Brasil: Una crisis de destino
27/06/2005
- Opinión
No bastó ignorar las promesas de transformación social,
abandonadas en las tarimas electorales. Tampoco fue
suficiente profundizar la política económica conservadora de
su antecesor, Fernando Henrique Cardoso (FHC), ni entregar
ministerios a representantes del mercado financiero y del
agronegocio. Todos esos retrocesos ideológicos no bastaron
para que el presidente Lula mantenga una relación estable con
la derecha brasileña. Por el contrario, la actual crisis
política brasileña muestra que entre un neoliberal y otro
neoliberal, la élite prefiere el original.
Por lo menos, tres aspectos dibujan el escenario de fondo de
este momento de inestabilidad. El primero es la proximidad de
las elecciones en 2006, la disputa por el poder con el Partido
Socialdemócrata de Brasil, PSDB, (de FHC) y los intereses
estadounidenses en América Latina. El segundo aspecto se
refiere a los percances de una gestión enfocada en el
mantenimiento de la gobernabilidad por medio de alianzas con
los sectores más conservadores y reaccionarios de la política
brasileña. Por fin, el tercer aspecto tiene que ver con las
consecuencias de un gobierno que no tiene proyecto de nación,
solo de poder, y que se olvidó de construir una base sólida de
apoyo popular, distanciándose de los movimientos sociales.
Frente a este escenario, las principales organizaciones
populares brasileñas decidieron hacer una apuesta decisiva.
El 21 de junio, el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra
(MST), la Central Única de los Trabajadores (CUT), la Unión
Nacional de los Estudiantes (UNE), junto con otras entidades,
lanzaron la "Carta al Pueblo Brasileño". No por casualidad,
el documento tiene el mismo nombre de otra carta escrita por
el entonces candidato Lula, en el auge de su campaña
electoral, en junio de 2002, buscando tranquilizar a los
mercados financieros y a la élite sobre un futuro gobierno del
PT. En ese momento, el documento fue interpretado como uno
retroceso frente a las amenazas golpistas de la derecha de
crear un clima de inestabilidad en el país (fuga de capitales,
explosión de la cotización del dólar, etc.). El llamado
"golpismo cotidiano", expresión del sociólogo Emir Sader.
Tres años después, las principales organizaciones sociales
brasileñas se unificaron en la Coordinación de los Movimientos
Sociales (CMS) y ofrecieron apoyo al presidente Lula,
nuevamente acorralado por la derecha. Pero, a cambio, están
exigiendo transformaciones estructurales en su gobierno, sobre
todo, en la política económica. Si las reivindicaciones serán
aceptadas, sólo lo dirá el poder de movilización popular de
esas organizaciones.
FHC-Kissinger
El 23 de febrero de 2005, el ex-presidente Fernando Henrique
Cardoso ofreció una emblemática conferencia en Washington,
invitado por el ex-secretario de Estado, Henry Kissinger. En
esa oportunidad, como reveló el periodista José Arbex Jr., FHC
exaltó la actuación de Kissinger en la formulación de la
política externa estadounidense de los años 70. Ese ex-
funcionario del gobierno de los EUA, a quién FHC llamó "viejo
amigo", fue un de los mentalizadores del golpe militar contra
el gobierno socialista de Salvador Allende, en Chile, sólo
para citar un ejemplo de su "honrada" biografía. Un detalle:
Allende, muerto en el ataque al Palacio La Moneda, acogió a
FHC y le concedió asilo, en la época del golpe militar en
Brasil (1964).
Dos días después de la conferencia, el Financial Times informó
que se estaba creando un grupo de seguimiento de América
Latina que pedía mayor presencia de Estados Unidos en la
región. Bajo el liderazgo de FHC y de Carla Hills (ex-
representante comercial estadounidense), ese grupo señaló como
riesgos el ascenso de gobiernos de izquierda en el continente
y reclamó una acción más vigorosa de los estadounidenses para
evitar que el gobierno de Hugo Chávez contaminara todo el
continente.
Esos dos hechos anteceden a la crisis brasileña, que estalló a
mediados de mayo con la divulgación por la revista Veja de una
denuncia de corrupción en la empresa estatal Los Correos. La
publicación semanal, abiertamente neoliberal, es la más leída
del país (más de 1 millón de tirada) y estuvo con FHC durante
los ocho años de su mandato presidencial. Cierta vez, Roberto
Civita, el dueño del grupo Abril, que edita la revista, dijo:
"Piensan que Abril apoya el programa de gobierno del Fernando
Henrique. La cuestión está mal planteada. No es Abril que
apoya el programa de Fernando Henrique. Es Fernando Henrique
que apoya el programa de gobierno de Abril" (revista Carta
Capital).
El reportaje divulgado por la revista mostraba a un director
de la empresa estatal brasileña recibiendo 3 mil reales (cerca
de 1,2 mil dólares) para conceder fraudulentamente una
licitación. La fuente de la denuncia era un vídeo, de autoría
no revelada. En la grabación, el funcionario de los Correos
revela que hay un esquema de corrupción en la estatal,
organizado por el presidente del Partido de los Trabajadores
de Brasil (PTB), el diputado federal Roberto Jefferson, cuyo
objetivo es recaudar fondos para el partido.
