Durban I paso adelante, Durban ¿II pasos atrás?
- Opinión
Exposición presentada por Centro Europa-Tercer Mundo (CETIM), organización no gubernamental reconocida como entidad consultiva general
Si el conjunto de recomendaciones y resoluciones contenidas en la última versión del “technically reviewed text” (A/CONF.211/PC/WG.2/CRP.2, publicada el 17 de marzo de 2009), sometida a debate en la reunión Durban II, son en efecto reconocidas y aplicadas en todas partes, esto representaría con seguridad un considerable paso adelante con respecto a las prácticas cotidianas, en especial las vividas por cientos de miles de migrantes en los países llamados civilizados y democráticos y que se jactan de ser la cuna de los derechos humanos. En este sentido, sería deseable que, además de las informaciones dadas en los medios informativos, las disposiciones resultantes de los procesos Durban I y Durban II fuesen objeto de una compilación didáctica, por ejemplo por la UNESCO. De este modo, las exigencias que de ellas se desprenden podrían ser debatidas en las escuelas, confrontadas por los alumnos con la realidad del medioambiente y sus apreciaciones inmediatamente intercambiadas entre ellos a nivel internacional.
Sin embargo, la versión actual, expurgada de la mayor parte de sus referencias a la realidad concreta bajo pretexto de ofrecer espacio a un consenso, constituye un neto paso atrás con respecto a Durban I. Para llegar a este fin, la mayor parte de las diplomacias y los media occidentales no han escatimado medios.
Durante todo el período de preparación de Durban II, la desinformación propagada por la mayoría de los periódicos occidentales sobre los verdaderos riesgos de las controversias y la sucia mala fe de ciertos jefes de Estado han llegado a tal punto que cabría ingenuamente preguntarse si unos y otros habían leído las diferentes versiones del texto finalmente enmendado.
Toda esta confusión, consecuencia de amenazas de boycott, tenía por objetivo evidente el no verse confrontados a las raíces sistémicas del racismo de un mundo divivido por cinco siglos de expansión del capitalismo. Empezando por Europa, donde éste ha sido siempre imperialista. Y su carácter racista no tiene sus orígenes solamente en el pasado. Si no se pone término al dominio imperialista y a las desigualdades, esta característica perdurará. Una forma de apartheid a escala mundial amenaza. Es un futuro inaceptable, ya su curso bien delineado por la mundialización de las oligarquías financieras, las sociedades transnacionales de ambición planetaria y las grandes potencias. Un futuro por fortuna no irremediable si se atacan las raíces del mal.
Durban I inició esta reflexión. Las delegaciones y personalidades representativas de los pueblos del Sur, pese a lo que pudiera pensarse de los problemas inevitables planteados por toda forma de delegación, tenían perfectamente razón al insistir sobre el hecho de que la trata de negros y el colonialismo, esos horrores indecibles, no han dejado más que estigmas imborrables; las consecuencias de estas empresas monstruosas de siglos pasados marcan todavía en gran parte su presente. Aunque proclamada, la igualdad entre todos los pueblos y la independencia soberana de cada nación han de ser, todavía, defendidas y concretizadas.
Pretender que la referencia a situaciones concretas no tenía cabida lugar en el documento entonces adoptado –como se dice a propósito de la mención del Próximo Oriente, cuando por otro lado se tratan las condiciones de vida de las personas de ascendencia africana o asiática, de los Roms y los Gitanos, o todavía del holocausto– no puede ser retenido como argumento válido: se trata justamente de situaciones que constituyen sistema y que merecen ser denunciadas como tales.
