Reflejando la debilidad política de EE UU en la región

La OEA anuló por unanimidad la vieja resolución que excluía a Cuba de la entidad

05/06/2009
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En su conferencia de San Pedro Sula, en Honduras, la Organización de Estados Americanos resolvió dejar sin efecto su antigua exclusión de Cuba. La debilidad política del imperio hizo posible esta votación.

El 3 de junio le tocó a la canciller hondureña Patricia Rodas leer el breve texto con la buena nueva: la OEA dejaba de lado sin condiciones la resolución votada en 1962 y que condenaba a Cuba al aislamiento. Honduras es miembro de la Alternativa Bolivariana de los pueblos de América (ALBA), junto con los socios fundadores, Cuba y Venezuela, y otros que se fueron sumando, como Bolivia, Nicaragua, Dominica y San Vicente y Granadinas.

A la finalización de esta reunión en Honduras, el venezolano Hugo Chávez, de hecho coordinador del ALBA, anunció que Ecuador había resuelto su incorporación formal. Hasta ahora participaba como observador.

La acotación viene a cuento porque fue ese núcleo duro bolivariano el que más bregó por la anulación de la ignominiosa sanción contra la isla socialista. En la V Cumbre de las Américas, realizada en Trinidad y Tobago, tanto Chávez como Daniel Ortega, Evo Morales y Rafael Correa hicieron una formidable tarea de demolición de las rémoras de “argumentos” que pudieran quedarle a Washington para mantener aquella exclusión.

Acertó el venezolano cuando al comentar la histórica decisión de San Pedro Sula dijo que había sido ante todo fruto de la presión del ALBA. Esta es la parte que ríe y festeja. La que llora está integrada por los bolsones anticubanos en los partidos republicano y demócrata, la gusanera de Miami y los mal llamados “disidentes” cubanos.

La resolución es de extrema brevedad, quizás porque los diplomáticos tomaron en cuenta el viejo dicho de que “no aclare que oscurece”, y aún hay diferencias en ese espacio de 34 países, algunos tan opuestos como Estados Unidos y Venezuela.

El primer punto deja sin efecto la resolución de 1962, sin ninguna clase de condiciones hacia Cuba. Aquí radica la esencia de la victoria político-diplomática de la isla y sus aliados, y en paralelo el ridículo que cae sobre el Departamento de Estado, el gran promotor de las sanciones.

El segundo párrafo reza textualmente: “la participación de Cuba en la OEA será el resultado de un proceso de diálogo iniciado a solicitud del gobierno cubano y de conformidad con las prácticas, los propósitos y principios de la OEA”. La delegación norteamericana que al principio encabezó Hillary Clinton y posteriormente Tom Shannon, presenta este párrafo como la condicionalidad que Raúl Castro deberá respetar para ser admitido. Por “propósitos y principios” entienden el requisito de cumplimiento de la “Carta Democrática Interamericana” que prevé un régimen de muchos partidos políticos y elecciones periódicas. La isla tiene una democracia basada en un solo partido, muchas organizaciones sociales y elecciones masivas.

De todos modos esas condicionalidades se vuelven abstractas y ridículas porque el gobierno cubano ha dicho que no piensa regresar “al basurero”, como llamó Fidel Castro a la OEA el 23 de febrero de 2008.

 Revanchismo de EE UU

Lo resuelto en tierra hondureña implica una gran victoria de los países del ALBA, de Cuba ausente de ese recinto y en general de los gobiernos semiprogresistas que aparecieron en los últimos años.

Una cosa así era impensable cuando soplaban los vientos neoliberales con Fernando Cardoso en Brasil, Carlos Menem y Fernando de la Rúa en Argentina, Carlos Andrés Pérez en Venezuela, y Hugo Banzer Suárez y Gonzalo Sánchez de Lozada en Bolivia, subordinados a Washington.

Que la 39º Asamblea General de la OEA haya revocado su sanción anticomunista es muy positivo. Pero a diferencia de los que sostienen que “hay que dar vuelta la página” y no mirar para atrás, puede ser instructivo echar una mirada en esa dirección.

La exclusión se votó el 30 de enero de 1962 en una reunión convocada en Punta del Este por designio norteamericano pero utilizando a Colombia para hacer la moción de sentar en el banquillo a Cuba.

