La promoción de la anti-democracia: Proyecto de la elite transnacional

01/12/2008
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En los últimos años, la elite transnacional -encabezada por el estado norteamericano -ha desarrollado nuevas modalidades de intervención en América Latina y  alrededor del mundo.  Estas modalidades se llevan a cabo en el marco de la globalización capitalista y bajo la retórica de “promoción de la democracia.”  Yo, en lo personal, era periodista y participante en el proceso revolucionario en Nicaragua durante la década de los '80, país donde justamente Estados Unidos ensayó y pulió esta nueva estrategia intervencionista.  Desde entonces, vengo estudiando y escribiendo sobre la llamada “promoción de la democracia,” y he publicado dos libros sobre la temática: A Faustian Bargain, publicado en 1992, y Promoting Polyarchy (Promoviendo la Poliarquía), publicado en 1996.  En esta exposición, planteo 5 puntos de análisis para una mejor comprensión de esta nueva modalidad intervencionista.

1)                   Hubo un viraje, a partir de los años '80, en la política norteamericana, de promover las dictaduras a promover lo que ellos llaman “democracia.”  Se trata de un cambio en modalidades y mecanismos de dominación política y control social en el marco del nuevo sistema del capitalismo global.

Durante la mayor parte del siglo XX, Estados Unidos y los demás países del norte no promovieron la democracia, sino dictaduras y regímenes autoritarios en Asia, en África, y en América Latina.  Los Somoza, Stroessner, los Duvalier, Pinochet, gobiernos militares de Brasil, Argentina, El Salvador, Guatemala,  regímenes de apartheid y coloniales en África, Marcos en Las Filipinas, Suharto en Indonesia, otras dictaduras en Asia y en otras partes...esta promoción de dictaduras era el mecanismo preferido de Estados Unidos y el Norte de asegurar el control social e influencia política en el Tercer Mundo, es decir, estas dictaduras eran instrumentos predilectos para suprimir las clases populares y sus proyectos alternativos y contra-hegemónicos.

En los años 80, comenzando con Reagan, lanzaron la “promoción de la democracia.”  ¿Por qué este recambio de la política?  Sobre todo, a raíz de la histórica derrota de Estados Unidos en Indochina, hubo un repunte de movimientos democratizadores, populares, y revolucionarios alrededor del mundo.  Frente a este repunte, las dictaduras ya no servían.  Desataban oposición masiva.  Movimientos populares crecían, reclamando la democracia, los derechos humanos, la justicia social, es decir, reclamando cambio fundamental en el orden social.  Y estos movimientos amenazaban con desembocar en revoluciones.

Entonces, el desafío para los grupos dominantes locales y globales era: ¿cómo evitar salidas populares?, ¿cómo efectuar cambios en el sistema político y a la vez preservar el sistema capitalista, el orden social?  ¿Cuál era su solución?: retirar el apoyo a las dictaduras y cambiar las modalidades de dominación política.  Específicamente: intervenir en las luchas democratizadoras populares para refrenar y limitar el alcance del cambio, para mediatizar estas luchas y subordinarlas a la hegemonía de las nuevas elites transnacionalmente orientadas.  En términos teóricos, se produce una transición, en el sentido gramsciano, de la dominación coercitiva por medio de dictaduras a la dominación consensual por medio de lo que ellos llaman la “democracia.”

Algunos de los casos más importantes eran: Nicaragua, Filipinas, Chile, y Haití.  Veamos:

En Nicaragua, el pueblo bajo el liderazgo de los Sandinistas estuvo en insurrección continua entre 1978-1979, lo que provocó en la Casa Blanca un intenso debate.  Un bando insistió en mantener el apoyo a Somoza a toda costa para evitar un triunfo sandinista, mientras el otro recomendó trasladar el apoyo norteamericano a la oposición elitista a Somoza para hacer evitar dicho triunfo.  Prevaleció el primer bando y en julio de 1979 triunfó la revolución sandinista.  Unos años después, el pueblo filipino comenzó a insurreccionarse contra la dictadura de Marcos.  Frente a esta situación pre-revolucionaria, los gobernantes norteamericanos debatieron si debían seguir apoyando a Marcos como lo hacían con Somoza en Nicaragua o si más bien debían trasladar el apoyo a la elite anti-Marcos.  Esta vez asimilaron la lección de Nicaragua y optaron por la segunda opción.  Con el amplio apoyo norteamericano, esa elite filipina se unió alrededor de la figura de Corazón Aquino mientras Marcos huyó al exilio en 1986.  Estados Unidos y sus aliados locales evitaron un resultado popular a la lucha anti-dictatorial, preservando así el orden social elitista y la inserción dependiente de Filipinas en el capitalismo global.

