Anápolis: entre el caos y la “paz justa”
23/11/2007
- Opinión
Las Cancillerías y los medios de comunicación internacionales, en los últimos días, centran sus baterías en Anápolis, la capital del Estado de Maryland, que a partir del próximo día 27, albergará la Conferencia de Paz en Oriente Medio. Este acontecimiento fue anunciado por el inquilino de la Casa Blanca allá por el mes de julio, cuando la mayoría de los politólogos dirigía sus miradas hacia Turquía, escenario del primer éxito de los llamados “islamistas moderados”, empeñados en retocar por vía pacífica, las estructuras laicas del edificio republicano ideado en los años 20 del siglo pasado por Mustafá Kemal Atatürk.
El Presidente Bush aludió en su primera intervención a la celebración de meras consultas sobre la situación en Oriente Medio; la idea de una conferencia internacional fue tomando cuerpo durante los primeros meses del otoño, coincidiendo con los viajes de la Secretaria de Estado, Condoleezza Rice, a la zona. La evaluación hecha en aquel entonces por la jefa de la diplomacia estadounidense resultaba más bien pesimista. Rice pudo comprobar in situ el sinfín de problemas pendientes, de reacciones contradictorias de todas las partes en el conflicto. No se trataba sólo de las posturas de Israel y la Autoridad Nacional Palestina (ANP), sino también y ante todo de las múltiples reticencias formuladas por Arabia Saudita, Líbano, Siria y Jordania, países interesados en la elaboración de un acuerdo de paz israelo-palestino. Para los estadistas árabes el aislamiento de Hamas en la Franja de Gaza, ideado por Israel con el apoyo de Estados Unidos, constituye otro factor de discordia en el ya de por sí inestable panorama político regional.
Señala el columnista del rotativo español ABC, que el polvorín de Gaza podría convertirse en la chispa de un nuevo conflicto con riesgo de contagio, como sucedió en Europa en 1914. Sin embargo, la Administración Bush apuesta por la presencia de medio centenar de Gobiernos e instituciones internacionales y regionales en la cita de Anápolis, barajando probablemente dos opciones: el éxito compartido o un fracaso que la totalidad de los huéspedes debería asumir. La cita de Anápolis debería permitir a los interlocutores, exótico cóctel de naciones, que recuerda más una conferencia auspiciada por las Naciones Unidas que un intento de mediación de la única superpotencia mundial, hacer el inventario de los asuntos pendientes y tratar de buscar nuevos puntos de partida para posibles consultas venideras.
En el ámbito de las relaciones israelo-palestinas, es preciso hacer hincapié en las hasta ahora insolubles cuestiones relacionadas con el estatuto de Jerusalén, el derecho de retorno de los refugiados, el desmantelamiento de los asentamientos judíos de Cisjordania, la delimitación de las fronteras entre Israel y los territorios palestinos, las comunicaciones y el tránsito de personas y mercancías, etc.
A ello se debe sumar un acuerdo marco de convivencia y cooperación a escala regional, basado en la iniciativa de Arabia Saudita, avalada por el conjunto de los miembros de la Liga Árabe. Asimismo, cabe destacar el hecho de que algunos países de la zona, como Siria, por ejemplo, son partidarios de una solución global del conflicto, que implique la celebración de consultas entre Israel y la totalidad de los países vecinos.
Y si la nutrida participación árabe en esta cumbre sirve para reforzar la postura negociadora de Mahmud Abbas, los protagonistas son conscientes de que Tel Aviv y Washington llevan la voz cantante. En efecto, desde la firma, en septiembre de 1993, de los Acuerdos de Oslo, Israel ha aprovechado el pretexto del “terrorismo palestino” para obstaculizar la celebración de consultas bilaterales con la ANP. Los sucesivos Gobiernos hebreos se han negado a abordar la cuestión de las fronteras entre los dos Estados, judío y palestino, el desmantelamiento de facto de los asentamientos de Cisjordania, la devolución de los territorios situados de el valle del Jordán o la retirada israelí a las fronteras de 1967.
