La rebelión social en la encrucijada
10/12/2012
- Opinión
“Se requiere de una alternativa antineoliberal concreta, que recoja todo esto que han venido planteando las rebeliones estudiantiles, la de Aysén, la de Magallanes, y hacer un proyecto de carácter social y nacional que proponga una alternativa más allá de lo existente. De lo contrario, seguiremos por el camino de la sociedad neoliberal”, sostiene en esta entrevista el investigador chileno Dr. Juan Carlos Gómez Leyton.
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Dr. Juan Carlos Gómez Leyton, historiador y politólogo chileno
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Santiago de Chile.- Chile es el epicentro de uno de los movimientos sociales más importantes de la segunda década del siglo XXI que, con expresiones juveniles, estudiantiles y ciudadanas, expresa distintas formas de rebeldía frente al orden impuesto por la dictadura militar y el neoliberalismo desde 1973: un orden que, en sus raíces profundas, no fue alterado durante la transición a la democracia representativa. Sin embargo, después de varios años de luchas que trascendieron las fronteras del país, el movimiento que surgió a partir de una importante acumulación de descontentos y de rebeldía social, se enfrenta a importantes desafíos que deberá resolver para definir su futuro.
Para comprender los alcances y limitaciones de este amplio y diverso movimiento en la actual coyuntura política de la “sociedad neoliberal” en que se convirtió Chile, Con Nuestra América conversó con el Dr. Juan Carlos Gómez Leyton, historiador, politólogo y director académico del Doctorado en Procesos Sociales y Políticos en América Latina, de la Universidad ARCIS. El diálogo tuvo lugar en Mendoza, Argentina, y el texto de la entrevista se transcribió en Santiago de Chile, comprobando aquí el clima cultural que el neoliberalismo impregnó en esta su sociedad modelo.
Neoliberalismo, democracia limitada y juventud neoliberal
Dr. Gómez Leyton, ¿qué representa este movimiento social diverso -juvenil, estudiantil y ciudadano- que hemos visto crecer recientemente, en relación con el desarrollo neoliberal chileno de los últimos 40 años?
“La interpretación que yo realizo de las movilizaciones sociales que se han desarrollado en Chile, no solo tiene relación con el movimiento estudiantil que cobró una visibilidad comunicativa muy fuerte, tanto a nivel nacional e internacional, y que causó un impacto fuerte en el sentido de que Chile era la sociedad más ordenada del cono Sur, con una ‘transción ejemplar’ a la democracia durante la década de los noventa.
"La pregunta que tenemos que formularnos es qué implica ese orden, esa situación aparentemente sin los conflictos ni los desordenes que se observaban en otras sociedades latinoamericanas en la década de 1990, y frente a las cuales Chile aparecía o era presentada como una taza de leche, como una sociedad sin sobresaltos.
“La respuesta que tengo frente a esa situación es que nosotros transitamos de un régimen político autoritario a un tipo de democracia protegida, diseñada y elaborada por los autoritarios del régimen del general Augusto Pinochet, y la estructura institucional que se plasmó en la Constitución de 1980 es la de una democracia limitada, que no permite la cabal representación de toda la gente. Se establecieron candados y mecanismos para que no participara la población, en el sentido de que no creaba incentivos para hacerlo”.
¿Cómo se colocaron esos candados a la ciudadanía?
“Por ejemplo, se estableció que el sujeto, el ciudadano, era libre de elegir si quería inscribirse en los registros electorales. Es decir, la primera decisión política de una persona que llegaba a los 18 años era inscribirse o no inscribirse, participar o no participar, voto o no voto, hago un acto de vinculación con los intereses de mi sociedad a partir de la elección de representantes o no. Y la mayoría de los jóvenes, a partir de 1990, empezaron a tomar la decisión de no participar.