Mientras tanto, en Chile el pueblo perdió su miedo a la dictadura de Pinochet y se lanzó a la calle en una creciente ola de movilizaciones a partir de 1983 bajo el liderazgo de la izquierda.  Estados Unidos se mantuvo firme en su apoyo a Pinochet hasta 1986, año en que, a raíz de la exitosa estrategia en Filipinas, la Casa Blanca decidió efectuar una “transición democrática” en Chile, presionando a Pinochet a organizar un proceso herméticamente controlado desde arriba y desde el exterior, de restauración de la oposición elitista.  Entre 1986 y 1988 dos fuerzas disputaron la hegemonía sobre el movimiento anti-Pinochet: los sectores izquierdistas y populares, y la vieja elite, organizada en la democracia cristiana y varias agrupaciones de la derecha, y ahora firmemente a favor del neo-liberalismo “depurado” de la dictadura.  Como yo he documentado ampliamente en mi libro Promoviendo la Poliarquía, la intervención política norteamericana bajo la retórica de la “promoción de la democracia” fue el factor decisivo en que la elite saliera hegemónica en esta disputa y que se trasladase el poder de la dictadura a ella.

Finalmente en Haití la masa de los pobres se sublevaron contra “Baby Doc” Duvalier y lo ahuyentaron al exilio en Francia en 1986, año en que Washington lanzó amplios programas de “promoción de la democracia” para cultivar y organizar a la pequeña elite – desunida, extremadamente corrupta y oportunista, y careciente de legitimidad alguna ante el pueblo.  Finalmente se realizaron elecciones en 1990 con la expectativa de Washington de que esta elite estaría legitimizada por el voto y pasaría a gobernar en una república neo-liberal.  Pero el plan le salió por la culata; el pueblo organizado en el movimiento “Lavalas” (avalancha, o diluvio, en creol) votó de manera abrumadora por su propio representante popular, el sacerdote Jean Bertrand Aristide.  Como consecuencia, Estados Unidos y sus aliados locales efectuaron el golpe de estado en 1991 (y nuevamente en 2004), ya que los grupos dominantes únicamente favorecen la dominación consensuada cuando esa dominación es capaz de contener a las clases populares y sus proyectos y de resguardar el orden social dominante.

2)                   No están promoviendo dem, sino anti-democracia.

Que la elite transnacional intente enarbolar la bandera de la “democracia” es parte misma de la guerra ideológica.  En realidad, el sistema que promueve se conoce en sociología y en ciencia política como la  poliarquía.  La democracia es poder (cracia) del pueblo (demos).  Significa: la participación de las masas en las decisiones vitales de la vida social y política; una distribución equitativa de los recursos materiales y culturales; que las mayorías tengan acceso a los recursos y las instituciones necesarias para sostener una vida digna.  La democracia es un instrumento de emancipación y humanización.

En realidad, en el siglo XXI, hay una contradicción fundamental entre la democracia y el capitalismo.  Los dos no son compatibles.  ¡No puede haber democracia política junto con dictadura socioeconómica, que es el sello del capitalismo!  Para tener democracia hay que democratizar el orden socio-económico.  Por tanto, la democracia es una  profunda amenaza a los grupos dominantes y su monopolio sobre los recursos socioeconómicos, sobre la propiedad y la riqueza.  Desde luego, Estados Unidos, los grupos dominantes, la elite transnacional no pueden promover la democracia porque es antagónica a sus intereses, antagónica al sistema de capitalismo global.

