Ilegal intercepción de las comunicaciones
23/08/2006
- Opinión
Detrás de las pinchaduras, como de costumbre, está el único imperio
del mal
El presidente de la Comisión de Derechos Humanos de Diputados se
presentó ante la justicia denunciando la pinchadura de sus teléfonos.
Puede ser otra oportunidad para investigar y demostrar que el hilo
conductor del espionaje lleva a Washington.
Vivimos en una sociedad espiada por distintos servicios, que actúan
con móviles políticos, comerciales y militares. No se trata de una
característica única de Argentina sino más general, contemporánea. Los
que llevan la delantera en la materia son las autoridades
estadounidenses, que ya punteaban con comodidad antes del 11 de
setiembre de 2001 y desde entonces elevaron su paranoia a la enésima
potencia.
Siguiendo la lógica represiva denunciada por Bertolt Brecht (“Primero
se llevaron a los comunistas pero a mí no me importó…”), George Bush
empezó por perseguir a los extranjeros sospechosos de simpatizar con
Osama Bin Laden. Y siguió espiando a todo el mundo, incluso a varios
miles de estadounidenses, tal como reveló hace meses el The New York
Times.
Ese espionaje masivo sobre los ciudadanos siguió directivas de Bush y
utilizó programas de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA). La
agencia estaba dirigida por el general Michael Hayden, promovido este
año a la máxima conducción de la CIA en reconocimiento de los
“méritos” acumulados.
Hasta ese momento se sabía que las redes de espionaje mundial operadas
por los estadounidenses tenían dos canales. Uno es el Echelon, basado
en estaciones de escucha, bases y satélites, que data de muchos años y
cuenta con la colaboración del Reino Unido, Nueva Zelanda y otros
países. Otro, doméstico y operado por el FBI, es el programa Carnívoro,
que escanea millones de conversaciones telefónicas, mails y otras
formas de comunicación buscando determinadas expresiones.
Después de 2001, la utilización de esas y otras formas de espionaje se
hizo moneda corriente. Legalmente abrió el paraguas de la “Ley
Patriótica”, para evitar demoras como la autorización judicial y otras
minucias. Pero los espías norteamericanos han ido más allá de lo
permitido por esa ley parida en la peor época de nazionalismo de la
Casa Blanca.
En junio de este año el diario neoyorquino citado publicó que la
administración Bush espiaba los movimientos bancarios de todo el
planeta. Lo hacía tras presionar a un organismo financiero, Swift, con
asiento en Bruselas, que centraliza los movimientos de 7.800 bancos.
La excusa de Bush fue que necesitaba descubrir los fondos del
terrorismo internacional pero lo concreto es que todas las
transferencias, saldos, colocaciones y pagos hechos en todo el mundo
estaban en poder de la CIA y el Departamento del Tesoro sin
autorización de los interesados.
No hace falta ser un genio para darse cuenta que la “guerra contra el
terrorismo” era parte de un espionaje útil a la pugna financiera y
comercial. Iría en beneficio de las ofertas de las multinacionales de
USA en licitaciones en detrimento de los monopolios rivales europeos,
asiáticos, etc.
Pinchando líneas
En Argentina la pinchadura de los teléfonos ha sido una materia básica
que debían cursar los aprendices de espías de la Side y otros
servicios. Siendo malo, no dejaba de tener una ventaja para la
humanidad de los espiados: en la época de la dictadura videlista, la
recolección de “inteligencia” se hacía masacrando cuerpos en los
centros de exterminio y sacándoles información.
El blanco del espionaje fue siempre el movimiento popular, los
sindicatos combativos y la izquierda. Que ahora se quejen de las
pinchaduras de teléfonos elementos de centro y derecha como Roberto
Lavagna, Mauricio Macri y Juan Carlos Blumberg habla de una
“democratización” de la práctica. Ahora les toca a ellos, de ser
ciertas sus denuncias.
En algunos casos la práctica estaría a cargo de la Side, que ya en
tiempos de Carlos Menem reforzó sus partidas y adquirió equipos de
última generación en Estados Unidos.
