La Plaza llena, la cultura, el mensaje presidencial y sus bases de apoyo

El gobierno recuperó la ofensiva con el acto de Plaza de Mayo

11/12/2012
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El domingo 9 quedará en el archivo político como un día clave, cuando Cristina Fernández recuperó la iniciativa callejera. De todos modos, como diría Agustín Tosco, “la lucha continúa”.

 
 Como en toda manifestación política y cultural de masas, la cuestión numérica importa. Y la Fiesta Popular de la Democracia, como el gobierno bautizó al domingo 9-D no escapa a esa requisitoria. Se empieza entonces por la medición.
 
 Según la locutora oficial, Ernestina Pais, hubo 400.000 personas, o sea una de las más concurridas de los últimos años, descontando la extraordinaria del Bicentenario, en mayo de 2010.
 
 Clarín, por razones que no hace falta explicitar, aseguró que el público era muy inferior: 80.000 personas. Según sus intereses políticos y de clase, las multitudes pueden encoger como género barato y las actividades de sus agentes suelen beneficiarse con cálculos hiper generosos. Ese diario, de todos modos, citó a C5N, para el que hubo 200.000 presentes.
 
 La prudencia aconseja tomar de piso el cálculo de ese canal, pero adosarle una cantidad extra, pero real, debido a la circulación del público, que no se quedó estático ni era el mismo, desde las 18 horas cuando arrancó Ignacio Copani, hasta la medianoche cuando cerraba Carlos Vives. La plaza repleta, más las dos diagonales y Avenida de Mayo colmadas a lo largo de varias cuadras, más calles adyacentes, permiten estimar que hubo más de 300.000 argentinos festejando el día de los derechos humanos y la democracia. O sea, más de 10 argentinos por cada uno de los 30.000 militantes desaparecidos por la “dictadura cívico-militar”, como la llamó Cristina Fernández en su discurso (militar-cívica, prefiere denominarla el cronista).
 
 Semejante presencia fue un respaldo político a la democracia y un homenaje a los desaparecidos; una nueva bofetada a la dictadura de 1976 y sus sostenes civiles y empresarios. Entre éstos, los dueños de Clarín y “La Nación”, cuya indagatoria a declarar fue pedida al juez a cargo de la causa del apoderamiento de Papel Prensa, Julián Ercolini. La solicitud fue hecha por el secretario de Derechos Humanos, Martín Fresneda, e incluyó la prohibición de salida del país (LA ARENA, 5/12).
 
 ¿Cómo hizo la multitud para llegar a la Plaza? El diario de Héctor Magnetto se solazó con la supuesta utilización de mil colectivos llegados del conurbano. Dijo que en ellos pudieron haber sido “acarreados” entre 30.000 y 60.000 personas, lo que descolocaría la otra afirmación interesada, de que hubo “sólo” 80.000 asistentes. ¿Solamente 20.000 fueron por sus propios medios? No cierra. Esa tarde-noche hubo premios “Azucena Villaflor” (presidente de Madres, desaparecida en la Iglesia de la Santa Cruz en diciembre de 1977) para varias personalidades, entre ellos el artista León Ferrari, el poeta Juan Gelman, el músico Daniel Barenboim, Susana Trimarco y el fallecido Eduardo Luis Duhalde. Con esas distinciones y la participación de los artistas y del público en las cantidades estimadas, se deduce que el gobierno festejó muy bien el día de los derechos humanos.
 
 Los genocidas, los empresarios cómplices, los medios que tanto alabaron al terrorismo de Estado, los “carapintadas” de aquella Semana Santa y los beneficiarios del Punto Final, la Obediencia Debida y los indultos, ahora condenados, en cambio, lo miraron por TV. O apagaron el tele.
 
 ¿Cuál columna vertebral?
 
 La oposición política y mediática venía muy entusiasmada por las demostraciones callejeras del 8-N y la movida sindical del 20-N, en contra del gobierno. Este parecía haber entrado en una zona de pasividad y pérdida de iniciativas. Y para alegría de aquella gente, la justicia había propinado un duro golpe a la expectativa de la ley de medios, con el fallo de la Sala 1 de la Cámara Civil y Comercial, el jueves 6.
 
 La Plaza de Mayo puso las cosas en su lugar. Mostró que los derechos humanos, la ley de servicios de comunicación audiovisuales, la democracia y el gobierno de Cristina tienen muchos simpatizantes y apoyos.
 
 Sus detractores podrán decir que tal asistencia se debió a las bandas musicales y artistas convocados. Ese es un mérito del gobierno. Algo habrá hecho bien para que lo apoyen, en general, aún con sus críticas o matices, músicos como Charly García y Fito Páez, para nombrar sólo a dos.
 
