Irak y la estrategia imperialista
21/06/2006
- Opinión
Prolongar la ocupación militar en Irak es un objetivo primordial para los intereses estratégicos del imperialismo estadounidense. Subrayan la validez de la ecuación la incapacidad de las fuerzas títeres para gobernar el país y la perspectiva de un futuro con petróleo cada vez más escaso y caro. Este punto explica la agresiva actitud de Estados Unidos respecto a Irán, llave marítima a dos zonas pletóricas de hidrocarburos, poseedor él mismo de colosales reservas de petróleo y gas y cuyo gobierno comete el horrible sacrilegio de llevar a cabo una política de defensa del interés nacional.
Cuando lanzó la agresión contra Bagdad, el gobierno de Bush pensó que tras un paseo militar podría imponer un gobierno títere que regiría sin mayores contratiempos el país, auxiliado por un reducido contingente de tropas yanquis. En esas circunstancias la jugada siguiente, ocupar Irán, podía realizarse con toda la fuerza bélica de la superpotencia. Lo que no calcularon fue el empantanamiento a que los llevaría el embate de la guerrilla patriótica iraquí. El acontecimiento es más notable por cuanto el de Irak, a diferencia de otros movimientos de resistencia en el siglo XX no dispone de más apoyo logístico que el que le proporciona su propia población y debe enfrentarse al sectarismo confesionalista y étnico. Alimentada por el ocupante y las fuerzas títeres, la división entre los iraquíes sumnitas, chiítas y kurdos dificulta extraordinariamente las posibilidades de desarrollo pleno de una guerra patriótica. Esta por el momento es llevada a cabo principal, aunque no únicamente, por los de origen sumnita, entre los que pueden encontrarse desde islamitas no integristas, hasta laicos, baasistas, y comunistas que no siguen la línea colaboracionista de su partido con el ocupante. Todo indica que los activistas de Al Quaeda constituyen una minoría e incluso se reportan enfrentamientos entre sus fuerzas y las de la resistencia porque esta desaprueba las acciones terroristas sectarias contra la comunidad chiíta.
Pese a estos inconvenientes, la guerrilla ha ocasionado más de 2500 bajas mortales y más de 18 000 heridos a las tropas estadounidenses. Estados Unidos está sometido a una sangría constante en el país árabe y en el momento en que exhibe el déficit fiscal más grande de su historia ha gastado ya 438 mil millones de dólares en la “guerra contra el terrorismo”, la mayor parte en Irak, que nada tuvo que ver con los ataques terroristas del 11 de septiembre ni tampoco poseía armas de destrucción masiva, las dos mentiras con que Washington pretendió justificar la agresión, que ha costado ya la vida de entre 38 475 y 100 000 civiles iraquíes. La primera cifra de la ONG Irak Body Count y la segunda según un estudio publicado en la revista médica The Lancet.
En Irak se pueden documentar los crímenes de genocidio, ecocidio, destrucción del patrimonio cultural y cacería selectiva de intelectuales y académicos del país más desarrollado culturalmente en el mundo árabe, todos ellos cometidos de forma deliberada y sistemática. Sin embargo, los gobiernos de la democrática y civilizada Europa permanecen mudos ante esta masiva violación de los derechos humanos y el derecho internacional, cómplices como han sido de los misteriosos vuelos de la CIA cargados de presuntos terroristas.
Bush y su pandilla, por su parte, continúan con la consigna de “mantener el rumbo”, ya que según el propio presidente de Estados Unidos “hemos llegado demasiado lejos”(en Irak) como para pensar en retirarse. A tono con esa actitud los legisladores acaban de aprobar en Washington 66 mil millones de dólares más para la “guerra contra el terrorismo”, dedicados principalmente a las operaciones militares en Irak, pero también en Afganistán, donde la resistencia ha crecido en el último año.
Bush presenta el asesinato de Musab Al-Zarqaui, líder de Al Quaeda en Mesopotamia, y la formación del nuevo gobierno títere como grandes victorias, cuando el primero no influirá para nada en el curso de los combates y el segundo no ha dado muestra alguna de ejercer control de la situación.
En casa, el Partido Demócrata ha sido incapaz de articular una postura resuelta contra la guerra no obstante la exigencia de sus bases en este sentido, como ha demostrado en los debates congresionales de las últimas dos semanas. El fin a la ocupación de Irak requerirá de la protesta clamorosa de esa mitad de estadunidenses que la desaprueba.
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