A veces se suele confundir esa reunión con otra, a la que concurrió Ernesto Che Guevara como representante de La Habana. Esta última fue en agosto de 1961 en la misma ciudad uruguaya y giró en torno a la “Alianza para el Progreso”. En la otra cita, la que sancionó a la revolución cubana, el gran tema era la lucha anticomunista liderada por EE UU en defensa del “mundo occidental y cristiano”. Quince años después esa política fascista tomaba cuerpo en dictaduras militares en el Cono Sur que no fueron objeto de sanción alguna, como tampoco lo fueron antes los regímenes de Trujillo en República Dominicana y Somoza en Nicaragua, ni la dictadura de Fulgencio Batista antes de 1959.

La conferencia de Punta del Este de 1962 fue convocada como órgano integrante del TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca”). Decían ralear a la Mayor de las Antillas para prevenir una invasión de rusos y chinos. Pero la única agresión externa que hubo fue de Inglaterra en 1982, por Malvinas, sin ninguna reacción del TIAR; en tanto siguieron las periódicas invasiones norteamericanas (Santo Domingo en 1965 y Panamá en 1989).

La otra invasión se había producido en abril de 1961, en Playa Girón, y las armas cubanas habían vencido en menos de 72 horas a los mercenarios organizados por la CIA en Guatemala y Nicaragua.

Ese traspié de la administración Kennedy explica su revanchismo en la OEA. Como si eso la fuera a recompensar por la derrota de Girón.

“Institución señera”

El “bueno” de Kennedy ordenó el bloqueo total contra la isla en febrero de 1962, al mes siguiente de la exclusión de la OEA. Y en estas casi cinco décadas, la entidad no hizo nada en contra de ese bloqueo, siguiendo en esto las directivas de la Casa Blanca.

No se crea que sólo había inquina contra Cuba. A Chávez no lo echaron de menos cuando un golpe empresarial-militar lo sacó por unos días del Palacio de Miraflores. A Argentina le dieron la espalda en dos coyunturas muy críticas: durante la citada agresión militar de Londres y en la brutal crisis económico-social de 2001-2002, cuando de allí no vino ni un telegrama de solidaridad. En la reciente crisis política de Bolivia, cuando la ultraderecha separatista quiso derrocar al presidente Morales, intervino la Unasur, reunida en Chile a pedido de Lula da Silva. Si fuera por la OEA, al indígena lo hubieran derrocado hace rato.

Esos hechos y muchos otros dan la razón a las autoridades cubanas, en el sentido de que la OEA es una institución creada y mantenida por el imperio. Aún cuando ahora se haya desembarazado de la resolución de 1962, Cuba no quiere volver a ese lugar. Ricardo Alarcón, titular del parlamento, declaró: “es una gran victoria para los pueblos de América latina y el Caribe y también para el pueblo de Cuba, pero lo que ha ocurrido no modifica en nada lo que Cuba pensaba ayer, anteayer y hoy”.

En Argentina hay políticos y diarios que, por el contrario, piensan que la OEA es una maravilla. Son pocos pero existen. Un editorial de “La Nación” el 5 de junio sostuvo que “es injusta, entonces, la crítica de Castro contra una institución señera”. Habría que ver qué opinan millones de latinoamericanos en un plebiscito sobre las cualidades de la entidad.

Queda para el final una reflexión sobre la política de Obama. Su representante en San Pedro Sula votó por el consenso, pero esto puede ser interpretado de dos maneras distintas.

La del cronista, es que no le quedaba otra porque la resolución de Punta del Este era indefendible, vistos los cambios de época de la región. Pero hay que precaverse pues el imperio no se rinde: aún mantiene el bloqueo a Cuba y maniobrará para mantenerla afuera, imputándole tener un régimen “antidemocrático”.

La otra versión corre por cuenta de la presidenta argentina, quien –entusiasmada con la administración Obama- evaluó: “con la presencia de la secretaria de Estado, y obviamente por instrucción del presidente Obama y con el consenso y proclamación de todos los países miembros de esa organización, se decretó y se dejó sin efecto la sanción que tenía la hermana república de Cuba”.

Tras esas palabras que sobredimensionan el cambio en la Casa Blanca y denotan ingenuidad en la actual fase del imperio, la mandataria y su esposo se fueron a cenar con Bill Clinton, de paso por Buenos Aires. La destrucción de Yugoslavia por la OTAN en 1999 también se había borrado de la memoria presidencial.

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