El retorno de la Argentina plebeya

21/12/2001
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Pocas veces a lo largo de una generación suceden hechos como los del 19 y 20 de diciembre en Argentina: cientos de miles, desafiando la represión, poniendo en juego sus vidas y las de sus hijos, se lanzaron a las calles simplemente para decir ¡basta! Apenas el presidente Fernando de la Rúa finalizó su mensaje anunciando la implantación del estado de sitio, el miércoles sobre las 11 de la noche, cientos de miles de argentinos ganaban las calles. Y lo hacían de una forma inesperada, autoconvocados; ante la sombría decisión del gobierno respondieron con la algarabía y la fiesta, ocupando calles y plazas. En la puerta del domicilio de Domingo Cavallo, el renunciado ministro de Economía, se juntaron a medianoche hasta 4.000 personas. Familias enteras con niños, tambores, camisetas de Boca; cantaban, sonreían, festejaban. Sólo se vieron banderas argentinas. Una vez más, la forma de la protesta revelaba su contenido: violaron el estado de sitio, mostrando que habían perdido el miedo, y lo hicieron ocupando el espacio público, festejando y bailando. Puede preguntarse, y seguramente muchos lo harán, qué cosa había para festejar la noche del miércoles 19, sumido como está el país en su peor crisis en décadas. Una crisis que no tiene, aparentemente, salida, aunque por ahora consiguieron nada menos que anular las restricciones al retiro de fondos bancarios. Más aún, ¿no saben los argentinos que protestan, saquean y se rebelan que una salida probable es un nuevo y más terrible genocidio? Y pese a todo, festejan. Sin embargo, lo habitual es eso. Las insurrecciones populares, en contra de la imagen que siempre han querido trasmitir las élites, suelen estar marcadas por la alegría y el placer de estar juntos, de desafiar, de recuperar los espacios de los que los sujetos sociales habían sido expulsados por la voracidad del capital. Henry Lefebvre interpretó la Comuna de París, el primer gran experimento de poder obrero, en 1871, como la réplica popular a la estrategia urbanística de Haussmann: "Los obreros, expulsados hacia los barrios y comunas periféricas, se volvieron a apropiar del espacio. Trataron de volver a entrar en posesión de éste, dentro de una atmósfera festiva, guerrera pero llena de colorido". La derrota que los argentinos le infligieron al modelo (porque de eso se trata) tiene su lógico corolario festivo. Pese a los muertos; una veintena hacia el atardecer del jueves. Muchos ya no encuentran diferencia entre morir en la soledad individual, íngrimos, o morir baleados en la calle, compartiendo el destino con los demás. 55 niños mueren en Argentina por mes por "causas evitables", dos por día, según denuncian las organizaciones humanitarias. Mirar hacia atrás La pueblada argentina del 19 y 20 de diciembre se produce en el pico más alto de las luchas sociales desde el período 1969-76. O sea, desde el ciclo de protesta social inaugurado por el Cordobazo y frenado en seco por el genocidio de la dictadura. Las formas de la protesta ponen de manifiesto la envergadura de los cambios económicos y sociales, pero también políticos y culturales de los sectores populares. Fue la década de los noventa la que registró esos cambios, al calor de la desindustrialización, generando una legión de nuevos pobres que comenzaron a compartir espacios (los asentamientos) con los pobres de siempre y los marginados. La liquidación de las empresas estatales a comienzos del gobierno de Carlos Menem permitió aguantar un tiempo la crisis social, a través de un crudo asistencialismo que tuvo su revés en el clientelismo del aparato menemista, que le permitió gobernar durante una larga y penosa década. Pero vale la pena echar una mirada a las luchas sociales de los 90, para comprender la envergadura de la insurrección en curso. Todos los analistas coinciden en que a mediados de los 90 se produjo un giro en la acción social. El principal precedente fue el motín del 16 y 17 de diciembre de 1993 en Santiago del Estero. Falto de fondos, el gobierno provincial decidió reducir los salarios de los funcionarios en un 50 por ciento y aplazar indefinidamente el pago de los salarios de setiembre y octubre. El Santiagazo fue la respuesta de la gente: pusieron en retirada a la fuerza pública, asaltaron y destruyeron los edificios de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial y asaltaron y saquearon las viviendas de dirigentes políticos y sindicales, sin la menor discriminación de banderas. No fueron blancos arbitrarios. La ciudad quedó en manos de los manifestantes. Pero la organización era elemental, inexistente casi. Ninguna organización sindical o política dirigió ni reivindicó los hechos. En 1996 se produjo el primer piquete, en Cutral Có, provincia de Neuquén. La privatización de la petrolera estatal YPF dejó en la vía a todo un pueblo, lo que llevó a los ex obreros y vecinos desocupados a cortar la ruta durante semanas. Allí vivieron y desarrollaron una experiencia de convivencia social; allí se hicieron visibles los "desaparecidos sociales" del modelo. Durante el piquete fue asesinada la pobladora Teresa Rodríguez, convertida en emblema de la resistencia, cuyo nombre lleva hoy una de las más importantes organizaciones de desocupados. Al año siguiente, se produce el primer piquete en Buenas Aires, en Florencio Varela. Se saldó exitosamente, al conseguir subsidios estatales. De paso, decir que estos subsidios fueron implementados luego de los saqueos de 1989, y se fueron extendiendo a todas las regiones del país a medida que avanzaba la desocupación y la protesta. El investigador e historiador Nicolás Iñigo Carrera contabilizó 685 cortes de ruta entre el Santiagazo y octubre de 1999: casi un 25 por ciento en Capital Federal, un 14 por ciento en Santa Fe, la provincia con mayor índice de desocupados, y el resto en provincias del norte, centro y sur. Apenas un 8 por ciento en el Gran Buenos Aires. A partir del piquete de Florencio Varela la movilización se extendió, involucrando cada vez más a sectores del cinturón obrero de Buenos Aires. Como en el ciclo de protesta que partió del Cordobazo y el Rosariazo, tres décadas atrás, las movilizaciones arrancaron de las capitales provinciales para desembarcar lentamente en el sitio más explosivo, el cinturón obrero de la capital, donde mandaban los jefes del aparato sindical de la CGT e imponían sus órdenes con mano de hierro. Finalmente, hacia 1975, la protesta obrera se hizo fuerte en las grandes fábricas del sur y el oeste. Llegados a este punto, intervinieron los militares (con la excusa de la guerrilla, claro) y asesinaron a miles de sindicalistas jóvenes, el sector social que encabeza la lista de desaparecidos. Ahora, la protesta ganó en pocos años el viejo cinturón obrero bonaerense. Y se asentó con una fuerza inusitada. Este año fue el más explosivo y, a su vez, el que verificó un salto gigantesco en la organización de los desocupados. En mayo se produjo el piquete de La Matanza, durante dos semanas, que consiguió 7.500 planes Trabajar y más de 6.000 subsidios. En junio, la represión en General Mosconi, a miles que cortaban la ruta, con muertos y decenas de heridos, fue una conmoción nacional. El 24 de julio se realizó en la iglesia del Sagrado Corazón, de San Justo, provincia de Buenos Aires, la primera Asamblea Nacional de Organizaciones Populares, Territoriales y de Desocupados, en la que participaron más de dos mil personas. Se aprobó un plan de lucha de cortes de ruta en 50 ciudades, por 24, 48 y 72 horas, a lo largo de tres semanas. La movilización fue creciendo y en la segunda semana de agosto se cortaron 300 puntos con la participación de más de cien mil personas. El 4 de setiembre se reunió en La Matanza la segunda Asamblea Nacional, que definió un nuevo plan de lucha que culminó con un paro general de 36 horas. En este proceso de gran efervescencia, y a medida que el gobierno nacional mostraba cada vez mayor incapacidad para frenar la caída libre, se gestó el Frente Nacional contra la Pobreza (Frenapo), en el que participan las principales organizaciones populares del país. La primera medida del Frente fue la convocatoria de una Consulta Popular entre el 14 y el 17 de diciembre. La coyuntura final A lo largo de la prolongada crisis argentina, cuyo inicio podríamos fechar en 1989, los viejos excluidos, los nuevos desocupados y los pobres más recientes, tejieron nuevas estrategias de sobrevivencia. A menudo en base al trabajo informal, las changas, el rebusque más o menos organizado y una multiplicidad de formas que suponen elevadas dosis de creatividad para hacer de la pobreza algo más o menos soportable y digno de llevar. No olvidemos que muchos de los nuevos pobres de los 90 eran viejos obreros industriales, muchos