El PTB es uno de los partidos aliados de Lula y consiguió
cargos en diversas empresas públicas, a cambio de su apoyo en
el Congreso. La denuncia tiene gran repercusión en la gran
prensa, que intenta vincular al PT a las denuncias, y el 21 de
mayo, Fernando Henrique Cardoso dice que "el gobierno Lula
parece un pavo borracho", en una reunión del PSDB. Comenzaba,
así, la mayor crisis política de la gestión del PT, mientras
surgían en la ciudad de São Paulo, capital económica del país,
las primeras pegatinas "Geraldo Alckmin para presidente",
referencia al actual gobernador de São Paulo, posible
candidato a la elección presidencial en 2006.
Malas compañías
La denuncia de corrupción en los Correos sacó a luz las malas
compañías del gobierno Lula en su búsqueda frenética por
conseguir apoyo en el Congreso. Uno de esos nuevos aliados,
el presidente del PTB, Roberto Jefferson, es uno de los
políticos más reaccionarios de la vida pública brasileña. En
su currículo, constan acciones como liderar la fuerza de
choque en defensa del ex-presidente Fernando Collor de Melo,
destituido en agosto de 1992. Un año después, fue acusado de
corrupción en el escándalo de los "enanos del presupuesto",
grupo de parlamentarios que controlaba el Presupuesto en la
Cámara. Jefferson también apoyó a Fernando Henrique Cardoso
durante su gobierno y, en diversas ocasiones, dijo que los del
PT eran "demonios".
La opción por aliarse a los políticos conservadores fue tomada
por el gobierno Lula como una elección por la
"gobernabilidad", o sea, con el objetivo construir una mayoría
afín en el Congreso y en la Cámara. Esa estrategia incluyó
alianzas con partidos reaccionarios: además del PTB, con el PP
(de Paulo Maluf, conocido por el lema: "roba, pero hace") y el
Partido Liberal (conectado a la Iglesia Universal).
Para el efecto, fueron hechas muchas concesiones. Una de
ellas fue seguir al pie de la letra la orientación neoliberal
en la política económica. El diputado Delfim Netto (ex-
ministro de la dictadura, célebre defensor de la idea de que
primero es preciso hacer crecer la torta, para, después
distribuirla), por ejemplo, es uno de los principales
interlocutores de Antonio Palocci, ministro de Hacienda.
¿Y por qué Lula escogió ese camino? "Tal vez por temer una
desestabilización, por temer una reacción más violenta de la
élite brasileña, no sabría decir. De cualquier manera, yo
discrepo de la política económica, una de las razones por las
cuáles yo dejé el gobierno", afirmó Frei Betto, amigo personal
de Lula y ex-asesor especial de la Presidencia, en entrevista
con Marcelo Netto, del periódico Brasil de Fato.
El trípode de esa política económica son los intereses altos,
la atención a las exportaciones y el superávit primario. Un
estudio del economista Marcio Pochmann, de la UNICAMP, anota
que los efectos de esa opción son una vigorosa transferencia
de la renta hacia los más ricos. Según él, un 4% de la
población que tiene inversiones financieras relacionadas con
la deuda reciben cerca de 40 mil millones de dólares todos los
años. "O sea, el gobierno castiga al pobre en la recaudación
y transfiere el dinero recaudado hacia los ricos", evalúa el
economista. En contrapartida, el principal programa social
del gobierno, la Bolsa-Familia, no recibe más que 5 mil
millones de reales por año.
Otro argumento utilizado por el gobierno para justificar la
transferencia de tantos recursos fue que había, en el país,
una correlación de fuerzas desfavorable a la implantación de
un proyecto transformador. Para Emir Sader, esa justificación
no basta. "Lula tenía fuerza más que suficiente para realizar
las prioridades sociales prometidas en la campaña electoral.
Tenía condiciones para comenzar a poner en práctica un modelo
económico diferente. Sin ese apoyo, el presidente argentino
ha adelantado elementos de un modelo distinto:
reestructuración de la deuda externa, veto al aumento del
precio de la gasolina, ahora decretó la retención de una parte
de las inversiones llegadas al país. Brasil tendría mejores
condiciones para eso. Si hubiera hecho eso, habría tenido
apoyo más que suficiente, sin necesitar negociar apoyos",
evalúa el sociólogo.
El hecho es que el gobierno Lula optó por otro camino y las
elecciones le golpean la puerta. Acorralado, el nuevo amigo
Roberto Jefferson (un abogado criminalista que ya había
acumulado un cierto conocimiento en safarse de acusaciones de
corrupción) consiguió pasar del papel de acusado al de
acusador. En entrevista publicada por el periódico paulista
Fhola de S. Paulo, Jefferson acusó al PT de organizar un
esquema de compraventa de diputados, a partir del pago de una
mesada. Bautizado de "mensalão", ese esquema sería coordinado
por el Jefe de la Casa Civil, José Dirceu, entre los
burócratas del PT.
