En el aire escribo la palabra Palestina
31/12/2007
- Opinión
Tres presidentes en apuros se reunieron en la ciudad norteamericana de Annapolis, dicen que para hacer avanzar la paz entre palestinos e israelíes. En realidad la Conferencia fue la escenificación de una superficial obra de teatro, con malos actores, cuyo desenlace no merece otra cosa que el abucheo internacional. En realidad, más allá del ruido de la propaganda, el primer ministro israelí Ehud Olmert había prometido a su gobierno de coalición que no negociaría ningún tema sensible a los intereses de Israel y que no aceptaría otra cosa que una vaga declaración y un calendario que inmediatamente después puso en cuestión. Para el presidente Bush, necesitado como está de una botella de oxígeno para respirar en el ambiente de pólvora en que se mueve, la Conferencia de Annapolis era –emulando a Clinton en Camp David- su ocasión de aparecer con un ramo de olivo ante los países árabes y ante un occidente un poco harto de su militarismo. Él ha vendido la idea de una hoja de ruta que permita un acuerdo definitivo antes del fin de su mandato, algo en lo que ya ha dejado de creer, ya que no es precisamente un presidente de altas convicciones diplomáticas. Mahmoud Abbas, el presidente palestino, era el actor más esperado y al que había que intentar colarle todos los goles posibles. No en vano era el más débil y necesitado. El propio Jerusalem Post en su edición del 28 de noviembre afirmaba: “Mahmud Abbas tiene muy poco que ofrecer a Israel para alcanzar un acuerdo”. Abbas estuvo a punto de no firmar la declaración por su vacío de contenido, pero cedió a las presiones tras algunas enmiendas de bajo perfil.
Abbas fue Annapolis sin pueblo, sin nación. Lo hizo incluso sin el visto bueno de una parte significativa de las bases de su partido Al Fatah. Pero él sabe que su presidencia hoy por hoy se sostiene básicamente por el apoyo externo y que después de Annapolis vendría la conferencia de donantes de París con 5.000 millones de dólares para las arcas de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), con destino principal a las fuerzas de seguridad que le aseguran el control político sobre Cisjordania. Otra cosa es Gaza, en manos de Hamás. De modo que Abbas se presentó en Annapolis, a sabiendas que el resultado no sería un avance sustancial hacia la paz, sino más bien una definición de campos que deja en el lado de la guerra –como bien dice el intelectual israelí Michel Warschawski- a Hamás, Irán, Líbano y Hezbolá.
La Hoja de Ruta rescatada en Annapolis propone un año de negociaciones, matizando que su realización parte de la condición del fin de las acciones terroristas por fuerzas palestinas, lo que equivale a decir que el proceso de paz queda finalmente en manos de la mejor o peor voluntad de organizaciones o grupos palestinos, e incluso de los servicios secretos israelíes tan hábiles en la preparación de atentados que puedan ser atribuidos a otros. La condición tiene otra lectura: obliga a la ANP a emprender una acción represiva permanente contra una parte de la población palestina que sigue resistiendo al ocupante por la vía armada. Pero incluso aun cuando esta represión sea eficaz en Cisjordania ¿cómo sujetar a Hamás en Gaza? Mal comienzo para un proceso de paz. Pero lo cierto es que las cosas empeoran cuando a la par que los tres presidentes se reúnen en Annapolis el ejército israelí sigue matando en Gaza y Cisjordania, y la propia policía bajo mando de la ANP reprime brutalmente manifestaciones en Naplus, Ramala y Hebrón, con especial saña en esta última población palestina. Las manifestaciones pusieron en entre dicho la verdadera representación de Abbas en la cumbre.
En Annapolis no se consideró siquiera la oferta de la Liga Araba de normalización de las relaciones entre Israel y sus vecinos árabes, sobre bases recíprocas: el reconocimiento de Israel y la retirada de éste a las fronteras de 1967. Por el contrario, la declaración indica que las conversaciones tendrán como árbitro únicamente a Estados Unidos -ni siquiera al cuarteto formado por EE.UU, Unión Europea, ONU y Rusia-. Con ello, Estados Unidos se reserva la interpretación de la Hoja de Ruta y la vigilancia de los comportamientos de las partes. Es como poner a la zorra al cuidado del gallinero. Con semejante árbitro no es de extrañar que en paralelo a las primeras negociaciones israelo-palestinas después de Annapolis, el gobierno de Olmert anuncie la continuidad de la judaización de Palestina con un nuevo proyecto de más de diez mil viviendas de lo que será una colonia religiosa judía en Jerusalén Este. “Deseamos a los árabes una Feliz expulsión” dice una pancarta estos días en la ciudad israelí de Jaffa donde viven 20.000 palestinos, dejando así muy clara que la voluntad sionista de limpieza étnica sigue su curso.