“La poliarquía que ellos promueven no contempla el fin de la dominación clasista, de poder elitista, de la desigualdad sustantiva.  La definición de la poliarquía es un sistema en el cual un pequeño grupo tiene el verdadero poder y lo administra satisfaciendo los intereses del capital y los grupos pudientes.  En una poliarquía, la participación en la toma de decisiones por parte de mayoría es limitada.  Se reduce a escoger entre candidatos políticos de elites en procesos electorales herméticamente controlados.  En fin, promueven la poliarquía para evitar y suprimir la democracia, y así preservar el orden social capitalista.  La agenda de la elite transnacional tiene dos dimensiones: promoción de la poliarquía y promoción de la globalización capitalista neoliberal.

3)                   ¿Quiénes son las víctimas de la promoción de la poliarquía capitalista? Hay tres categorías de países blancos:

(1)        Países seleccionados para efectuar una “transición” de dictaduras o regímenes autoritarios a regímenes elitistas poliárquicos.  No se trata de “desestabilizar” estos países, sino organizar transición bajo la hegemonía de una elite civil neo-liberal.  Esto era en caso, por ejemplo, en Sud-África a principios de los 90, en Chile bajo Pinochet, en Filipinas bajo Marcos, en Panamá con la invasión norteamericana de 1989, en Haití  bajo los Duvalier, etcétera.  En primera instancia, la nueva estrategia de promoción de la poliarquía se formuló para esta categoría de países.  Una vez funcionando la nueva estrategia, ampliaron el enfoque para incluir como blancos, otras dos categorías de países.

(2)        Países que Washington y la elite transnacional intentan desestabilizar y derrocar.  En estas categorías figuran en años recientes, Nicaragua bajo los Sandinistas, Haití bajo Aristide, Cuba, Venezuela desde 1998, Bolivia desde 2006.  Y fuera de la región latinoamericana, Irán en la actualidad, por ejemplo, y el gobierno de Hamas en los territorios palestinos.  En estos países, los programas de la promoción de la poliarquía, forman parte de los proyectos de agresión, de desestabilización, de campañas contrarrevolucionarias.

(3)     Países donde las fuerzas populares nacionalistas, revolucionarias, o simplemente fuerzas progresistas que cuestionan el orden neoliberal, están en ascenso y representan una posible amenaza al dominio de elite local y agenda transnacional.  En estos países, los programas de promoción de la poliarquía son diseñados para reforzar las elites locales neoliberales, para mediatizar y des-radicalizar las luchas populares, y para evitar que lleguen al poder por elecciones o por otras vías.  En esta categoría, figuran actualmente El Salvador, Colombia, y México, por ejemplo, y también figuraron Bolivia antes de Evo Morales y Venezuela entre el Caracazo de 1989 y la elección de Hugo Chávez en 1998.

4)                   El modus operandi de nueva intervención política.

Los programas de la promoción de la poliarquía operan en varios niveles.  En el primer nivel es el diseño más general, y operan en este nivel las esferas más altas del aparato del estado norteamericano – la Casa Blanca, el Departamento de Estado, El Pentágono, la CIA y otras instancias.  En este nivel, deciden sobre el montaje de programas de promoción de la poliarquía, como componente de la política global hacia el país o región en cuestión.

En el segundo nivel, asignan millones de dólares, repartidos por varios canales (entre ellos, la AID, la Fundación Nacional para la Democracia, conocido por sus siglas en inglés, NED, la CIA, el Departamento de Estado), a una serie de organismos norteamericanos e internacionales estrechamente ligados con el estado y con la política exterior de Washington.  Son numerosos los organismos que reciben fondos para la “promoción de la democracia.”  Entre la larga lista figuran el Instituto Republicano Internacional (IRI) y el Instituto Democrático Nacional para Asuntos Internacionales (NDIIA), brazos oficiales para la política exterior de los partidos Republicano y Demócrata, respectivamente; el Instituto para el Sindicalismo Libre y la Solidaridad Laboral Internacional, entre muchos que podríamos citar.  Todos estos organismos y actores se constituyen en una compleja red norteamericana de intervención política  (la “red”).

