En perspectiva histórica
19/04/2006
- Opinión
La elocuente entrevista concedida por el popular presidente electo de Haití, René Preval, a las periodistas Rosa Miriam Elizalde y Arleen Rodríguez Derivet en su reciente visita a Cuba (se encuentra en Google por el nombre de las autoras y del entrevistado), es un buen motivo para mirar la realidad haitiana de hoy desde una perspectiva histórica. Preval puso el dedo en la llaga sobre dos temas cruciales: el precio que le han hecho pagar a su pueblo a lo largo de dos siglos por su revolución antiesclavista, y qué pasa en realidad con la ayuda internacional al país más pobre de nuestra región, dos asuntos que están estrechamente interrelacionados. Haití, dijo el mandatario, “ha sido víctima desde su nacimiento de un complot internacional porque resultaba un mal ejemplo para los poderes internacionales, interesados en que nos quedáramos tranquilos como esclavos”. El notable intelectual de Trinidad-Tobago C.L.R. James en su imprescindible libro “Los jacobinos negros” sintetiza así el significado de la revolución haitiana: “La transformación de los esclavos, de temblar por cientos ante un solo hombre blanco, en gente capaz de organizarse a sí misma y derrotar a las más poderosas naciones europeas de su día es una de las grandes épicas de la lucha y las conquistas revolucionarias”.
La prima revolución social triunfante en América Latina, hizo de Haití un faro de la libertad a fines del siglo XVIII y principios del XIX. No sólo conquistó la emancipación de los esclavos, sino que lo convirtió en el primer Estado independiente de la región y el primero en aplicar una radical reforma agraria. Napoleón, que había restaurado la esclavitud después que esta fuera abolida por la Convención, definió de esta manera el peligro que entrañaba el movimiento antiesclavista en la colonia francesa: “La libertad de los negros, si es reconocida en Saint Domingue y legalizada por Francia, será por todos los tiempos un punto de unión para todos los que buscan la libertad en el Nuevo Mundo” y acto seguido envió contra ellos al mariscal Leclerc al frente del mayor contingente militar que había atravesado hasta ese momento el Atlántico. Leclerc murió en Haití, y como antes el comandante británico Maitland y sus quince mil hombres, llamados por los señores esclavistas de la más rica dependencia colonial de entonces, los franceses terminaron rindiéndose a los haitianos. Haití fue bloqueado, aislado y hostigado sin piedad por las potencias de la época, pero aún en esas circunstancias, el presidente Petion entregó a Simón Bolívar refugio, amistad, armas, navíos y sabios consejos políticos que le permitieron reiniciar con éxito su epopeya suramericana.
Al fin París logró, con el apoyo de Estados Unidos, imponerle durísimas “reparaciones” a Puerto Príncipe, que desangraron su hacienda pública en el siglo XIX, argumentando las pérdidas económicas que la rebelión había ocasionado a sus ciudadanos. Al despuntar el sigo XX Washington intervino militarmente en la nación fundada por Louverture, arrasó con su economía y la enjaezó en su sistema neocolonial. Hoy Haití es, en América Latina, el más descarnado ejemplo de cómo las democracias occidentales han basado su opulencia en el saqueo despiadado, la imposición de la pobreza y la degradación del medioambiente en los países del tercer mundo.
La ayuda internacional que supuestamente recibiría Haití después del golpe de Estado organizado por El Elíseo y la Casa Blanca contra el presidente Aristide brilla por su ausencia. Preval afirmó: “El tipo de ayuda que necesitamos es como la de Cuba. Esta no es una ayuda en la que se habla de donar 1300 millones(de dólares) que luego se esfuman, sino una(…) que verdaderamente ayuda a nuestro pueblo a salir de la pobreza y de todos sus males”. Elogió los distintos programas de colaboración cubana en la agricultura, la acuicultura y la industria azucarera; en particular las becas para formarse en la isla como médicos a más de 600 jóvenes haitianos y la labor en su patria de más de 400 galenos cubanos, que han dado millones de consultas, hecho descender dramáticamente la mortalidad infantil y materna y realizado ya cien mil operaciones, de ellas cincuenta mil de alto riesgo. “Para los haitianos –resumió- después de Dios están los médicos cubanos”. Según es concebida la solidaridad en Cuba, su colaboración con Haití retribuye una deuda de gratitud con ese heroico y sufrido pueblo, prócer de la independencia latinoamericana.
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