Globalización de la violencia

23/10/2001
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El atentado del 11 de septiembre evidenció el fenómeno de la globalización de la violencia. El arbitrio y el poder tienden a sustituir el derecho en las relaciones entre las personas y los pueblos. El terrorismo de cara oculta no es el único síntoma inquietante. Se suman a él el narcotráfico, el comercio de armas y de órganos humanos, la trata de blancas y la destrucción del medio ambiente. El caldo de cultivo favorable a la globalización de la violencia es la progresiva pérdida de confianza en instituciones de la vida social, como la familia, el Estado y las instituciones religiosas. Sumándose a eso la relativización de la ética en provecho de la dictadura del mercado en la conducción de los procesos sociales. En nombre de la libre competencia, se renuncia al papel regulador del Estado de derecho, incluyendo la ética en el paquete de privatizaciones metafísicas, de manera que se relega a la esfera individual las creencias, valores y principios. En la esfera social, vale la mundialización del mercado como meta fundamental, sin que sean puestos a discusión sus fines sociales y políticos. Así, las fuerzas de mercado pasan a asumir el papel de instancias reguladoras del conjunto de la sociedad. Y el lucro, por su parte, despunta como el mediador de las relaciones sociales. Esa dependencia de lo político, del derecho y de la ética a los intereses económicos privados mina la posibilidad de una convivencia global fundada en principios y valores. El resultado es el crecimiento de la escalada de violencia, legal e ilegal. Si todo es relativo excepto la ambición de lucro, ?entonces por qué perder tiempo con anacronismos morales? En reacción a este pernicioso proceso es que, hoy, muchas empresas buscan asumir su responsabilidad social. Y lo más curioso y paradójico: exactamente en un período en el que el Estado tiende a desentenderse de ella. Uno de los efectos de la mercantilización de las relaciones entre las personas y los pueblos es el abandono, por parte de los Estados nacionales emergentes, de medidas para incrementar el crecimiento e implementar políticas sociales básicas. Al tornarse en mero administrador de intereses corporativos, el Estado pone en riesgo su legitimidad ante sus conciudadanos, sobrecargados de deberes y carentes de derechos. Pone en riesgo también la soberanía, ya que las fuerzas económicas globales no admiten obstáculos a su expansión. La nueva empresa Globocolonizadora no cuenta con el anonimato que cubría al viejo colonialismo, cuando el diálogo entre la corona y sus emisarios era la única versión conocida y aceptada, salvo incómodas interferencias, a favor de los nativos, de un Bartolomé de las Casas o de un padre Vieira. Ahora, el avance de los medios de comunicación impide que los gobiernos logren ocultar sus abusos. Y se hacen evidentes los desaciertos de los gobernantes cuando la lógica de guerra predomina sobre la búsqueda de la paz como hija de la justicia. Si los administradores del mercado global actúan, por ignorancia o mala fe, indiferentes a las particularidades nacionales, no es de extrañar que se tornen inevitables los choques entre los intereses económicos globalizados y los valores étnicos y nacionales, como lo comprueba el actual conflicto entre el Occidente secularizado y el mundo islámico teocrático. La salida más sensata no estaría en la cruzada propuesta por Silvio Berlusconi, primer ministro de Italia, que manifestó repudio a los musulmanes y propuso conquistarlos al modo de vida occidental, igualmente como ocurre con los comunistas... La única salida es la globalización de la solidaridad, propuesta por Juan Pablo II, o, si quisiéramos, la elaboración de una macroética de convivencia mundial, que genere una nueva conciencia global de corresponsabilidad, a fin de adoptar los recursos que impidan la destrucción del planeta y los pueblos. La globalización de la violencia sólo será vencida por la globalización de la justicia, capaz de combatir las causas que producen miseria, tráfico de drogas y terrorismo. Sin principios normativos globalizados, según los cuales cada pueblo sea respetado en sus diferencias y en su dignidad, y por los cuales el sistema económico quede sujeto a los fines políticos y sociales, la caída de las torres del WTC puede ser comparada a la de otra torre, mucho más alta y famosa: la de Babel, a partir de la cual los seres humanos perdieron la capacidad de hablar en el mismo lenguaje de armonía y de amor.
https://www.alainet.org/de/node/105371?language=es
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