En el tercer nivel, esta red intervencionista proporciona “subvenciones” (“grants”) a una serie de grupos afines en el país intervenido.  Estas subvenciones incluyen: financiamiento, dirección, patrocinio político, etcétera.  Cada organismo intervencionista norteamericano se especializa en algún sector determinado de la sociedad en el país intervenido.  Por ejemplo, el IRI y el NDIIA típicamente trabajan con partidos políticos en el país intervenido, el Instituto para el Sindicalismo Libre con las centrales sindicales, etcétera.  La meta es la penetración y el control de la sociedad civil en el país intervenido, ya que los estrategas norteamericanos se han convertido en buenos Gramscianos – saben que para vencer a sus adversarios y para efectuar la dominación, necesitan conquistar la hegemonía en la sociedad civil.

Por tanto, la red intervencionista busca penetrar y captar la sociedad civil en el país intervenido, instrumentalizando una serie de grupos locales, entre ellos: los partidos políticos y coaliciones; los sindicatos y gremios; las cámaras empresariales; los medios de comunicación; las asociaciones cívicas y barriales; los grupos estudiantiles, juveniles, de mujeres; etcétera.  La meta es reforzar organizaciones afines o crear organizaciones paralelas que competirán con las organizaciones de los sectores populares y que intentarán eclipsar los grupos radicales, reforzar la hegemonía de las elites locales, e inculcar la agenda transnacional.  Todos estos grupos se presentarán como “independientes” y “no partidarios” pero en realidad funcionan como instrumentos de la política norteamericana y de la elite transnacional.  Se convierten en agentes internos de la agenda transnacional.

Un indicador poderoso de que un país está sujeto a una operación intervencionista es cuando se produce una verdadera invasión por un ejército norteamericano e internacional de organizaciones no-gubernamentales, de “técnicos”, “consultores”, “expertos”, etcétera.  Realizan programas de “fortalecimiento de los partidos políticos y de la sociedad civil”, de “educación cívica”, de talleres de “capacitación de líderes” y “capacitación de los medios de comunicación”, etcétera.

Bajo el patrocinio norteamericano, los grupos fomentados por la red típicamente se aglutinan en amplias coaliciones, típicamente llamadas “frente cívico”, “coordinadora democrática”, “convergencia democrática”.  Sus juntas directivas se entrelazan.  Se respaldan mutuamente.  Sincronizan su accionar.  Todo dentro del marco del proyecto intervencionista.  La tarea fundamental del proyecto intervencionista es arrebatar el apoyo que tienen entre la población, los dirigentes populares, nacionalistas, o radicales y sus proyectos de transformación social.

Los medios de comunicación integrados a la red intervencionista, dan amplia cubertura a las actividades de la red, exageran su arrastre para dar una imagen de fuerza, etcétera.  Esto es un componente crucial:  se trata de la desinformación mediática, o más precisamente, el uso de medios para llevar a cabo la guerra sicológica, la guerra ideológica.  En esta nueva época de la globalización, los medios juegan un papel primordial en los procesos políticos y sociales, en la batalla para la hegemonía.  Los medios de la red intervencionista utilizan lo que se conoce como:  la propaganda negra; el asesinato de carácter (demonización de sus oponentes); los llamados “blowback” (cuando implantan una información inventada en un medio de comunicación determinado y luego la información es recogida y ampliamente difundida por otros medios locales e internacionales); el uso de lo que el nazi Goebbels llamó la “gran mentira”, etcétera.

El objetivo general de la red es ir desgastando la base social del proyecto contra-hegemónico, del proyecto popular, de “jalar al molino” del proyecto de la elite transnacional a los sectores populares, los descontentos, las capas medias; ir explotando y cosechando las frustraciones y motivos de queja, los agravios legítimos de la población.  Utilizan tácticas cínicas, como: provocaciones; crear “incidentes”; enfrentamientos violentos; desgaste económico (sabotaje, acaparamiento, provocación de escasez); tender “bolas”; avivar un ambiente de inseguridad, incertidumbre, y zozobra.

