adecuado con los padres. Decir que pueden hacerlo resulta irreal, pues no hay muchacha alguna que en asuntos importantes de la vida y más en este, decida por sí misma al margen del contorno familiar y del sentir de los padres. Su personalidad puede estar más o menos preparada, pero le importará recibir luz y apoyo de sus padres en primer lugar y de quienes con cocimiento y experiencia puedan orientarla. Puede encontrarse con opiniones contrapuestas, y hasta con posiciones paternas autoritarias, que ella no comparte. Visto todo, en casos así, no generalizables, la decisión será de ella con todas las consecuencias, aún sabiéndose en contra de la voluntad de sus padres.
Hago un canto a la vida y me sumo a todos aquellos que, de mil maneras, la defienden, la liberan y la protegen cuando de vidas humanas se trata. “Cada vida importa”. No sólo hay que defender con ardor la vida del ser humano prenacido, sino también la de miles y millones que, a diario, vienen sacrificados en el altar de la guerra, de la explotación, de la miseria, de la injusticia y esto en grados de alta crueldad y complicidad.
- Benjamín Forcano es sacerdote y teólogo.
https://www.alainet.org/de/node/137145
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