Influencias, hurtos y rapiñas
Dos o tres cosas sobre "Ciudad de Dios"
07/06/2005
- Opinión
Mucho antes que el filme Cidade de Deus, estuvo el verbo. Hubo y hay el libro, de igual nombre, que generó el filme. Y ese nombre tiene nombre, el de su autor, Paulo Lins. Es sobre él, sobre su libro, que se nos ocurren dos o tres cosas.
La primera que se nos ocurre sobre el libro, y ahora para todos, sobre el filme, es que es la historia real de hechos reales. Y para continuar en esa tautología, diremos: lo primero que se nos ocurre es que él es el relato real de una cosa real, escrito por un ser real que está dentro de ese real. Una realidad de la realidad de la realidad… real.
Pero sin ninguna nobleza. Porque habla de una basura humana que se tira en la basura que hace de nosotros basura que hace a todas las cosas ser basura. Basura, materia podrida orgánica de restos de gente. Basura que tiene cara, con la boca llena de hormigas, con la sangre coagulada, con las carnes abiertas, ración de ratas, perros y buitres.
Aseguren el estómago y la náusea porque esa primera impresión es falsa. Asegúrense, no desperdicien alimentos en la digestión, porque Cidade de Deus no es el diario de un favelado. Y esto quiere decir, lección primera: la creación es bien diferente del manto de la Verónica, el objeto creado no duplica el rostro de sufrimiento del autor. El cristo creador cruza y clava otro calvario. Esto quiere decir, más precisamente, que Paulo Lins es un escritor, no un favelado, o, si quieren elementos más biográficos, que Paulo Lins es un hombre formado en letras, amante, en su juventud, de la poesía concreta. Sé que letras y poesía concreta no hacen de nadie una persona culta (a veces hasta hacen lo contrario). Mucho menos un escritor. Mas esos datos aquí se escriben para solamente observar que la vida es mucho más que materia bruta. Como dice un samba, "que la vida no es sólo eso que se ve/ es un poco más, que los ojos no alcanzan a percibir". O como dice el propio Paulo Lins en una entrevista: "El problema es que no existe escritor que no lea, eso es imposible. Si no tiene lectura, si no tiene biblioteca no aparece el escritor...".
Pasado ese equívoco, la segunda cosa que se nos ocurre sobre Cidade de Deus es que la obra es tal cual la realidad. A esta altura, sustituimos al creador por la cosa misma, por el objeto creado. Si él, escritor, no puede ser un simple habitante de la favela, lo que él crea es el retrato, y volvemos al rostro de Cristo camino a la cruz, lo que crea en el manto de Verónica, el diseño perfecto del mundo entre llagas. Paréntesis. De pasada, observemos que hay creadores, algunos de óptimo nivel, en la favela. Nos referimos aquí a la imposibilidad ontológica de hacer creación con las armas de la ignorancia, bajo malas condiciones de supervivencia humana. A esa fábula de mal gusto aquí y allí volvemos, cuando llevamos los ojos hacia un mundo primitivo, del Tercer Mundo, indio, africano, o negro-miserable-de-favela. Cerremos el paréntesis.
En segunda instancia encontramos que el escenario creado por el artista es la reproducción, mecánica, o muy astuta, de una realidad que basta fotografiar. ¿Se dan cuenta? Como souvenirs amontonados en un viaje turístico por los Andes. Todo très exotique. O very exotic. Imagínense negritos corriendo por las calles con pistolas aceitadas, prontas para meter balas entre los cuernos de toda la gente, como para arrancar las cabezas y hacer saltar los sesos. ¿Se imaginaron? Tan horrible como simple -basta fotografiar-. Mas aseguremos antes nuestras cabezas y nuestros cráneos, nuestros ojos y nuestra estupidez. Para ver, para conocer, para aprender: Cidade de Deus, como cualquier otra obra que se eleve de lo mediocre, no es esto. Esa reproducción, por más aparentemente brutal, tosca, como si fuese tomada en una instantánea Kodak, no es. De la sangre fría no sale la sangre caliente. Sólo si el arte fuera una sección espiritista, de auténtica posesión demoníaca. Mejor entonces oír las aclaraciones de Paulo Lins en una entrevista, cuando se refiere a ese tal cual de Cidade de Deus:
"José Lins do Rego tiene Fogo morto, ese libro es de una poesía... Yo copié ese libro, lo robé. Sólo que lo hice en una versión urbana. Recomiendo: antes de leer Cidade de Deus, lea Fogo morto. Graciliano [Ramos] es otro. ¡Graciliano, muchacho! Vidas secas, São Bernardo -y robé mucho de allí también-. Robé de Lima Barreto, de Dostoievski… ah, hay que robar...
“En realidad, yo reescribía las novelas que admiraba. Agarraba los capítulos e iba haciendo mutaciones en el texto. Reescribí Fogo morto entero. Aquella novela de José Lins do Rego es maravillosa, me dejó loco con el sentimiento por el lenguaje. (...) Entonces robé pasajes enteros de Fogo morto (...). 'Va pasando así por la calle, con el diablo en su corazón latiendo fuerte.' Entonces Mané Galinha también sale 'con una antorcha de fuego en la mano para incendiar la casa del asesino de su hermano con el diablo en su corazón latiendo fuerte'.
“Hice eso con muchas novelas. En Crimen y castigo, Dostoievski comienza la novela planeando y contando cómo va a matar a la vieja propietaria avarienta de la casa donde vive el personaje central. Fui agarrando sólo los tramos en que él amasaba ese asesinato, los dividí en varios y los puse en la computadora. Y puse eso en Cidade de Deus en el episodio del sujeto que mata por venganza a su hijo, porque él era negro y el hijo nació blanco. Esa parte es igual a lo de Raskolnikov. Entonces es eso. ¡Lo robé, y es mío!".
Lo que importa aquí no es llevar al autor a Hurtos y Rapiñas. Porque, universalmente, todo creador, en cualquier campo del arte, es un ladrón, de modo consciente, declarado, sincero, como lo es aquí Paulo Lins, o de modo subliminal, inconsciente, en largos, permanentes y definitivos hurtos, cuando llamamos a esos hurtos influencias (como si fueran gripes (1) o admiraciones. Importa aquí resaltar, para la reflexión de una realidad tan bárbara, lo que de civilización va a buscar un individuo que en apariencia es sólo un espejo, y sólo sería, en nuestro desconocimiento, un creador de clones. En el mejor José Lins él bebió, en el mejor Graciliano se fortificó, en el mejor Dostoievski creció y, en la primera experiencia de hombre brasileño favelado, muy bien digirió y vio. Con los ojos hechos de civilización y barbarie.
Para esto sólo considera el tiempo de escribir el libro: diez largos y angustiados años. Pero sabemos, en fin, que eso le llevó toda la vida. Y ésta era la tercera y última cosa, tan obvia que debería darnos vergüenza decirla.
- Urariano Mota es escritor brasileño, nacido en Recife y residente en Olinda, en el Nordeste. Es autor de la novela Coraçoes futuristas, que narra las (des)venturas de un puñado de personajes en Recife -ciudad que sufrió una brutal represión por parte de la dictadura militar por ser considerada reducto de la izquierda- durante los años setenta. Este artículo, fue publicado en Brecha, Montevideo 21.05.04
(1) También conocida como influenza.
https://www.alainet.org/de/node/112159?language=en
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