“Eso me llevó a reflexionar por qué los jóvenes no se inscribían. Y la respuesta fue que no se trataba de que ellos estuvieran molestos con el régimen democrático, o que les disgustaban los gobiernos de la Concertación, sino que fundamentalmente eran lo que yo llamo jóvenes neoliberales. Se habían acostumbrado a ser individualistas, competitivos entre sí, tenían una lógica de la fama, el éxito y el dinero: tres elementos que conforman la ética neoliberal.
“Los jóvenes buscaban, en una experiencia biográfica corta, la plena realización de todo: ser profesionales exitosos, tener dinero para consumir y participar en el mercado de la diversión, de la vivienda, de los autos, de las tarjetas de crédito, para acceder a una serie de bienes que, en esa visión, les permitirían un buen vivir.
“Entonces, muchos jóvenes tomaron la decisión de no participar; otros, mucho más conscientes, decidieron que no les gustaba la democracia protegida. Sin embargo, este joven desaprensivo era también un joven apolítico. En todos los estudios y entrevistas que realicé, los jóvenes decían que no les interesaba la política, pero carecen de una posición ideológica específica que avale o justifique su no participación.
“Esto era así y fue creciendo hasta estallar. En el año 1997 tuvimos una primera señal con el elevado abstencionismo, quedó demostrado que la gente no votaba y la explicación que dio un sector de la ciencia social fue la siguiente: somos una democracia madura, y en las democracias maduras la gente no vota; somos una democracia al estilo europeo o norteamericano. Otros interpretaron que se trataba de la manifestación de un malestar contra la forma como se había gestado el proceso de modernización neoliberal y la forma en que este proceso no integraba a todos. Asumían que existía un malestar con la modernidad…”
Pero esa tendencia al abstencionismo ha venido en aumento, lo que descartaría la tesis de que se trataba de un simple malestar con la modernización neoliberal…
“Exactamente, esa tendencia al abstencionismo creció a lo largo del tiempo. Como las dos interpretaciones que dio la ciencia social no me eran satisfactorias, empecé a proponer una tercera interpretación, que gira en torno a la idea de la configuración de un sujeto neoliberal, que se va formando a lo largo de los veinte años de gobiernos de la Concertación: es un sujeto que hoy tiene 20 ó 30 años y sigue siendo displicente con la política y no se compromete.
“Las cuatro millones de personas no votantes [abstencionistas] no existieron desde la vuelta de la democracia, sino que ese sector de la población se fue acumulando durante los 13 años que siguieron a 1997. Eso implicó que la política se hiciera mucho más elitista en torno a los partidos que tenían representación, y que contaban con un electorado cerrado –el que estaba inscrito- y que se movía, en cada elección, entre 7,3 millones y 8,2 millones de personas inscritas. Pero había cerca de un millón de electores que no votaban.
“Por lo tanto, los partidos focalizaron sus estrategias, sus discursos, sus programas; ya no le hablaban a los jóvenes, porque no eran votantes. Así, los jóvenes comenzaron a sentir que nadie los tomaba en cuenta, sin embargo, ellos tenían su cuota de responsabilidad. Usaban una frase muy popular en ese tiempo, de un tenista chileno, Marcelo Ríos, que decía: ‘no estoy ni ahí’, es decir, no estaban en nada ni con nadie, solo con ellos mismos. Esta era la máxima expresión del individualismo, del desinterés por lo que le pasa a los otros”.
Esto es lo que Atilio Borón llama el “sentido común” neoliberal, interiorizado plenamente en esos jóvenes…
“Totalmente cierto. Es el neoliberalismo haciéndose parte de una mentalidad. Ya no es solo un modo o patrón de acumulación, sino una forma de vida, un estilo de vivir, y una manera cultural de expresarse y enfrentarse a la sociedad”.
Los medios de comunicación, la cultura y la memoria de 1973
Con una sociedad conformada en buena medida por esos sujetos neoliberales, ¿en qué momento se dan las condiciones que hicieron posible el actual período de movilizaciones en Chile?