Pretender que los Estados actuales del centro no pueden ser considerados responsables de su pasado colonial o de esclavitud es sin duda una inconsecuencia. ¿No son estos mismos Estados capaces de evocar el principio de la continuidad del Estado cuando se trata de oponerse a toda demanda por parte de los pueblos que han sido sus víctimas, o a la anulación de las odiosas deudas externas contraídas por dictaduras que, con harta frecuencia, les han sido impuestas? Un razonamiento como éste es diametralmente opuesto a la más elemental justicia. Es más: si se quiere hablar de continuidad, habría que referirse, en el primer caso, a la continuidad de las clases dominantes y de los opresores; en el segundo, a una continuidad de las víctimas y los oprimidos. En consecuencia, evocar la continuidad del Estado en el caso de la odiosa deuda es sencillamente escandaloso; por el contrario, avanzar en la idea de reparaciones debidas a los pueblos víctimas de la trata de negros o del colonialismo –sus modalidades restan a determinar– está lleno de sentido.
En fin, pretender que el sionismo, en su concretización histórica real, colonial y discriminatoria en todos sus aspectos, no representa en absoluto una forma de racismo es contrario a toda observación intelectual honesta de los acontecimientos en curso en la región desde hace más de sesenta años.
Apartheid mundial
Dicho esto, el racismo, vista la evolución de sus formas actuales, no puede reducirse a actitudes y prácticas nefastas de individuos o de grupos, o a malas prácticas de cuerpos de Estados, de empleadores, de propietarios de viviendas y otros, por más que estos aspectos cotidianos, criminales y degradantes, son no solamente execrables sino también contrarios al respeto mínimo de los derechos humanos y, por tanto, condenables sobre esta simple base. Pero de hecho, además, perpetuándose, el racismo cambió de color, por llamarlo de algún modo. Más precisamente, no se refiere únicamente al color de la piel, aunque éste continúe siendo una dominante forma de discriminación. La cosa va más allá. Con la mundialización polarizante actual, sus víctimas no son únicamente los pueblos y las gentes “de color”, por más que éstos constituyan la gran mayoría. Este racismo no hace sino reforzar el resultado de una desigualdad social creciente, desigualdad que se da tanto entre los pueblos como entre los individuos que viven en una misma nación. Tal racismo constituye un sistema, forma parte de un sistema de explotación y dominación prevalecientes a escala mundial. Se orienta hacia el pobre, el productor que no es lo bastante “rentable” como para aportar provecho suficiente, los no-consumidores insolventes, los viejos indolentes “a cargo de la sociedad”, los “marginales”, los “improductivos” a ojos del capital, la masa de trabajadores fácilmente intercambiables, porque son “no calificados” o “descalificados”, según los criterios. Los trabajadores informales, los habitantes de los chabolas, los “pequeños” paisanos –que son mayoría en el mundo. También, el “pequeño blanco” granjero de Arizona puede formar parte de ellos, mientras que el profesional altamente calificado, “incluso” de origen africano o asiático, podría evadirse, aunque no de las vejaciones cotidianas, que continuará padeciendo. La eficacia de los grupos neonazis y de extrema derecha, así como, por otro lado, la de las diversas corrientes “fundamentalistas”, “comunitaristas”, reside justamente en su capacidad de dividir a estos diversos excluidos de “los beneficios de la mundialización”, esas poblaciones devenidas superfluas, consiguiendo que se enfrenten o se menosprecien en nombre de pretendidos particularismos culturales o de “raza” inconciliables, en lugar de unirse frente a las políticas responsables de su común marginalización, exclusión, precarización, ostracismo.
También sobre este racismo, sobre este apartheid a escala mundial, los debates de Durban I han permitido iniciar una reflexión crítica y entablar las controversias necesarias. Necesarias y urgentes, porque de ellas depende el futuro de la humanidad. Vale la pena proseguir, incluso a costa de roces no gratos y de roturas momentáneas. Ninguna solución durable al problema del racismo podrá lograrse si sus raíces sistémicas no son por lo menos estudiadas, discutidas. A partir de ahí, si estas dimensiones no son abordadas, ninguna estrategia mínimamente efectiva podrá encontrarse en otros dominios concernientes a la humanidad en su conjunto, como los planteados por los desafíos medioambientales a los cuales se ve masivamente confrontada.
Ginebra, 2 de abril de 2009
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