Midiendo la paz
- Opinión
Un investigador para la paz que desee medir la eficacia de sus instrumentos (mediación, diálogo entre las partes, justicia para todos, equidad en el reparto de recursos, etc.) para resolver conflictos carece de unidades de medida que le faciliten la solución del problema. A veces, ni siquiera sabe qué se entiende por paz, ni cómo comparar la gravedad de los conflictos en términos que todos puedan entender, aunque sólo sea como la escala Ritcher que mide la energía liberada por los terremotos.
Si en los últimos cinco puestos de la clasificación se encuentran, como los países más conflictivos del momento, Israel, Afganistán, Sudán, Somalia e Iraq, por este orden, merece la pena reproducir, también por su orden, los diez países que la encabezan: Islandia, Dinamarca, Noruega, Nueva Zelanda, Japón, Irlanda, Portugal, Finlandia, Luxemburgo y Austria. Es decir, se trata de países relativamente menores, estables y democráticos. Ser una gran potencia no garantiza una menor conflictividad: Francia ocupa el puesto 36º, el Reino Unido el 49º, China el 67º, EEUU el 97º y Rusia el 131º.
España ocupa el 30º lugar, en un rango donde también se hallan Holanda, Rumanía, Australia, Italia y Polonia. Si la valoración relativa de los países tiene cierto interés (el lector que desee consultar la lista completa puede hacerlo en www.visionofhumanity.org , la elección de los parámetros de valoración no deja de estar sometida a críticas bien fundadas. De los 24 parámetros adoptados, cuyos valores se han obtenido de las investigaciones y publicaciones de prestigiosos centros internacionales dedicados a la investigación para la paz, hay algunos de fácil estimación, otros más ambiguos y algunos casi imposibles de valorar.
Si no es difícil medir el número de homicidios, el de personas encarceladas, el de muertos en guerras exteriores o interiores o el gasto militar, a veces resulta más complicado valorar otras cuestiones numéricas, como los datos de importación o exportación de armas o el nivel de modernización de los ejércitos. Y es mucho más arduo evaluar, entre 1 y 5, la facilidad con la que los ciudadanos pueden disponer de armas, la probabilidad de que se produzcan manifestaciones violentas o actos terroristas, o el nivel de desconfianza de los ciudadanos entre sí, por citar sólo unos de los parámetros que constituyen el índice.
También se echan en falta otros aspectos. El trigésimo puesto español empeoraría seguramente si existiera un parámetro que valorara la violencia machista, lo mismo que ocurriría con otros países, sobre todo de Latinoamérica. Tampoco se hace el debido hincapié en ciertas prácticas extendidas de mutilación sexual en países africanos, aunque muchos de éstos se hallan en posiciones tan bajas que poco más podrían descender. Por otra parte, algunos norteamericanos aducen que, cuando la defensa militar de ciertos países —entre ellos, los europeos— descansa en las armas de la superpotencia, es natural que mejoren los índices de éstos, en detrimento del estadounidense.
Alberto Piris
General de Artillería en Reserva
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
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