La teología de la liberación puso al desnudo la gravedad de la crisis actual
16/01/2009
- Opinión
Todos estamos de acuerdo en que el mercado es indispensable para la vida de la sociedad. El mercado siempre funcionó a base de la ley de la oferta y la demanda, fijando el precio de la mercancía, bien con trueque directo, bien con monedas o dinero.
A partir del siglo XVIII, teóricos de la economía, entre otros Adam Smith, establece como mecanismo regulador entre oferta y demanda el acuerdo del comprador y vendedor, realizado sin intervención de nadie. Es una regulación espontánea, la más beneficiosa y que actúa a modo de mano invisible.
Pero, la realidad muestra que en esa autorregulación espontánea interviene la competencia, la cual desencadena la operación a favor de unos y en contra de otros. En general, en esa competencia no controlada, se impone cada vez más el predominio de los fuertes, de las grandes empresas, que acaparan los productos y adquieren en exclusiva la oferta, con lo cual quedan libres para imponer las condiciones y precios que quieran, al margen de otros competidores más débiles y anulando la libertad del consumidor.
Surge de esta manera el mercado monopolista que domina los mercados nacionales e internacionales, influye enormemente en muchos países y doblega a sus intereses al mismo poder político. Escribe José Luis Sampedro: “Determinadas industriales y comerciales, junto con grandes instituciones financieras que manejan cuantiosos fondos, componen una red de poder económico ante la cual hablar del consumidor como rey del mercado y de su libertad económica es caer en lo ilusorio. Incluso las empresas menores se encuentran, directa o indirectamente, bajo el poder de las gigantescas, porque, aun cuando no estén sometidas por subcontratos u otras relaciones semejantes, siempre han de plegarse a la evolución y las condiciones del mercado y de la producción dictadas por las entidades mastodónticas. En suma, los poderosos directivos y sus grandes empresas avanzan en la vida pateando triunfantes por encima de los pueblos” (El mercado y la globalización, Destino, 1982, pp. 37-38).
Esta libertad financiera se consolida por la ideología del liberalismo económico, que pretende legitimar el poder del dinero y que, en realidad, no hace sino que los ciudadanos pierdan el control democrático ejercido mediante sus representantes y gobernantes. En estricto rigor “La globalización económica es totalmente antidemocrática” (José Luis Sanpedro, Idem, p. 64.).
La teología frente al fenómeno del mercado y la globalización neoliberal
La teología tiene un momento primero, mediante el cual deja de ser evasiva o idealista. Como escribe el teólogo mártir Ignacio Ellacuría: “El punto de partida de la Teología de la Liberación es la experiencia humana que, ante el atroz espectáculo de la maldad humana, que pone a la mayoría de la humanidad a la orilla de la muerte y de la desesperación, se rebela y busca corregirla. Y la experiencia cristiana que, basada en la misma realidad, ve, desde el Dios cristiano revelado en Jesús, que esa atroz situación de maldad e injusticia es la negación misma de la salvación anunciada y prometida por Jesús, una situación que ha hecho, de lo que debiera ser reino de gracia, reino de pecado” (Téologo mártir por la liberación del pueblo, Nueva Utopía, 1990, pp.153-154).
Es lo primero: quien no sea capaz de sentir, indignarse y rebelarse no cambiará nada ni construirá una teología liberadora. La reflexión liberadora pasa primero por el corazón, por la ira sagrada de quien repudia la injusticia. Me gusta citar, a este respecto, el testimonio ejemplar del obispo Pedro Casaldáliga: “Después de vivir tres años aquí, andando por esos ríos y sertaos, encontrando a unos y a muchos peones, sintiendo la amargura de unos y muchos posseiros y después de acudir a las autoridades de aquí o de Barra dos Garzas, de Cuiabá, o de Brasilia, después de gritar, de llorar (y he llorado algunas veces enterrando peones en ese cementerio de de Sao Félix, ahí a la orilla del Araguaia) después de todo eso, estoy sintiendo hoy como a la persona más importante de este día, a ese peón, a ese muchacho de 17 años que hemos enterrado esta mañana ahí, a orillas del Araguaia, sin nombre y sin caja.
Sintiendo eso, viviendo eso día a día, el que tenga un poco de fe, el que quiera ser fiel a Jesucristo y quiera ser sincero con ustedes tiene que rebelarse, tiene que gritar, tiene que llorar, tiene que luchar” ( Cabestrero, T., Una iglesia que lucha contra la injusticia, Misión Abierta, 1973, p.186).