“Pasó el año 1997, el 2000 y llegó un año clave en nuestra historia: el 2003. ¿Qué ocurrió entonces? Quizás nada visiblemente significativo, o noticioso, pero se conmemoraron los 30 años del golpe de Estado. A partir de esto, hubo lo que durante la transición a la democracia en España se llamó un ‘destape comunicacional’, y por primera vez los canales de televisión comenzaron a transmitir en horas de alto rating reportajes en profundidad acerca de lo que había ocurrido el 11 de setiembre de 1973 y del porqué de la muerte de Salvador Allende. Incluso los canales competían entre sí por estos temas.
“Algunos medios recuperaron la memoria de los años sesenta, de la Revolución Cubana, de la revolución en libertad de la Democracia Cristiana de Chile en 1964, hasta llegar al gobierno de la Unidad Popular: mostraron las realizaciones concretas y las conflictividades que tuvo este proceso, y destacaron la figura de Salvador Allende.
“A partir de esto, hubo un aprendizaje y un despertar político en un grupo de la sociedad: los jóvenes que tenían entre 12 y 15 años en ese momento, que son los que hoy, 10 años después, llevan adelante las acciones de movilización. Si tú revisas tu biografía personal, hay un momento en que descubres la política y esto nos hace sentir y percibir diferente la realidad. Y tengo la impresión de que setiembre de 2003, gracias a la capacidad de penetración y difusión que tiene la televisión en los hogares, marcó a esta generación”.
¿Podríamos estar en presencia de un efecto no previsto o no pronosticado en la lógica de las relaciones de esa sociedad neoliberal, en términos de la cultura y sus transformaciones?
“Exacto. Tengo la impresión de que los canales de televisión nunca fueron capaces de dimensionar el impacto social y político-cultural que esa vuelta a los hechos de 1973 iba a tener, porque los medios pusieron en evidencia, por ejemplo, por qué había muerto Allende, cuáles eran las coordenadas de la política en esos años, cómo eran los políticos, el compromiso de la juventud.
“Es decir, cuando tú ves a jóvenes de tu misma edad participando y vibrando en el proceso de construcción de la alternativa socialista que se deba en aquel momento, fácilmente aparece la pregunta: ¿y nosotros qué hacemos?
“Algunos canales fueron un poco más lejos y llegaron hasta los años ochenta y noventa, y sus producciones mostraron el compromiso, las luchas y las movilizaciones de una juventud que resistió a la dictadura y se jugó la vida por recuperar la democracia.
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“Mi tesis es que los jóvenes de este siglo XXI hicieron un ejercicio de introspección y empezaron a articular sus propias respuestas, al punto de que tres años después, en el 2006, estalla la revolución pingüina [estudiantes de secundaria]; y en el 2009 la rebelión social de los estudiantes universitarios. Insisto: hay un aprendizaje político y por eso ves en las marchas de los universitarios a un joven que se disfraza de Salvador Allende y es aclamado.
“Sin embargo, junto a este sector de la juventud, existe otro sector también muy importante que sigue siendo neoliberal, profundamente individualista, consumidor, que quiere seguir participando en el mercado y que se plantea la rebeldía del cliente”.
¿En qué consiste esta rebeldía del cliente?
“Las sociedades neoliberales también desarrollan protestas sociales y políticas propias del neoliberalismo, y cuando un grupo de personas se levanta contra el mal funcionamiento del mercado en varios aspectos puntuales, no es que quieran cambiarlo… ¡quieren que el mercado funcione bien! Ese es el mensaje que envían.
“Entonces, cuando una parte de los estudiantes salen a la calle y exigen buena educación, en el fondo, lo que dicen es: yo soy un estudiante que paga y me están dando una pésima educación, ¡mejoren mi educación! Pero no están planteando lo esencial: dejar de pagar lo que el mercado ordena. En este sentido, el movimiento estudiantil es sumamente heterogéneo, y en él convergen desde las rebeldías por la memoria hasta rebeldías de consumidores”.
Pero en cierto sentido sí existe allí, en ese reclamo y en las protestas, una interpelación de la juventud al orden neoliberal, al mercado y al Estado…
¿Educación o mercado?