de ellos sindicalizados, con experiencia social y política y una cultura organizativa de largo tiempo. En Rosario, las ollas populares estaban tan bien organizadas que a lo largo de la mañana los que rebuscaban en sus carritos intercambiaban productos con otros que tenían lo que a ellos les faltaba. Se fueron creando redes para conseguir comida que mostraron una gran eficiencia. En otros sitios, como La Matanza y Solano, los que recibían los planes Trabajar (un subsidio de unos 160 dólares por trabajos comunitarios) los ponen en común son sus vecinos o en la organización a la que pertenecen, y con ese dinero encaran proyectos colectivos de sobrevivencia. En Moreno, la informalidad daba trabajo (entiéndase por esto ingresos de 150 o 200 dólares) a no menos de 200.000 personas, que vendían, rebuscaban y volvían a vender, eludiendo al fisco y al margen del Estado. Las medidas de Cavallo de principios de diciembre tuvieron el efecto de un terremoto en toda la sociedad. La limitación para sacar dinero de los bancos afectó a las clases medias, hasta ese momento casi ausentes de la protesta social, salvo en casos como el de Aerolíneas Argentinas en mayo, que sacudió profundamente a ese sector. Pero a los más pobres, las medidas restrictivas les rompieron las redes de sobrevivencia que pacientemente habían tejido a lo largo de una década de creciente desocupación. Fue el comienzo del fin. El fin mismo vino precedido por una coincidencia de esas que, en la historia de las luchas sociales, muestran que la mano del destino a veces se compadece de los desheredados. La Consulta Popular del Frenapo se había fijado como objetivo movilizar a la sociedad argentina con preguntas sobre los ingresos y subsidios a los desocupados, lo que se denominó el "salario de ciudadanía", aquel ingreso mínimo que hace de la persona una persona y no un excluido. La Consulta era informal y no tenía carácter vinculante y la llevaron a cabo las organizaciones sociales. Se instalaron unas 17.000 mesas receptoras de votos, donde se esperaba recibir algo más de un millón de adhesiones. Sucedió que días antes comenzaron los saqueos a comercios, todos en provincias, y en ciudades pequeñas como Concordia, Entre Ríos. A lo largo del fin de semana de la Consulta, que se realizó del viernes 14 al lunes 17, los saqueos se fueron generalizando, llegando a producirse alguno en el Gran Buenos Aires. Y la avalancha de votos fue impresionante: tres millones se acercaron a las urnas instaladas en plazas, parques, aceras y locales sociales, hablaron, preguntaron, expresaron su bronca y votaron. Sin el apoyo del Estado ni de ningún partido político, fue un éxito y marcó un camino alternativo al de las viejas luchas sociales. Fue, de alguna forma, un complemento de la lucha piquetera: el que no se atrevía a cortar la ruta, podía depositar un voto simbólico. El lunes 17, se produjo la siguiente escena en Quilmes: más de mil personas convocados por el Movimiento de Trabajadores Desocupados Teresa Rodríguez, formado por habitantes de villas miseria, llegaron hasta una zona en la que hay ocho cuadras de hipermercados, supermercados y grandes comercios de alimentación, ferretería y otros. El despliegue policial fue impresionante e incluyó helicópteros. Pedían alimentos. Ni más ni menos. Finalmente, en un clima de enorme tensión, los superemercados cedieron y les dieron bolsas de comida. Los manifestantes se retiraron sin que se registrara el menor incidente. Al día siguiente, comenzaron los saqueos en la zona y en otros sitios del Gran Buenos Aires. El fin de la soledad La gente desbordó incluso a los piqueteros. Nadie los convocaba, aunque algunos políticos intentaron subirse al carro. La única bandera admitida fue la argentina. Pese al miedo y la represión, los saqueos fueron una fiesta. Al llegar a sus casas, y esto nunca lo refleja la tevé, que se limita al momento más crítico del saqueo, los vecinos intercambian sus productos: el que llevó sólo carne picada, por ejemplo, cambia una parte con otra familia que tiene fruta o verduras, y así en un ejercicio de trueque largamente ensayado en los barrios más pobres. Muchos reparten la comida entre los vecinos. "Se vive una sensación de plenitud, de recuperación de la dignidad", comenta vía telefónica un amigo en Quilmes. La gente perdió el miedo y aprendió que con la protesta se consiguen cosas. Parece evidente que la