En cierto modo, la nueva teología ha salido de su sueño social y dogmático y ha entrado con ojos abiertos en la realidad: “Yo vengo, ha dicho el teólogo Metz, de una cultura cristiana y teológica en la que los procesos revolucionarios se han hecho o en contra de la Iglesia y la religión o sin ellas como la Reforma, la Ilustración, la Revolución francesa y la Revolución rusa…Nosotros sólo tenemos experiencia de una iglesia que ha legitimado y apoyado los poderes estatales… El tiempo en el cual la Iglesia legitima a los poderosos habría pasado y habría llegado la época de la liberación y de la función subversiva de la Iglesia” (Metz, J.B., Servicio del Centro Ecuménico Valdivieso, entrevista sobre “La Iglesia en el proceso revolucionario de Nicaragua”, Managua 1981).
No deja de ser llamativo que la Teología de la Liberación no haya surgido en el centro de universidades europeas, sino en la periferia del Tercer Mundo. El lugar desde donde se hace teología es determinante: no es lo mismo construir teología desde una chavola que desde una academia. Para que el teólogo ponga su pensamiento y su pluma al servicio de la liberación tiene que poner primero su vida y su corazón al ser vicio de los pobres. Quien no se sienta golpeado por la tragedia de los pobres no puede hacer teología de la liberación.
En este sentido, estoy convencido que entre Evangelio y capitalismo, teología y globalización neoliberal hay clara oposición. Son dos proyectos, dos dinámicas, y dos escatologías distintas. La del capitalismo apuesta por el egoísmo, el lucro, la ambición, el poder y el éxito. La del Evangelio apuesta por el amor, la justicia, la generosidad, el compartir, el servicio fraternal y la humildad.
El capitalismo cuenta con los que buscan la seguridad y felicidad del dinero, con los que aspiran a enriquecerse ignorando la miseria y el sufrimiento de los otros, con los que no quieren cambiar por defender sus privilegios, con los que persiguen a los que intentan hacer una sociedad más justa.
El Evangelio cuenta con los desposeídos, los misericordiosos, los sinceros, los que trabajan por la paz, los que son perseguidos por no servir a los intereses del dinero.
La utopía de Jesús es que el reinado de Dios se instaure progresivamente en la vida e historia de los hombres. Si El hubiera renunciado a hacer efectivo su programa, si no hubiera cuestionado el contenido de otros programas imperantes – el político y religioso de entonces- no hubiera sido censurado, perseguido ni ejecutado. Cuando los evangelios dicen que Jesús anuncia una “buena noticia” o, lo que es lo mismo, la cercanía del “reinado de Dios”, quiere decir que anuncia una sociedad alternativa.
Jesús explicita su programa en las llamadas Bienaventuranzas: hay que renunciar a toda ambición optando por la pobreza (Mt 5,3) y mantener fidelidad a esa renuncia a pesar de la oposición que suscita (Mt 5,10); estimular un movimiento liberador; crear relaciones regidas por solidaridad (Mt 5, 7), la sinceridad (Mt 5,8) y por el trabajo por la paz (Mt 5); proceder convencidos de que la verdadera felicidad estriba en el en el amor y la entrega y no en el egoísmo y triunfo personal.
Al cobrar conciencia de que los pobres son fruto de causas y sistemas bien determinados, se tienen claro que el Dios de Jesús es el Dios antítesis de la pobreza, que es consecuencia de la injusticia y conduce a la muerte.
Por pobres entendemos los que, demás de carecer de lo indispensable, están desposeídos del fruto de su trabajo y de poder social y político. La pobreza evangélica exige ir acompañada por una espiritualidad que tome conciencia de esa pobreza dialéctica (hay empobrecidos porque hay empobrecedores), que obstaculiza el cumplimiento de la voluntad de Dios sobre los bienes de este mundo e imposibilita el cumplimiento del amor y de la fraternidad.
Frente a la filosofía clasista y menospreciadora del capitalismo, la teología cristiana afirma que los pobres son un lugar teológico, que constituyen la máxima y escandalosa presencia de Dios en la sociedad. En Jesús de Nazaret, Dios se manifiesta haciéndose uno de nosotros, adoptando una vida desde la justicia y el amor a favor de los desheredados, contra la explotación de los poderosos y, por eso, acaba en fracaso y asesinato. Dios, en Jesús de Nazaret, abandona toda suerte de neutralismo y toma partido contra los empobrecedores.