“Sí hay una interpelación, pero no está orientada a la transformación. Se interpela al mercado y al Estado para que funcionen bien, pero no debe perderse de vista que hay algunos sectores de la juventud a los que no les disgusta vivir en una sociedad neoliberal.
“Muchas veces las ciencias sociales y la gente, en general, quieren escuchar que todos están en contra de algo, y no es así, las sociedades no funcionan de esa manera: algunas sociedades pueden ser muy fuertes para protestar y enojarse, pero eso no quiere decir, necesariamente, que quieran cambiar las cosas, voltear el orden imperante. Reclaman mejoras materiales, pero no pretenden cambiar el sistema.
“El detalle no está en comprender cómo piensa el 20% de la población que está dispuesta a cambiar y transformar la sociedad, sino el 80% que no tiene interés en hacerlo”.
El movimiento social: encrucijada y desafíos
Camila Vallejo afirmó en una entrevista que tuvo amplia difusión, sobre todo en medios alternativos, que el movimiento estudiantil logró tocar el corazón profundo del neoliberalismo en Chile. ¿Tuvo ese alcance la rebelión de los estudiantes?
“Si la movilización hubiese tenido ese alcance, hoy estaríamos asistiendo a una transformación radical de la situación y de la sociedad. Ahora, si Camila quería decir con ese planteamiento que se había tocado la cuestión del lucro en la educación, uno tendría que considerar que en una sociedad neoliberal todo está montando sobre el lucro y la ganancia, que es la lógica del neoliberalismo: maximizar las utilidades y buscar la satisfacción individual. Pero esto no está en transformación.
“En Chile, el próximo gobierno quizás sea de signo distinto al de la derecha actual; podría ser un nuevo gobierno de la Concertación, acaso un poco más reformista de lo que fue antes, pero no va a cambiar la estructura, porque en Chile no hay condiciones para una revolución en tanto transformación radical de los sistemas. Lo que vamos a tener es un reformismo acentuado, pero sin salirse del marco estructural y mucho menos del patrón neoliberal de acumulación”.
Esa es una visión pesimista de la situación en Chile…
“Siempre he sido un poco pesimista…”
¿Y son esos los límites concretos del movimento de rebeldía estudiantil y ciudadana?
“Claro. Esto que describo es para entender cuáles son los límites al mantener una movilización en los marcos del sistema político, del Estado, del mercado y de la sociedad neoliberal. Mi propuesta es que debemos desbordar esos marcos, ir más allá de lo que estamos planteando actualmente como reivindicación.
“La máxima potencia que tenía el movimiento radicaba en la crítica al lucro, en la demanda de educación gratuita y la devolución de los colegios de secundaria al sistema estatal. Esto suponía terminar con la estructura educativa del mercado e implicaba que la sociedad chilena se hiciera cargo del problema de la educación, financiando la formación y preparación de sus generaciones futuras.
“El tema central es que los chilenos y chilenas, la sociedad como un todo, no parecen estar dispuestos a poner un peso para financiar la educación. Si tú les dices que para tener una educación de calidad, pública y gratuita, es necesario establecer un impuesto a la renta de todos, del 2% por ejemplo, eso te lo va a rechazar todo el mundo”.
Sin embargo, Chile tiene una riqueza enorme en el cobre, y por una decisión de la dictadura de Pinochet, buena parte de los ingresos que genera su explotación se destinan al financiamiento de las fuerzas armadas y no al financiamiento de la educación…
“Sí, pero esa decisión entraña un sentido estratégico y geopolítico: Pinochet sabía perfectamente que para que las Fuerzas Armadas tuvieran autonomía y no dependieran del poder civil de turno, debía darles ciertas garantías de financiamiento propio. Por eso estableció la ley que reserva al ejército el 10% del monto de los ingresos de la venta del cobre por parte de la empresa CODELCO.
