Vegetarianos sin fronteras
27/12/2007
- Opinión
Nos queda una opción: alimentarnos de productos locales, de temporada y ecológicos
Nuestra dieta actual abusa del consumo de productos de origen animal, y seguramente no somos del todo conscientes de las graves repercusiones que este sobre exceso genera en nuestra salud (un exceso de ingesta de grasas saturadas que favorecen la obesidad) y en la salud del planeta y, de nuevo, sus habitantes.
Para la producción de unas hamburguesas, un bistec, huevos, productos lácteos o unas pechugas de pollo, con los actuales sistemas ganaderos basados en una alimentación intensiva fundamentada en grano y soja, han sido necesarios el uso de muchos recursos finitos. Por ejemplo se requieren 7 litros de petróleo para obtener un kilo de carne de vacuno y unos 3.000 litros de agua para un kilo de pollo. Hasta tal punto llega la demanda de productos de origen animal en nuestra sociedad carnívora que se calcula que entre un tercio y la mitad de la cosecha mundial se dedica al engorde animal. Si pensamos que según la FAO en una hectárea de tierra cultivable dedicada a productos agrarios como patatas o arroz pueden vivir unas 20 personas y sólo dos si esa hectárea se dedica a ganado, entenderemos una de las razones del hambre en el mundo.
Lógicamente los países ricos no tienen espacio agrícola suficiente para los cultivos necesarios para satisfacer a tanto ganado encarcelado, por lo que impulsan o imponen el cultivo para la exportación de grano y soja en los países empobrecidos. Así se genera una presión terrible por la tierra que está provocando el desalojo de miles de pequeñas familias campesinas, la desaparición de muchos puestos de trabajo agrícolas; se amplia la frontera agraria abriendo terrenos en zonas de selva, se contamina y empobrece el territorio por el abuso de pesticidas, se pierde la soberanía alimentaria de muchos pueblos y, eso sí, las agroindustrias globales generan enormes fortunas. El negocio de la soja, por ejemplo, es notorio, el 92% se dedica a alimentación animal. Sólo en 2004 Brasil destinó al monocultivo de soja para exportación el equivalente a 20 veces la extensión de Euskadi.
En este contexto se enmarcan los cultivos transgénicos de soja o maíz. Sólo buscando aumentar aún más los ingresos se desarrollan semillas transgénicas de lo que será finalmente alimento para el ganado. Es obvio que aquí el discurso de las empresas e investigadores que promocionan los OGM, «para combatir el hambre», es un embuste. Realmente los millones de hectáreas plantadas de maíz y soja transgénica han estado destinadas a alimentar animales que sólo algunos comeremos. Ahora, con el desarrollo de los agrocombustibles, deberán competir animales con automóviles. Comestibles contra combustibles.
Así pues, sepamos que los carnívoros, yo entre ellos, si no moderamos nuestro consumo, somos parte de una maquinaria perversa. Pero además de vivir poco informados de estas realidades, vivimos engañados. Las normativas actuales de etiquetado de estos alimentos no obligan a las empresas a explicitar con qué cereales o leguminosas han sido alimentadas las gallinas o cerdos que han contribuido a nuestro huevo frito con chorizo. Y evidentemente han sido alimentados con soja o maíz transgénico que está llegando de alguna forma a nuestro organismo, cuando aún no se han investigado a fondo los problemas de salud que podrían generar.
Pero nos queda una opción: alimentarnos de productos locales, de temporada y ecológicos, sabedores que el beneficio económico llega a pequeños productores que desarrollan una agricultura sostenible y respetuosa con el medio ambiente... a no ser que cerca de esa granja y de ese huerto se encuentren parcelas cultivadas con semillas transgénicas y que, por falta de una regulación exigente, pueden convertirse en contaminantes de nuestro último refugio.
- Gustavo Duch Guillot es director de Veterinarios sin Fronteras (España)
http://www.veterinariossinfronteras.org
Nuestra dieta actual abusa del consumo de productos de origen animal, y seguramente no somos del todo conscientes de las graves repercusiones que este sobre exceso genera en nuestra salud (un exceso de ingesta de grasas saturadas que favorecen la obesidad) y en la salud del planeta y, de nuevo, sus habitantes.
Para la producción de unas hamburguesas, un bistec, huevos, productos lácteos o unas pechugas de pollo, con los actuales sistemas ganaderos basados en una alimentación intensiva fundamentada en grano y soja, han sido necesarios el uso de muchos recursos finitos. Por ejemplo se requieren 7 litros de petróleo para obtener un kilo de carne de vacuno y unos 3.000 litros de agua para un kilo de pollo. Hasta tal punto llega la demanda de productos de origen animal en nuestra sociedad carnívora que se calcula que entre un tercio y la mitad de la cosecha mundial se dedica al engorde animal. Si pensamos que según la FAO en una hectárea de tierra cultivable dedicada a productos agrarios como patatas o arroz pueden vivir unas 20 personas y sólo dos si esa hectárea se dedica a ganado, entenderemos una de las razones del hambre en el mundo.
Lógicamente los países ricos no tienen espacio agrícola suficiente para los cultivos necesarios para satisfacer a tanto ganado encarcelado, por lo que impulsan o imponen el cultivo para la exportación de grano y soja en los países empobrecidos. Así se genera una presión terrible por la tierra que está provocando el desalojo de miles de pequeñas familias campesinas, la desaparición de muchos puestos de trabajo agrícolas; se amplia la frontera agraria abriendo terrenos en zonas de selva, se contamina y empobrece el territorio por el abuso de pesticidas, se pierde la soberanía alimentaria de muchos pueblos y, eso sí, las agroindustrias globales generan enormes fortunas. El negocio de la soja, por ejemplo, es notorio, el 92% se dedica a alimentación animal. Sólo en 2004 Brasil destinó al monocultivo de soja para exportación el equivalente a 20 veces la extensión de Euskadi.
En este contexto se enmarcan los cultivos transgénicos de soja o maíz. Sólo buscando aumentar aún más los ingresos se desarrollan semillas transgénicas de lo que será finalmente alimento para el ganado. Es obvio que aquí el discurso de las empresas e investigadores que promocionan los OGM, «para combatir el hambre», es un embuste. Realmente los millones de hectáreas plantadas de maíz y soja transgénica han estado destinadas a alimentar animales que sólo algunos comeremos. Ahora, con el desarrollo de los agrocombustibles, deberán competir animales con automóviles. Comestibles contra combustibles.
Así pues, sepamos que los carnívoros, yo entre ellos, si no moderamos nuestro consumo, somos parte de una maquinaria perversa. Pero además de vivir poco informados de estas realidades, vivimos engañados. Las normativas actuales de etiquetado de estos alimentos no obligan a las empresas a explicitar con qué cereales o leguminosas han sido alimentadas las gallinas o cerdos que han contribuido a nuestro huevo frito con chorizo. Y evidentemente han sido alimentados con soja o maíz transgénico que está llegando de alguna forma a nuestro organismo, cuando aún no se han investigado a fondo los problemas de salud que podrían generar.
Pero nos queda una opción: alimentarnos de productos locales, de temporada y ecológicos, sabedores que el beneficio económico llega a pequeños productores que desarrollan una agricultura sostenible y respetuosa con el medio ambiente... a no ser que cerca de esa granja y de ese huerto se encuentren parcelas cultivadas con semillas transgénicas y que, por falta de una regulación exigente, pueden convertirse en contaminantes de nuestro último refugio.
- Gustavo Duch Guillot es director de Veterinarios sin Fronteras (España)
http://www.veterinariossinfronteras.org
https://www.alainet.org/de/node/124984?language=en
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