El problema es de la oposición conservadora, que no tiene apoyos significativos en ese plano. ¿Quiénes la apoya? ¿Ricky Maravilla, Miguel del Sel, Palito Ortega o Ricardo Yorio de Almafuerte? No hay punto de comparación. Mauricio Macri, cuando ganó en Capital Federal, pirateó “Arde la Ciudad”, de La Mancha de Rolando, para que bailaran los jóvenes del PRO. Después tuvo que parar: el cantante de ese grupo, Manuel Quieto, sobrino del dirigente montonero desaparecido Roberto Quieto, le advirtió que entablaría acciones legales.
 
 Hay desproporción en el frente cultural. La cantidad de periodistas, realizadores, actores y actrices, directores, guionistas, productores, etc, que concurrieron al festejo por los derechos humanos no puede ser empardada por la oposición. ¿A quién mostrarían el PRO, los radicales y el peronismo derechoso que aseguran vivir en uno de los peores países del mundo? De la Sota aportaría a La Mole Moli, Macri al mencionado Del Sel y Magnetto a Jorge Lanata, el único con alguna formación e inteligencia como para hacer un poco más de daño. No hay que menospreciar a Susana Giménez y Mirtha Legrand, ya añosas pero eficaces en su rol de una “doña Rosa” más reaccionaria que el personaje de Bernardo Neustadt.
 
 Entre el público, artistas y palco del domingo 9, y los caceroleros de teflón y los sindicalistas de Moyano y demás impresentables, gana ampliamente la multitud de este domingo, pero no sólo porque no movida por el odio, como resaltó la presidencia. Se impone simplemente porque expresa a una causa justa y digna. Los otros, lo sepan o no, defienden intereses de corporaciones. Business. Negocios.
 
 Lo que brilló por su ausencia en la conmemoración fue la presencia de los sindicatos y CGT, la reputada “columna vertebral” del peronismo. Por supuesto que había decenas de miles de trabajadores, pero no encolumnados con sus gremios. En principio ese dato puede ser negativo, porque el gobierno sería más sólido si descansara en ese pilar. Pero si llegaban columnas con Antonio Caló, Gerardo Martínez, Oscar Lescano y Armando Cavalieri, habría sido peor. Fue mejor sin ellos, que también lo miraron por TV.
 
 Discurso e iniciativa
 
 Del mensaje presidencial de 40 minutos, dicho con garbo y ganas, cabe rescatar la crítica a la justicia dependiente de las corporaciones económicas, a la que se reclamó tomara distancia de ese poder. Cristina Fernández urgió a la democratización de los tres poderes, pero puso énfasis en el que habita Tribunales.
 
 Relacionado con este asunto debe leerse su referencia a los poderosos intereses empresariales que pasado el tiempo de las armas propiamente dichas echaron mano a los “fierros mediáticos” y ahora utilizan los “fierros judiciales”. Fue una clara alusión a los manejos de Clarín en detrimento de la ley 26.522 de medios de comunicación y el bochornoso fallo de la Cámara Civil y Comercial prorrogando la medida cautelar a favor de ese monopolio.
 
 ¿De qué democracia estamos hablando?, se preguntó luego de cuestionar esos bloqueos judiciales a leyes democráticamente aprobadas en el Congreso e impulsadas por el Poder Ejecutivo, con ancho respaldo social.
 
 Si hubiera voluntad política para depurar y democratizar a la justicia -“al servicio del pueblo”, pidió la oradora-, este cronista insiste con tomar de punto de partida al modelo de Bolivia. Allí los integrantes de los tribunales supremos (Constitucional, Electoral, Ambiental, etc) se eligen por voto popular, duran seis años en el cargo y no son reelegibles.
 
 Con cierta resignación, CFK dijo que en cuanto a la ley de medios podía aguardar algunas semanas, teniendo en cuenta que las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo “esperaron años justicia para sus hijos”. Esta opinión merece precisiones. Hasta ahora no fueron semanas sino más de tres años. Si hay que aguardar otras semanas, por supuesto que se puede, pero no meses y años. Más aún, no cabría tomar de jalón inicial el 7-D sino todos los años que pasaron desde la “ley” de Videla, Martínez de Hoz y Harguindeguy. La democratización de la palabra ha sido demorada por igual lapso, no menos, que los juicios para la Memoria, la Verdad y la Justicia.
 
 Anteayer, este cronista sostuvo en La Semana Política: “Una cosa es un palco con Charly y Fito, con canciones, palmas y baile. Y otra es que, antes o después de esos artistas, hable la presidenta, haga un discurso político analizando la situación y trazando orientaciones sobre cómo sigue esta pelea antimonopólica”. Así ocurrió, felizmente, retomándose la iniciativa política extraviada o ralentizada.
 
 Hablando de felicidad, la presidenta, vestida de negro, cantó y bailó en el escenario. Se la veía feliz. Una respetuosa sugerencia: basta de vestidos negros. ¿Todas las voces? Entonces todos los colores, como en la vida.
 
 
 
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