Sobre todo, la red intervencionista aprovecha de las dificultades económicas que enfrentan los proyectos populares.  Buscan agravar estas dificultades y hacer imposible la mejoría material de las masas, pues los proyectos de transformación popular tienen como razón de ser la resolución de los problemas materiales de los pueblos, y esta razón de ser tiene que ser subvertida.  También aprovechan al máximo, los errores de los dirigentes de base, de los líderes populares y revolucionarios, del oportunismo y de la corrupción dentro del campo popular y dentro del estado y de los partidos revolucionarios.  Incluso buscan fomentar este oportunismo y corrupción, persiguen cultivar aliados “endógenos” a los proyectos populares y revolucionarios.

En la jerga estratégica, todo esto se llama: guerra política, guerra sicológica.

Hay que estar claros:  una vez que las fuerzas populares y revolucionarias pierden la hegemonía en la sociedad civil, el imperio y la elite transnacional prácticamente han triunfado.  Por ejemplo, en Nicaragua, la revolución Sandinista no pudo ser derrotada militarmente.  Los Sandinistas derrotaron a la contrarrevolución armada.  Sin embargo, el sandinismo perdió esa hegemonía dentro de la sociedad entre 1987 y 1990, años en que Estados Unidos pasó a implementar la estrategia de la promoción de la poliarquía.

En cuanto a procesos electorales, éstos dotan a la red intervencionista con la oportunidad de desplegar todos sus instrumentos y recursos, de poner en acción todo el abanico de tácticas y maniobras.  Pero no son omnipotentes.  Cuando los resultados electorales le salen por la culata y ganan candidatos populares, como en los casos de Haití o de Venezuela, de Bolivia y de Palestina, entonces gritan “fraude” con gran fanfarria, montan rápidamente la maquinaria de desinformación, y pasan a la etapa de la desestabilización.

Finalmente en este punto: es de suma importancia destacar que las  nuevas formas de intervención política norteamericana no sustituyen sino se conjugan con todo el abanico de instrumentos intervencionistas norteamericanos e internacionales, entre ellos, la agresión militar, las operaciones encubiertas, el chantaje económico, el sabotaje; el accionar de unidades paramilitares y terroristas; atentados golpistas, etcétera, como son testigos nuestros compañeros cubanos, venezolanos, y bolivianos.

Acordémonos que la hegemonía = consenso blindado por coerción.  A última instancia, la fuerza bruta resguarda el orden en la poliarquía capitalista.

5)                   Actual coyuntura de crisis y Obama

La “promoción de la democracia” e intervencionismo norteamericano continuará.  La elección de Obama tiene mucha importancia en cuanto al desafío que representa un presidente norteamericano afro-descendiente a los cimientos culturales y simbólicos de Estados Unidos y su dominio.  Pero no representa una ruptura con el sistema; más bien permite una relegitimización de este sistema.  Sin embargo, la capacidad intervencionista norteamericana se ha deteriorado por la crisis y la elección de Obama abre nuevos espacios.

Estamos frente a una crisis sistémica.  El “consenso de Washington” se ha roto.  El neoliberalismo está moribundo.  El gran reto de los gobernantes norteamericanos es: ¿cómo enfrentar la crisis?  ¿cómo defender al capitalismo global? ¿cómo estabilizar el sistema global?

Estamos ante una encrucijada con poco precedente, ante disyuntivas, con mucha incertidumbre – caos, en realidad – con muchos peligros y también oportunidades.  Los grandes desafíos para los grupos dominantes norteamericanos son:

·                     ¿Cómo relegitimizar el sistema luego del deterioro de los años de Bush y la acelerada erosión de la hegemonía?;

·                     ¿Cómo sostener el proceso de acumulación global frente a la crisis económica global?;

·                     ¿Cómo refrenar los desafíos contrahegemónicos, sobre todo aquellos que emanan de la zona andina?

La crisis abre nuevas posibilidades para proyectos populares, para hegemonías alternativas, y para procesos de transformación.  Que sepamos aprovechar.

- William I. Robinson: Profesor de Sociología, Universidad de California.  Presentación ante la Conferencia Internacional “Revolución e Intervención en América Latina,” Caracas, 14-15 Noviembre. 2008, auspiciada por Telesur, Patria Grande, y MINCI.

https://www.alainet.org/de/node/131192

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