Los retos de Zapatero
19/03/2004
- Opinión
El significado de las elecciones españolas va mucho más allá que la
mera alternancia de partidos del sistema dominante, aunque se haya
dado en ese marco. Extiende a Europa las rebeliones populares
pacíficas capaces de expulsar gobiernos incondicionales a los dueños
del mundo y de poner serios obstáculos a sus planes, fenómeno
observado hasta ahora casi exclusivamente en la resistencia
latinoamericana al neoliberalismo. Los comicios fueron el vehículo
usado por los electores para liquidar uno de los pilares del eje
fascista Washington-Londres-Madrid, formalizado hace un año en las
Azores. Antes que un voto por el Partido Socialista Obrero
Español(PSOE), lo es contra el enrolamiento de España en la agresión
a Irak, a la que se opuso su candidato José Luis Rodríguez Zapatero,
que prometió también retirar de allí al contingente español. Aznar
fue así castigado severamente por su obsecuente servilismo hacia el
proyecto de esclavización de la humanidad de Bush II y por actuar
como quinta columna de Washington dentro de la Unión Europea. Debió
pagar con una humillante derrota su concurso y diligentes gestiones
diplomáticas conjuntamente con Blair, el otro amanuense, para que el
emperador pudiera presumir su coalición de opereta: la liga de
vasallos que pusiera la hoja de parra a la ilegal y criminal
ocupación de Irak. La aventura bélica chocó desde el inicio con un
multitudinario movimiento opositor de los pueblos de España.
El arrogante menosprecio de Aznar por la opinión pública en este y
en todos los temas y su práctica sistemática de la mentira de Estado
sacudieron dramáticamente la modorra cívica originada en el
socialismo felipista y ahondada en los últimos ocho años. La
mezquina manipulación del atentado terrorista de Madrid con fines
electoreros terminó de catalizar el malestar social y la indignación
popular y galvanizó fuerzas suficientes para desalojar de la Moncloa
al proyecto de restauración del franquismo y de la España colonial.
Durante el mandato aznarista se profundizaron las políticas
neoliberales y por consiguiente la desigual distribución de la
riqueza, se incrementó la xenofobia, se minó al Estado laico y se
desempolvó el centralismo uniformador. No es casual el gran número
de votos alcanzados por los nacionalismos catalán y vasco. Pero los
comicios expresaron el hartazgo de los españoles en general con el
autoritarismo trasnochado, la hipocresía, la mendacidad y la
dictadura mediática introducidos como regla en la gestión pública.
La elección de Rodríguez Zapatero por un margen de casi tres
millones de votos le confiere una legitimidad incuestionable para
gobernar, aunque no haya alcanzado la mayoría absoluta. Ya ha sido
bienvenida su promesa de que contrariamente a Aznar tomará en cuenta
a todas las fuerzas políticas y fomentará el diálogo con ellas. Su
anuncio de reinsertar a España en el concierto europeo y cortar con
el sometimiento a Bush prefigura lo que podría constituir una nuevo
balance en el panorama geopolítico internacional. Tal vez el
estímulo que anime por fin a Francia y Alemania a alejarse de su
tímida y vacilante actitud frente a la prepotencia de Washington.
Zapatero ha dicho que recuperará la confianza de América Latina
actuando como favorecedor del diálogo de esta con el Viejo
Continente. Aquí está uno de sus mayores desafíos. ¿Modificará la
conducta de Aznar frente al golpismo venezolano que aquel apoyó
desfachatadamente? ¿Tomará distancia de la obsesión anticubana de su
antecesor que empujó a la Unión Europea a la connivencia con la
hostilidad estadunidense? ¿Abogará por la posición argentino-
brasileña ante los organismos internacionales de crédito?
¿Comprenderá el creciente rechazo a las políticas de libre mercado
al sur del río Bravo? De su respuesta a estas preguntas depende que
logre en nuestra América el objetivo que ha proclamado.
En cuanto al frente interno, el nuevo jefe de gobierno tendrá que
reafirmar el apoyo de los electores, renuentes hasta última hora a
encomendar el gobierno al PSOE, pese a sus fervorosos deseos de
quitarse de encima al Partido Popular. El reconocimiento pleno de
los derechos nacionales y culturales de vascos y catalanes es
indispensable para suprimir la crispación y conseguir la paz. Pero
ello exige el desmantelamiento de los reductos franquistas
conservados por una transición castrada y revitalizados por el
gobierno saliente.
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