Confesar que Jesús es Dios, es hacerlo desde su opción por los pobres, lo cual resulta escandaloso para los judíos y para los griegos, para los piadosos y los intelectuales. Cuando se acusa a los teólogos de la liberación de querer privar a Jesús de su divinidad, lo que se esconde tras esa acusación es la pretensión de querer anular el escándalo de un Dios impotente y crucificado. Un escándalo que sigue vivo en la historia.
Consiguientemente si los pobres ocupan esta importancia en el cristianismo se entiende que a la Iglesia se la pueda llamar con toda propiedad Iglesia de los pobres. Son ellos, pues, los que deben darle orientación fundamental a su estructura, a su jerarquía, a sus enseñanzas y a su pastoral. La Iglesia no podría servir a la causa de la fe si deja a un lado la causa de los pobres. Los caminos de los pobres y los de Dios van unidos en este mundo.
La Iglesia, por tanto, debe estar allí donde están los pobres; no donde está la riqueza sino donde la pobreza. Lo cual quiere decir que debe estar donde estuvo su Fundador, es decir, en el lugar social de los pobres. Ellacuría precisa: “No es lo mismo estar en y estar con: Jesús estaba situado en ese lugar social que son los pobres y, desde ese lugar que purificaba e iluminaba su corazón, es desde donde estaba con Dios y con las cosas de su Padre. Y su estar con Dios no era ajeno a su estar con los pobres, entre quienes quiso poner su morada” (Idem, p. 149).
Epílogo: la denuncia de un economista (Stiglitz) y de un profeta (Casaldáliga)
Cualquiera que lea el libro, reciente, de Joseph E. Stiglitz, catedrático, profesor y Premio Nobel de Economía, encontrará que las cosas de la globalización, tal como él las juzga, andan muy a la vera de lo aquí dicho.
Unos textos suyos afirman: “Me parecía terriblemente injusto que en un mundo con tanta riqueza y abundancia haya tanta gente que viva con pobreza…Había visto países en los que la pobreza iba en aumento en lugar de descender y había observado lo que esto significaba” (Cómo hacer que funcione la globalización, Taurus, 2006, p. 17). “Los países ricos crearon un régimen comercial global al servicio de sus propios intereses corporativos y financieros, con lo cual perjudicaron a los países más pobres del mundo” (Idem, p.18) “Sin regulación e intervención estatales, los mercados no conducen a la eficiencia económica” (Idem, p. 21).”La globalización pone en peligro valores culturales fundamentales” (Idem, p. 25).
Podría yo haber hecho este trabajo exponiendo simplemente la vida, de palabra y obra, del obispo Casaldáliga frente al fenómeno de la injusticia y de los pobres. Sería el resultado de una teología profética: “La blasfemia de nuestros días, la herejía suprema, que acaba siendo siempre idolatría, es la macroidolatría del mercado total. Y es, puede ser, la omisión de la Iglesia, la insensibilidad de las religiones frente a la macroinjusticia institucionalizada hoy en el neoliberalismo, que por esencia es pecado, pecado mortal, asesino y suicida” - “El capitalismo colonialista crea necesariamente dependencia y divide al mundo. El capitalismo es la culebra aquella primera, siempre astuta. Jesús dijo abiertamente que el antidiós es el dinero. Esto no es de ningún marxista ni de ningún teólogo de la liberación. Es del Señor Jesús” - “Creo que el capitalismo es intrínsecamente malo: porque es el egoísmo socialmente institucionalizado, la idolatría pública del lucro, el reconocimiento oficial de la explotación del hombre por el hombre, la esclavitud de los muchos al yugo del interés y la prosperidad de los pocos. Una cosa he entendido claramente con la vida: Las derechas son reaccionarias por naturaleza, fanáticamente inmovilistas cuando se trata de salvaguardar el propio tajo, solidariamente interesadas en aquel orden que es el bien… de la minoría de siempre”. Y Casaldáliga se reafirma poéticamente frente al mundo neoliberal:
“Yo me atengo a lo dicho:
La justicia:
a pesar de la ley y la costumbre,
a pesar del dinero y la limosna.
La humildad,
para ser yo, verdadero.
La libertad,
para ser hombre.
Y la pobreza,
para ser libre.
La fe, cristiana,
para andar de noche,
y, sobre todo, para andar de día.
Y, en todo caso, hermanos,
yo me atengo a lo dicho: a la esperanza”
Benjamín Forcano
Sacerdote y teólogo
https://www.alainet.org/de/node/131876
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