Todos los intentos de marginar a los palestinos contaron con el apoyo del ejecutivo y el legislativo estadounidenses. En estas circunstancias, parece difícil contemplar la posibilidad de una “paz justa” en la región. El mero eufemismo – “paz justa” – parece un disparate. ¿Se puede garantizar la convivencia intercomunitaria, la estabilidad regional, mediante una “paz injusta”? En este contexto, cabe preguntarse si la reunión de Anápolis no empieza con malos augurios.
Adrián Mac Liman
Analista político internacional
El Presidente Bush aludió en su primera intervención a la celebración de meras consultas sobre la situación en Oriente Medio; la idea de una conferencia internacional fue tomando cuerpo durante los primeros meses del otoño, coincidiendo con los viajes de la Secretaria de Estado, Condoleezza Rice, a la zona. La evaluación hecha en aquel entonces por la jefa de la diplomacia estadounidense resultaba más bien pesimista. Rice pudo comprobar in situ el sinfín de problemas pendientes, de reacciones contradictorias de todas las partes en el conflicto. No se trataba sólo de las posturas de Israel y la Autoridad Nacional Palestina (ANP), sino también y ante todo de las múltiples reticencias formuladas por Arabia Saudita, Líbano, Siria y Jordania, países interesados en la elaboración de un acuerdo de paz israelo-palestino. Para los estadistas árabes el aislamiento de Hamas en la Franja de Gaza, ideado por Israel con el apoyo de Estados Unidos, constituye otro factor de discordia en el ya de por sí inestable panorama político regional.
Señala el columnista del rotativo español ABC, que el polvorín de Gaza podría convertirse en la chispa de un nuevo conflicto con riesgo de contagio, como sucedió en Europa en 1914. Sin embargo, la Administración Bush apuesta por la presencia de medio centenar de Gobiernos e instituciones internacionales y regionales en la cita de Anápolis, barajando probablemente dos opciones: el éxito compartido o un fracaso que la totalidad de los huéspedes debería asumir. La cita de Anápolis debería permitir a los interlocutores, exótico cóctel de naciones, que recuerda más una conferencia auspiciada por las Naciones Unidas que un intento de mediación de la única superpotencia mundial, hacer el inventario de los asuntos pendientes y tratar de buscar nuevos puntos de partida para posibles consultas venideras.
En el ámbito de las relaciones israelo-palestinas, es preciso hacer hincapié en las hasta ahora insolubles cuestiones relacionadas con el estatuto de Jerusalén, el derecho de retorno de los refugiados, el desmantelamiento de los asentamientos judíos de Cisjordania, la delimitación de las fronteras entre Israel y los territorios palestinos, las comunicaciones y el tránsito de personas y mercancías, etc.
A ello se debe sumar un acuerdo marco de convivencia y cooperación a escala regional, basado en la iniciativa de Arabia Saudita, avalada por el conjunto de los miembros de la Liga Árabe. Asimismo, cabe destacar el hecho de que algunos países de la zona, como Siria, por ejemplo, son partidarios de una solución global del conflicto, que implique la celebración de consultas entre Israel y la totalidad de los países vecinos.
Y si la nutrida participación árabe en esta cumbre sirve para reforzar la postura negociadora de Mahmud Abbas, los protagonistas son conscientes de que Tel Aviv y Washington llevan la voz cantante. En efecto, desde la firma, en septiembre de 1993, de los Acuerdos de Oslo, Israel ha aprovechado el pretexto del “terrorismo palestino” para obstaculizar la celebración de consultas bilaterales con la ANP. Los sucesivos Gobiernos hebreos se han negado a abordar la cuestión de las fronteras entre los dos Estados, judío y palestino, el desmantelamiento de facto de los asentamientos de Cisjordania, la devolución de los territorios situados de el valle del Jordán o la retirada israelí a las fronteras de 1967.
Todos los intentos de marginar a los palestinos contaron con el apoyo del ejecutivo y el legislativo estadounidenses. En estas circunstancias, parece difícil contemplar la posibilidad de una “paz justa” en la región. El mero eufemismo – “paz justa” – parece un disparate. ¿Se puede garantizar la convivencia intercomunitaria, la estabilidad regional, mediante una “paz injusta”? En este contexto, cabe preguntarse si la reunión de Anápolis no empieza con malos augurios.
Adrián Mac Liman
Analista político internacional
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
ccs@solidarios.org.es
www.solidarios.org.es
https://www.alainet.org/de/node/124398?language=es
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