“Se podría hacer exactamente lo mismo con la educación pública, y dar el 10% de CODELCO para el financiamiento de la educación que pertenece al Estado. ¿Pero qué pasaría con todas esas personas que no logran ingresar a la universidad pública y, por diferentes razones, deben hacerlo en la universidad privada?
“Es algo que casi nunca se dice ni analiza en estas discusiones. Te explico: a manera de ejemplo, supongamos que la Universidad de Chile, que es pública y estatal, tiene por política el ingreso anual de 5000 estudiantes, y para esta población aplica un sistema de selección o prueba: solo los que obtienen los puntajes superiores a 750 ingresan a la universidad. ¿Qué pasa con los que obtienen de 700 a 749? ¡Mala suerte, porque las autoridades de la universidad son las que deciden cuál es el puntaje de ingreso!
“Entonces, esa persona del segundo grupo, que no es para nada un mal estudiante, pero no alcanzó la calificación requerida, aunque sea por un punto, prácticamente es enviado por la universidad pública a estudiar en la universidad privada.
"¿Quién forma y constituye, entonces, el mercado para las universidades privadas? ¡Justamente, las propias políticas educativas y de selección de las universidades públicas! Esa es la clave del modelo neoliberal.
“Cambiar esto significaba decir: desde ahora, la Universidad de Santiago, la Universidad de Chile y sus sedes regionales derivadas, van a tener ingreso universal, no habrá más selección de estudiantes ni limitaciones para su ingreso”.
Y ese tema no fue planteado por el movimiento estudiantil y ciudadano…
“No, porque a una parte del movimiento solo le interesaba solucionar el problema específico del financiamiento de sus estudios, pero no se preocuparon por la situación de los estudiantes de universidades privadas. Aunque la gente salió a las calles en forma masiva, este tema no se propuso públicamente. Y lo cierto es que los estudiantes de las universidades públicas discriminan a los estudiantes de las universidades privadas por considerar que estos pagan por su educación… ¡pero los de las públicas también lo están haciendo!
“Para cambiar la educación de mercado en Chile no basta con pedir que se termine el lucro; hay que exigir lo que actualmente están exigiendo los estudiantes de la Universidad Pedro de Valdivia y la Universidad del Mar: la expropiación por parte del Estado –la estatización- de estas dos universidades.
“Eso sí sería una forma de afectar a un modelo que no quiere universidades públicas y de poner en cuestionamiento al capitalismo académico. No solo hay que pedir el fin del lucro, sino el fin del modelo mismo”.
¿Cómo entender, entonces, que figuras tan representativas del movimiento, como Camila Vallejo, militante comunista, no expresen con mayor fuerza este tipo de reivindicaciones? ¿Será un síntoma de la realidad de unos partidos políticos que tampoco miran más allá del horizonte de la sociedad neoliberal?
“Creo que el problema sustantivo de la Camila es que ella es una líder llevada por una ola, y fue situada en la cresta de esa ola por un movimiento en el que ella no era el referente, porque los estudiantes de la Confech [Confederación de Estudiantes de Chile] se organizaron a través de vocerías públicas, y la Universidad de Chile y la Universidad Católica, las más antiguas del país (creadas en el siglo XIX), constituyeron “grado” de autoridad, y sus representantes aparecían públicamente como los principales voceros. Pero esto no significaba que Camila o Giorgio Jackson fueran los líderes del movimiento.
“Además, tengo la impresión de que la Camila fue ‘explotada’ por los medios de comunicación por su condición de mujer y su belleza, y por eso le dieron un tratamiento especial. Aquí hubo un manejo comunicacional de su imagen por parte de los grandes medios, que la fueron colocando ante la opinión pública, y ella se ha resistido a eso, pero el Partido Comunista entiende que en Camila tiene capital político y un cuadro que le permitiría ganar el día de mañana una diputación.
"El Partido Comunista, como viejo partido institucionalizado, también institucionalizó el movimiento estudiantil, con el objetivo e interés de hacer un pacto con la Concertación para tener, en el futuro cercano, mayor representación parlamentaria”.