Jefferson no presentó ninguna prueba. Y a pesar de estar
siendo acusado de coordinar un esquema de corrupción en los
Correos, sus denuncias fueron ampliamente explotadas por la
gran prensa. Durante semanas, los periódicos publicaron en
titulares las declaraciones de Jefferson que soltaba, día tras
día, nuevas denuncias. "Los mass media crean un clima de
inestabilidad, predicado por el ex-presidente FHC, para
intentar herir de muerte al gobierno y vencer en las
elecciones de 2006", analiza Emir Sader. Fue sintomático ,
por ejemplo, que la prensa ignoró un desliz de Jefferson, que
reveló que el PSDB de FHC había hecho donaciones ilegales al
PTB. Tampoco los periódicos y la televisión destacaron en el
informativo el proceso en curso contra el actual presidente
del Banco Central (BC), Henrique Meirelles, acusado de fraude
financiero. "La derecha es la principal interesada en la
crisis, pues pretende volver al gobierno. Véase, por ejemplo,
cómo el proceso contra Meirelles, con todas las pruebas
correspondientes, presentado a la Justicia por el Procurador
General de la República, desapareció de los informativos. Y
no se hizo escándalo, porque interesa a la oposición y a los
sectores derechistas dentro del gobierno, poniéndolo a salvo,
desviando los debates hacia otros temas", explica Sader.
Pero si el gobierno agrada a las elites, ¿por qué no están
satisfechas? "Les incomoda el PT, tanto porque luchan para
ganar las elecciones el próximo año, como porque engendran en
el partido el núcleo de las políticas que rompieron - en mayor
o menor grado - con sus políticas, como la política externa,
la de educación, la de la reforma agraria, la de la cultura,
la de las ciudades", analiza el sociólogo.
¿Nuevo rumbo?
En medio de la crisis, el presidente Lula afirmó que va a
cortar en la propia carne y aceptó la dimisión negociada de
José Dirceu, su principal ministro que era considerado el
"capitán del equipo" (según el propio Lula) y que compartía el
centro de las atenciones con el ministro de la Hacienda,
Antonio Palocci. De hecho, el presidente inclusive anunció
que hará cambios en su gabinete, abriendo más espacio para los
partidos aliados, como el PP y el Partido del Movimiento
Democrático Brasileño (PMDB) (dominado por caciques
tradicionales de la política brasileña, como el ex-presidente
José Sarney).
Ese escenario de desestabilización del gobierno y de ofensiva
de los sectores más conservadores no está siendo acompañado
pasivamente por los movimientos sociales. Las principales
organizaciones populares brasileñas creen que esa crisis puede
abrir una oportunidad para presionar al gobierno a cumplir con
sus promesas de campaña, como el cambio de la política
económica, la reforma agraria y una política de reducción de
las desigualdades sociales. "De cara a las elecciones de
2006, las elites iniciaron, por los medios de comunicación,
una campaña para desmoralizar el gobierno y al presidente
Lula, apuntando a debilitarlo para derrumbarlo u obligarlo a
profundizar la actual política económica y las reformas
neoliberales", señalan los movimientos, en la Carta al Pueblo
Brasileño.
Las organizaciones exigen un rigurosa investigación de las
denuncias de corrupción, pero demandan también que los
escándalos de la época del presidente FHC sean investigados
(ilegalidades en la privatización de estatales, compraventas
de votos de parlamentarios, favorecer a bancos privados,
etc.).
En el documento, la Coordinación de los Movimientos Sociales
(CMS) anuncia que saldrá a las calles para defender al
gobierno de la tentativa de desestabilización de la derecha,
pero condiciona su apoyo al cambio de la política económica.
João Pedro Stédile, de la dirección del MST, integrante de la
CMS, señala que el momento es de una crisis profunda. "Esta
es de carácter estructural, por la continuidad de una política
económica claramente neoliberal que sólo profundiza los
problemas del pueblo. La crisis es provocada por las alianzas
del gobierno con sectores conservadores y sus conveniencias.
La crisis es provocada por la derecha y sus conexiones con el
gobierno Bush", afirma. Según él, la intención de esa
ofensiva de la élite es derrotar políticamente al gobierno
Lula. "Y si el presidente continúa con popularidad, tendrán
por lo menos que renegociar con él las condiciones de un
segundo mandato aún comprometido con el mantenimiento de los
acuerdos neoliberales", agrega.
Para el dirigente del MST, sin embargo, aún es posible
revertir este escenario. "Eso depende, ahora, de la
posibilidad de que realicemos movilizaciones de masas,
exigiendo cambios en la política económica y una reforma
política amplia para que el gobierno Lula no continúe como
rehén de sus alianzas conservadoras y sus compromisos con los
neoliberales", afirma, añadiendo que la única certeza de la
posibilidad de cambios, en cualquier parte del mundo, en
Brasil, en Uruguay, en Argentina o en China, "es que los
trabajadores se organicen de forma independiente, se movilicen
y luchen por cambios, pues nunca, ningún gobierno dio nada
gratis".
Jorge Pereira Filho es redactor del semanario Brasil de Fato
https://www.alainet.org/de/node/116113
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