La alternativa rural

16/12/2008
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Siempre me ha maravillado la existencia de un ser vivo como el coral marino. Compuesto por miles de animalitos microscópicos, sincronizados y unidos en una sola vida, toman forma de largos arrecifes consistentes como una roca.

Hace apenas unas semanas, en Maputo (Mozambique), he podido presenciar la consolidación de un enorme ser vivo distribuido por todo el planeta. En cualquier lugar del mundo, desde el más fértil al más inhóspito, vive uno de los más de 200 millones de pequeños campesinos y campesinas que integran la organización mundial Vía Campesina. Cada uno de ellos ha sembrado sus propias raíces que luego se han buscado y se han entrelazado en el mundo subterráneo, formando así un tejido global que les conecta y les alimenta, en una lucha compartida por la conservación de su forma de vida.

Igual que los arrecifes coralinos en el mar son los productores de nutrientes y ofrecen un hogar a muchos organismos marinos que son la base de una larga cadena alimenticia, las familias campesinas continúan siendo hoy día la base de la producción de alimentos para nuestra sociedad y reivindican su derecho a seguir siéndolo. Las políticas neoliberales de las últimas décadas han amenazado su existencia. La liberalización de los mercados, la apertura de fronteras con la eliminación de aranceles, junto con el ejercicio de irresponsabilidad de los Estados, que han otorgado subvenciones y apoyos a la gran agroindustria en detrimento de su papel de apoyo al campesinado, han arruinado a muchas pequeñas unidades productivas, generando el mayor movimiento de pobres conocido hasta la actualidad: el del mundo rural a las ciudades. De hecho, dos terceras partes de la pobreza en el mundo son pobreza rural.

Con el convencimiento de que el mundo no puede sobrevivir sin campesinas y campesinos que nos alimenten, la Vía Campesina congregó en Maputo a 500 representantes –de las más de 130 organizaciones de pequeños productores rurales y trabajadores agrícolas de más de 60 países que la conforman– para celebrar su asamblea internacional. Cada uno de ellos es importante en su país, un luchador de los movimientos campesinos, un referente de sus pueblos indígenas, campesinos, pastores, pescadores, etc. Han buscado recursos de la solidaridad para poder viajar hasta la escuela que les acogió. Han hecho recorridos en vuelos económicos con hasta cinco y seis escalas para poder llegar a Maputo. Han dormido en habitaciones colectivas y se han trasladado en modestos autobuses. Aun hablando en multitud de lenguas diferentes se han entendido y han trabajado en la definición de nuevas estrategias para componer –frente a la globalización capitalista– un nuevo modelo de sociedad fundamentado en una agricultura y economía campesina bajo tres grandes directrices: combatir, resistir y construir.

En primer lugar centrarán sus esfuerzos en combatir a las empresas transnacionales que reconocen como enemigo común. Son las mismas marcas y el mismo capital (Cargill, Nestlé, Monsanto o Wall-Mart) las que están ejerciendo el control sobre los recursos naturales (la tierra, el agua, la biodiversidad, las semillas), copando la producción y el comercio agrícola, limitando las posibilidades de la agricultura o pesca a pequeña escala (como los grandes negocios madereros, los monocultivos de árboles para fabricar papel, la expansión de la soja o la pesca industrial), o bien rentabilizando la explotación de manos campesinas, lo que posibilita negocios como la salmonicultura de exportación y otras maquilas de la alimentación.

Las comunidades campesinas y los territorios indígenas son las primeras víctimas de la destrucción ambiental, de la contaminación del agua y de las consecuencias que ya depara el cambio climático, por eso, en segundo lugar plantean la defensa –la resistencia en sus territorios– de su modelo de agricultura campesina. Una agricultura a pequeña escala, en equilibrio con el medio ambiente, capaz de producir la cantidad de alimentos que el mundo necesita, asegurando también su calidad y su adecuación al patrón cultural. Con una alimentación campesina, de cercanía y de temporada –como dice la Vía Campesina– se enfría el planeta.

Si los movimientos sociales han sido cuestionados por la falta de propuestas, el mundo rural (desde el sur, desde abajo) ha construido una alternativa global perfectamente desarrollada para hacer frente a la crisis global: la soberanía alimentaria, fundamentada en el derecho de las comunidades locales, regionales y nacionales a producir sus propios alimentos y a trazar las políticas adecuadas para conseguirlo. Para ello son necesarias políticas que permitan recuperar el control de los recursos naturales por parte de las propias comunidades locales; presupuestos para el desarrollo de la agricultura nacional y agroecológica; estrategias para repoblar el campo que favorezcan la formación e investigación en modelos productivos con base agroecológica; y legislaciones que reconozcan el derecho a la soberanía alimentaria y promuevan la salida de la agricultura de los organismos internacionales –como la OMC–, y de los tratados de libre comercio, así como el desarrollo de políticas públicas que detengan el poder corporativo que prácticamente monopoliza los sectores de la alimentación en sus fases productivas, de transformación y de distribución.

La supervivencia de los corales marinos está seriamente amenazada. Según el modelo de desarrollo humano por el que optemos, los corales tendrán o no futuro. La Vía Campesina no quiere esperar decisiones de terceros, sabe que su futuro (y el de todos los seres humanos) depende de sus energías y de su lucha. En las tierras de Maputo se ha bombeado sangre que hace a este ser vivo colectivo un poco más fuerte, un poco más resistente y mucho más creativo.

- Gustavo Duch Guillot es director de Veterinarios sin Fronteras (España)

http://www.veterinariossinfronteras.org


 
https://www.alainet.org/de/node/131431?language=es

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