Entre nosotros opera la estación de la CIA, que hasta 2005 estaba a
cargo de James Oliver Inder. Puede actuar en forma directa o
tercerizando tareas mediante agencias de seguridad como Kroll, de
EE.UU., que contó con el asesoramiento del coronel Oliver North –
implicado en el caso Irán-contras- para instalar su filial en Buenos
Aires. También hay fuertes indicios de la actividad del Mossad israelí,
mientras firmas israelitas como SIA (Security and Intelligence
Advising) actúan en la superficie.
Hay que aclarar que los servicios secretos extranjeros no hacen su
trabajo aisladamente. A los israelíes, por ejemplo, les sirvió en
forma extraordinaria que el ministro del Interior, Aníbal Fernández,
viajara a Tel Aviv en 2005 y se reuniera con el entonces premier Ariel
Sharon y el jefe de la policía secreta Shin Bet. Lo mismo con los
preacuerdos firmados ese mismo año por el ex secretario de
Comunicaciones, Guillermo Moreno, con las empresas de telefonía
israelitas, o los compromisos del gobernador José Manuel de la Sota
para adquirir armas y contratar el adiestramiento de las fuerzas de
seguridad cordobesas.
Los norteamericanos lo hacen a mayor escala al realizar ejercicios
militares conjuntos como el Unitas, auspiciar “misiones de paz” como
la Minustah en Haití, sostener los programas de capacitación policial
del FBI y fomentar un comando conjunto de vigilancia antiterrorista en
la Triple Frontera.
Contra Bancos y diputados
Queda claro entonces que el espionaje ilegal no practica en otros
confines del mundo alejados de nuestro territorio. Los televidentes
que vieron el envío inicial de Blog, de Daniel Tognetti, ya saben que
los teléfonos del diputado Remo Carlotto, presidente de la Comisión de
Derechos Humanos, están intervenidos. Así están las líneas fijas y sus
celulares, según comprobó una inspección de técnicos del Programa de
Seguridad Informática de la Universidad de Buenos Aires.
El peritaje fue concluyente: esas líneas están intervenidas por un
equipo satelital que aparece registrado como propiedad de la Agencia
de Seguridad Nacional de EE.UU. Otras 48.000 líneas telefónicas están
pinchadas.
El afectado, con sus pruebas, concurrió la semana pasada ante el juez
Claudio Bonadío, un trámite que no hicieron ni Lavagna ni Macri.
Tampoco se salvan de las pinchaduras los mails e Internet. En mayo
último se detectaron intrusiones en las casillas de correos del juez
Daniel Rafecas; los periodistas Daniel Santoro, Ernesto Tenembaum y
Luis Majul; el miembro de la Corte Suprema Raúl Zaffaroni y el
destituido jefe de gobierno Aníbal Ibarra, entre otros.
El contenido de esa correspondencia electrónica, real o supuesto, fue
subido luego a links, aparentemente desde Miami. El derechista
Servicio Privado de Informaciones (Seprin) se encargó de difundir la
existencia de esos sitios para que no quedara nadie sin visitarlos.
La succión de información bancaria puesta al descubierto en Estados
Unidos también se verificó en Buenos Aires. La Asociación de Bancos
Privados y Públicos de la República Argentina (Abappra) encomendó un
trabajo a los técnicos de la UBA y la UTN. Así se supo en junio último
que al menos cuatro bancos internacionales, dos estatales y cuatro
privados nacionales habían sido espiados por la CIA y el Tesoro yanqui.
Lo más triste de todo es el rol del gobierno de Néstor Kirchner en
esta historia.
El especialista en informática Ariel Garbatz alertó en mayo que las
autoridades nacionales no dan apoyo al Plan Nacional de Seguridad
Electrónica.
El embajador norteamericano Lino Gutiérrez se fue de Buenos Aires
agradeciendo la colaboración de Martín Redrado, titular del Banco
Central, en proporcionar la información bancaria “antiterrorista”. El
diplomático acompañó al secretario adjunto del Tesoro para asuntos
financieros antiterroristas, Patrick O´Brien, a entrevistarse con
Felisa Miceli en el despacho de ésta. Pocas semanas después se supo
que los teléfonos de la ministra estaban intervenidos por un equipo
Applied Signal Technology ATS modelo 128 de los utilizados por la NSA.
Fuente: www.laarena.com.ar
https://www.alainet.org/de/node/116709
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