En ese sentido, y con miras a las elecciones presidenciales del 2013, ¿cómo podría influir el juego de promesas, ofertas de campaña, prebendas e intereses propios de las democracias representativas, en el futuro del movimiento social chileno?
“Hay dos situaciones que considerar: una es que la asociación coordinadora de los estudiantes secundarios planteó, a través de sus voceros, la tesis de la abstención para las elecciones del 28 de octubre de este año, pero no lo dieron contenido ni sustentación a la propuesta; ¿qué pasó? Se registró la mayor abstención de la historia de Chile, de aproximadamente el 60% de la población. Pero, contrario a lo que podría pensarse, ahí una vez más el sistema neoliberal funcionó, porque lo primero que hizo el gobierno de la derecha de Sebastián Piñera, cuando asumió el poder, fue aprobar la ley del voto voluntario. Es decir, los tipos tienen muy claro cómo es y cómo piensa ese sujeto neoliberal libre de hacer lo que le venga en gana, y como saben que entre menos participe la gente menos problemas van a tener, le ‘conceden’ a los ciudadanos la libertad de decidir si van a votar o no.
“Es cierto que la gente no votó, pero el sistema siguió funcionando porque no se deslegitimó. La ley, en términos teóricos, permite, faculta o prohibe. Entonces, si la ley le dice al ciudadano que puede votar o no votar, y que en cualquiera de los dos casos no le va a pasar nada, ni tampoco al sistema, todo va a seguir funcionando igual. Así, el llamado al abstencionismo, que pudo ser muy importante en términos estratégicos, perdió efectividad política.
“La otra cuestión es lo que tenemos que hacer ahora: si sabemos que la abstención no golpea al sistema político, lo antes posible debemos levantar una fuerza que sea capaz de constituirse en alternativa real tanto a la derecha neoliberal como a la centro derecha neoliberal de la Concertación, ahora en amistad con el Partido Comunista. Se requiere de una alternativa antineoliberal concreta, que recoja todo esto que han venido planteando las rebeliones estudiantiles, la de Aysén, la de Magallanes, y hacer un proyecto de carácter social y nacional que proponga una alternativa más allá de lo existente. De lo contrario, seguiremos por el camino de la sociedad neoliberal”.
En ese escenario, ¿existen las condiciones políticas y los sujetos capaces de avanzar en esa ruta de construcción de una alternativa antineoliberal en Chile?
“Tengo la impresión de que ese proyecto alternativo todavía no está; no se logra elaborar y precisar. Cuando llegan al poder Hugo Chávez, en Venezuela; Evo Morales, en Bolivia; o Rafael Correa, en Ecuador, ya existía ese proyecto, elaborado incluso a lo largo de varios años, y se plasma en las asambleas constituyentes. Pero en Chile este proyecto no existe y en eso consiste el drama de nuestra sociedad.
“En cambio, los actores institucionales de la política chilena ya están posicionados: la derecha tiene a sus dos candidatos compitiendo por las primarias: el exministro de Obras Públicas, Laurence Golborne, y el exministro de Defensa Andrés Allamand, un viejo político de los sectores de Renovación Nacional. Estos dos van a disputarse la candidatura de la derecha y del continuismo.
“Del otro lado, ya está prácticamente decidido que la expresidente Michelle Bachelet sea la candidata de la Concertación, conjuntamente con el apoyo político electoral del Partido Comunista. Uno y otro se necesitan Y vamos a tener otra fuerza, la del Partido Progresista, encabezada por Marco Enríquez-Ominami. Si estas fuerzas recuperan el gobierno llevarán adelante un programa reformista, que quizás corrija algunos aspectos del modelo de mercado, pero que no necesariamente pretenden una transformación.
“Sin embargo, quiero creer que en la historia y la política nada está escrito, y a veces las tendencias pueden ser quebradas por un sector de la sociedad que dice: queremos otra cosa. Ese es el escenario que conviene dejar abierto en Chile ahora”.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
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