La derecha histérica
28/07/2004
- Opinión
Todas las derechas tienen en común un substrato de
representaciones, un suelo ideológico, una matriz de valores,
costumbres y creencias que no hace falta instruirlas expresamente.
Funcionan como automatismo del espíritu, como "sentido común",
como cultura dominante. Eso es lo que puede llamarse en propiedad
una mentalidad : hábitos, visiones, elecciones éticas, conductas
corrientes, sensibilidades, gustos, maneras de comportarse frente
al mundo, estilos de relacionamiento con los otros. Este humus
cultural está presente "espontáneamente" en todos los ambientes:
en la familia, en el trabajo, en los medios, en las escuelas, en
los cuarteles, en las iglesias, en los aparatos culturales
tradicionales, en los espacios urbanos privilegiados (los centros
comerciales). La expresión política del neoconservadurismo es sólo
una de sus manifestaciones en el conjunto de las prácticas
sociales.
Existen diversas derechas en el seno de una sociedad concreta (en
Venezuela, por ejemplo). Esas derechas se manifiestan también de
maneras muy distintas en cada coyuntura. En períodos de relativa
estabilidad política, cuando la hegemonía de las clases dominantes
transcurre sin mucha turbulencia, esas derechas conviven solapadas
en las rutinas de la vida cotidiana. Al contrario, en períodos de
inestabilidad política, cuando las oligarquías están amenazas en
su poder y en sus intereses, entonces las derechas aparecen en
toda su desnudez: se expresan, hacen vida política, se hacen
visibles sus discursos, ya no pueden disimularse en el anonimato
de la vida cotidiana. En la coyuntura venezolana actual ha
ocurrido exactamente eso: todas las derechas han saltado a la
palestra, desde la derecha histérica, hasta el centro-derecha de
vocación democrática.
¿Dónde han sido "formadas" esas derechas? ¿Cuál es su denominador
común?
Antes de definirse políticamente las derechas comparten
objetivamente distintos espacios de la sociedad de modo casi
"natural". En sus estratos de clases altas y medias se tejen lazos
sociales que nacen de la vida en común en diversas esferas de la
vida cotidiana: en las rutinas escolares, en los rituales
religiosos, en la esfera laboral, en el mundo de la recreación, en
los hábitos de consumo, en los circuitos sociales, etc. Allí
circulan valores, conceptos, miradas, que conforman unidades de
sentido de una enorme potencia unificadora a la hora de conflictos
(1). Hay que insistir en que esta comunidad de intereses y valores
no tiene un carácter instruccional, ni proviene de planes o
estrategias preconcebidas. Se trata de un "estado de naturaleza"
que está instalado en la sociedad como parte de sus lógicas
comunes, como racionalidad normalizada. Es claro que la soldadura
axiológica de estos lazos es justamente lo que puede llamarse una
mentalidad.
En los períodos de crisis agudas, cuando los conflictos y
contradicciones afloran a la superficie, las mentalidades aparecen
en el espacio público. Las derechas escogen sus caminos en
atención en los perfiles ideológicos que conviven en su seno. La
fracción de la derecha histérica ocupa su espacio caracterizado
por un ultra-conservadurismo que combina pragmáticamente lo peor
de las valoraciones políticas de la reacción a nivel mundial:
racismo, anti-comunismo rabioso, pitiyankismo estúpido, sifrinismo
de cúpula, ignorancia radical, odio viseral a todo lo que huela a
cambio. En Venezuela, sobre manera desde el 11 de Abril del año
2002, ha quedado bien identificado el espacio de la derecha
histérica: su vocería, sus consignas, su simbología, su agenda,
sus métodos, su mentalidad.
La derecha histérica está realizando su noviciado en la arena
política en clave de "aprendiz de brujo". En un cierto momento se
infló de rabia y soberbia y repartió cargos, hizo "Gabinetes",
festejó con costosa Champagne el "triunfo" (el de Carmona el breve
y el del "glorioso paro cívico"). Encajadas las derrotas una tras
otra, esta fracción ultra-reaccionaria ha ido aprendiendo sus
lecciones (lección número uno: la gente no es gafa).
El resto de las derechas han intentado hacer profilaxia política
demarcándose de estos bárbaros. Ahora nadie quiere saber de
"paro", "golpe" y fantasmas de ingrata recordación. Los héroes de
la "Coordinadora Democrática" emplean todo su tiempo en evadir las
medidas judiciales. El pasaje del estrellato político a la
delincuencia ordinaria ha sido un poco abrupto (lección número
dos: los muchachos de la "sociedad civil" no son así que
digamos... leales).
El aislamiento político de la derecha histérica no ha terminado.
Es verdad que sufren hoy el síndrome patético de la derrota en
toda la línea. La emblemática degradación de "La Plaza de la
Libertad" (espacio agonístico de la delincuencia, la cabronería
institucional y la desidia) es una señal inequívoca de los golpes
asestados a esta facción de la derecha. Pero no hay que suponer
ingenuamente que allí se ha decretado su "desaparición". Tal vez
en los próximos días se ofrezcan voluntarios para auxiliar al
desvalido ejército norteamericano en Irak. Concluida esta noble
misión internacional, les veremos de nuevo con su arsenal de ideas
y su agudísima creatividad ocupar las calles adyacentes a la
"Plaza Altamira".
Para bochorno de la institución militar ha tocado a una fracción
paradigmática de militares gorilas servir de ejemplo visible de
esta fauna de la derecha histérica. Han podido ser los curas
reaccionarios de siempre, los académicos hurásicos que tanto
abundan, los gerentes y empresarios de los que hay de sobra, una
cohorte de viejas cacatúas de las que abundan.
Pero ha tocado justamente a una cúpula descompuesta de la vieja
ideología de la contrainsurgencia instruida por la CIA a sus
ejércitos lacayos en toda América Latina, la triste misión de
representar el papelón de "los militares de Altamira" (elegante
modo de nombrar lo que en verdad significa una gigantesca afrenta
a la decencia, a la dignidad, a cualquier sentido de
responsabilidad ética) Lección número tres: la impunidad no
existe; a cada torre le llega su hora.
El cambio de mentalidades es una de las cosas más complicadas que
existen. Es probable que las mentalidades sean en verdad
intransformables. Ello quiere decir que hay en la sociedad actores
políticos irrecuperables para la vida asociativa, para la
convivencia democrática, para la coexistencia de la diferencia
(como regla constitutiva de toda sociedad) Ello significa que la
lucha contra la mentalidad fascista -y sus derivados-es una tarea
permanente de la sociedad toda, una labor civilizatoria de la
cultura democrática. Lo que haya que hacer por intentar cambiar
ese tipo de mentalidad, habrá de hacerse. Ganar la batalla contra
esta enfermedad del espíritu pasa necesariamente por derrotar
políticamente sus expresiones más feroces. En Venezuela eso quiere
decir hoy: derrotar a la derecha histérica.
1) Ello quedó suficientemente claro durante los dos meses del
"glorioso paro cívico" en el que se desarrolló con frenesí
toda una oleada de "planes de contingencia" y sistemas de
seguridad de los sectores acomodados en las principales
ciudades del país. Es muy fácil descubrir allí ese trasfondo
de mentalidades compartidas que permanecen inactivas y en
"silencio" durante los períodos de "normalidad"
* Rigoberto Lanz (De Question)
https://www.alainet.org/de/node/110291
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