Y, mientras todo esto sucede, mis pensamientos se detienen en el drama interno palestino. Lo más urgente es recuperar la unidad nacional. Una nación pequeña y ocupada necesita estar muy unida y actuar con mucha inteligencia para avanzar hacia el pleno logro de sus derechos. Fracturada, enfrentada con una violencia sectaria, sólo puede poner en peligro su agenda nacional y su supervivencia. Creo que son urgentes tres pasos: a) poner fin a los enfrentamientos armados entre Fatah y Hamás; b) unirse contra el bloqueo que sufre la población de Gaza por parte de Israel y por el boicot de la ayuda internacional; c) recuperar la agenda nacional y encontrar puntos fuertes de unión en cuanto a la estrategia para afrontar el conflicto y lograr una paz justa. Es urgente volver a escribir la palabra Palestina como símbolo que es de una causa de toda la humanidad; Palestina como palabra que designa a un pueblo unido contra el último colonialismo; Palestina, palabra escrita en las paredes, en los poemas, en un brazo tatuado, en el aire, como se escribe la palabra Libertad.
Abbas fue Annapolis sin pueblo, sin nación. Lo hizo incluso sin el visto bueno de una parte significativa de las bases de su partido Al Fatah. Pero él sabe que su presidencia hoy por hoy se sostiene básicamente por el apoyo externo y que después de Annapolis vendría la conferencia de donantes de París con 5.000 millones de dólares para las arcas de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), con destino principal a las fuerzas de seguridad que le aseguran el control político sobre Cisjordania. Otra cosa es Gaza, en manos de Hamás. De modo que Abbas se presentó en Annapolis, a sabiendas que el resultado no sería un avance sustancial hacia la paz, sino más bien una definición de campos que deja en el lado de la guerra –como bien dice el intelectual israelí Michel Warschawski- a Hamás, Irán, Líbano y Hezbolá.
La Hoja de Ruta rescatada en Annapolis propone un año de negociaciones, matizando que su realización parte de la condición del fin de las acciones terroristas por fuerzas palestinas, lo que equivale a decir que el proceso de paz queda finalmente en manos de la mejor o peor voluntad de organizaciones o grupos palestinos, e incluso de los servicios secretos israelíes tan hábiles en la preparación de atentados que puedan ser atribuidos a otros. La condición tiene otra lectura: obliga a la ANP a emprender una acción represiva permanente contra una parte de la población palestina que sigue resistiendo al ocupante por la vía armada. Pero incluso aun cuando esta represión sea eficaz en Cisjordania ¿cómo sujetar a Hamás en Gaza? Mal comienzo para un proceso de paz. Pero lo cierto es que las cosas empeoran cuando a la par que los tres presidentes se reúnen en Annapolis el ejército israelí sigue matando en Gaza y Cisjordania, y la propia policía bajo mando de la ANP reprime brutalmente manifestaciones en Naplus, Ramala y Hebrón, con especial saña en esta última población palestina. Las manifestaciones pusieron en entre dicho la verdadera representación de Abbas en la cumbre.
En Annapolis no se consideró siquiera la oferta de la Liga Araba de normalización de las relaciones entre Israel y sus vecinos árabes, sobre bases recíprocas: el reconocimiento de Israel y la retirada de éste a las fronteras de 1967. Por el contrario, la declaración indica que las conversaciones tendrán como árbitro únicamente a Estados Unidos -ni siquiera al cuarteto formado por EE.UU, Unión Europea, ONU y Rusia-. Con ello, Estados Unidos se reserva la interpretación de la Hoja de Ruta y la vigilancia de los comportamientos de las partes. Es como poner a la zorra al cuidado del gallinero. Con semejante árbitro no es de extrañar que en paralelo a las primeras negociaciones israelo-palestinas después de Annapolis, el gobierno de Olmert anuncie la continuidad de la judaización de Palestina con un nuevo proyecto de más de diez mil viviendas de lo que será una colonia religiosa judía en Jerusalén Este. “Deseamos a los árabes una Feliz expulsión” dice una pancarta estos días en la ciudad israelí de Jaffa donde viven 20.000 palestinos, dejando así muy clara que la voluntad sionista de limpieza étnica sigue su curso.
Y, mientras todo esto sucede, mis pensamientos se detienen en el drama interno palestino. Lo más urgente es recuperar la unidad nacional. Una nación pequeña y ocupada necesita estar muy unida y actuar con mucha inteligencia para avanzar hacia el pleno logro de sus derechos. Fracturada, enfrentada con una violencia sectaria, sólo puede poner en peligro su agenda nacional y su supervivencia. Creo que son urgentes tres pasos: a) poner fin a los enfrentamientos armados entre Fatah y Hamás; b) unirse contra el bloqueo que sufre la población de Gaza por parte de Israel y por el boicot de la ayuda internacional; c) recuperar la agenda nacional y encontrar puntos fuertes de unión en cuanto a la estrategia para afrontar el conflicto y lograr una paz justa. Es urgente volver a escribir la palabra Palestina como símbolo que es de una causa de toda la humanidad; Palestina como palabra que designa a un pueblo unido contra el último colonialismo; Palestina, palabra escrita en las paredes, en los poemas, en un brazo tatuado, en el aire, como se escribe la palabra Libertad.
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