protesta social ha cambiado de forma sustancial si la comparamos con la de una, dos o tres décadas atrás. El fin de las fábricas, hace renacer al barrio. Como señala el dirigente piquetero Luis D´Elía, de la CTA: "Cuando comenzamos hace más de una década, el problema fundamental de la gente era la vivienda, era conseguir la tierra para construir su casa y ponerse al amparo de las vicisitudes: era la época de la toma de tierras. Ahora es peor, es la falta de trabajo (...) la fábrica está en el barrio". De la organización sindical se pasa a la territorial, de la huelga al piquete, del sindicato a la organización social múltiple. Pero esto trae otros cambios; del sujeto social homogéneo se pasa a los sujetos diversos entrelazados, del varón adulto como principal protagonista del sindicato, pasamos a lo que vimos estos días en tevé: mujeres y jóvenes en primera fila de la protesta. El fin del patriarcado social abre las compuertas de las energías sociales largamente comprimidas. Son ahora familias enteras, con niños en los brazos, las que salen a la calle. Eso, y la masividad, neutralizan la represión. Y en este punto, habría que rendir homenaje a los periodistas argentinos, que sabiéndolo o no, actuaron como muro de contención de la represión, enfocando sus cámaras a los policías y gendarmes, abriendo micrófonos para desbalsar la bronca y la indignación, y multiplicarla. Lo cierto, es que esta es la revancha de los pobres. Cuando el sistema desmaterializa y desterritorializa la producción, levantando las fábricas de los barrios obreros, la gente territorializa la protesta, la vuelve carne re- ocupando el espacio. Es el fin de la soledad. Es la derrota del modelo. Mientras consigan mantener a cada uno separado del vecino, nunca va a pasar nada. Por eso los protestones de Seattle y de Génova decían: "Hablá con tu vecino, es un buen comienzo". En la misma línea Noam Chomsky nos recuerda: "Si se consigue aislar a la gente lo suficiente, no importa en realidad lo que piense". Muchas personas se preguntan, ¿y ahora qué? ¿Dónde nos conduce esto? Se mezclan aquí dos cuestiones. Por un lado, el lógico temor a la revancha de la soldadesca. Por otro, el más racional que se relaciona con los resultados, el éxito o el fracaso o bien si lo que venga será peor de lo que hay. Imposible responder. Sabemos sí, que esto se había tornado insoportable. Y no sólo en Argentina. Lo nuevo es la actitud de la gente, que parte de la comprensión de una verdad incontrastable: el modelo consiste en sacarle a los pobres y a sectores de las clases medias, para enriquecer más a los ricos. Cuando ese proceso, que llamamos acumulación, ya no es posible continuarlo sin resistencias, los economistas nos hablan de crisis. Crisis que requiere, entonces, reforzar el proceso con medios más duros. A eso le llamamos ajuste. El valor demostrado por el pueblo argentino en la durísima jornada de ayer jueves, demuestra que la pregunta sobre el destino final de la protesta no tiene demasiado sentido. Los pueblos responden a la opresión con las armas culturales que han ido incorporando a sus saberes sociales a lo largo de su historia. Y este pueblo argentino ha producido, sólo a lo largo del siglo XX, insurrecciones periódicas: Semana Roja en 1909, Semana Trágica en 1919, insurrección obrera en enero de 1936, 17 de octubre de 1945, los "azos" de los 60 (Cordobazo, Rosariazo, Tucumanazo). Ellas fueron jalonando su historia. Algunos levantamientos clausuraron ciclos y abrieron etapas nuevas en su historia. Otros enterraron a la vieja oligarquía o a la feroz dictadura de Onganía. Pero el mismo día de la insurrección era imposible saber el destino final de la lucha por la dignidad. Todas las crónicas coinciden en que al atardecer del 14 de julio de 1789 París era un caos. Qué sentido hubiera tenido preguntarse: "¿A dónde nos lleva esto? ¿No habremos ido demasiado lejos?". Seguramente la respuesta hubiera sido un encogimiento de hombros, la incredulidad o la duda acerca del buen estado mental del preguntón. Lo más sano en estos casos es rendirnos ante la evidencia: un pueblo, derrochando coraje y dignidad, ha dicho ¡basta! Mañana, o más adelante, quizá sabremos si las campanas no doblaban, también, por nosotros. Por ahora, como millones de argentinos, la renuncia de De la Rúa es un alivio. Digno del más entusiasta festejo.
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