Cooperativas de vivienda por ayuda mutua
Cuatro décadas construyendo ciudad
04/12/2012
- Opinión
Mucho más que viviendas, construye ciudad y relaciones humanas amasadas en caldero de la ayuda mutua, la solidaridad y la propiedad colectiva. Una trayectoria singular, jalonada por el viraje cultural y político que llevó a Fucvam a ser la primera gran organización social uruguaya capaz de confiar en que los más pobres pueden ser sujetos.
“El que no andaba bien en el sindicato lo mandaban a la cooperativa”, explica Gustavo González, ex presidente de FUCVAM (Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua), para dar cuenta de las diferencias entre los primeros pasos de las cooperativas de vivienda por ayuda mutua respecto del movimiento sindical, que ocupaba el centro de escenario material y simbólico de los militantes a fines de la década de 1960. “La génesis de Fucvam nada tiene que ver con la del movimiento sindical. En ella aparecen cristianos, batllistas y blancos, socialistas, anarquistas, un sector de los comunistas. El primer presidente pertenecía al Partido Nacional, algo que en el sindicalismo no era viable. Pero hay otras matrices, como la familia y el territorio, que cambian todo”.[1]
La originalidad de FUCVAM en el firmamento de los movimientos populares uruguayos, no sólo ancla en las múltiples confluencias que se registran desde su fundación, sino sobre todo en la capacidad “prefigurativa” de una sociedad otra, en hacer realidad, en territorios propios, un diseño espacial y social distinto al delineado por el mercado y el Estado. Se trata de algo más que vivienda. Hablan de hábitat. Habría que decir ciudad, porque los primeros cooperativistas que llegaron a zonas despobladas, como la actual Cruz de Carrasco, eran “verdaderos colonos”, como apunta González, que expandieron la ciudad llevando servicios a lo que era una amplia zona descampada, “que cuando llegamos nos parecía el Interior”.
Las 18.000 viviendas construidas por la federación en cuatro décadas, habitadas por más de cien mil personas, son apenas el emergente de un proceso organizativo. En total son 553 cooperativas, de las cuales 51 están en el proceso de construcción y otras 209 esperan la concesión de tierras y créditos para comenzar el trabajo.
La bandera de FUCVAM, por ejemplo, nació de un concurso de niños cooperativistas del Interior y fue ganada por Melo[2]. Un ejemplo que muestra a las claras la descentralización organizativa y la capacidad de que un sector social que la izquierda tradicional consideraría como “atrasado” o carente de conciencia (niños y del Interior) quienes tomaron una iniciativa con la que terminó por identificarse el conjunto de la federación.
La dictadura
La dictadura que había cerrado todos los espacios para los sindicatos y los partidos de izquierda, no supo qué hacer con las cooperativas. En un clima hostil, se volvieron refugio de perseguidos e islas de libertad donde se podía hablar con relativa autonomía. El movimiento nacido en los estertores de la democracia, hacia comienzos de la década de 1970, debió realizar su propia travesía del desierto de la que salió fortalecido.
Las cooperativas de vivienda fueron espacios autocontrolados donde mandaban los cooperativistas, establecían las reglas y las hacían cumplir con rigor. La vivienda fue apenas una de las realidades que abordaron. No es casualidad que allí nacieran murgas contestatarias y fueran un reducto del canto popular prohibido por el régimen. No sólo eso. Fueron espacios de experimentación en terrenos como la educación y la salud. “Las policlínicas surgen hacia el final de la dictadura como una respuesta ente la falta de servicios que tenía la gente que no podía atenderse ni en salud pública ni el mutualismo”, recuerda Fernando Zerboni, actual secretario general de la organización.
No sólo realizaban la atención primaria, sino que aconsejaban sobre sexualidad, realizaron cursos de primera auxilios en obra y, lo más notable, eran atendidas por médicos y enfermeras voluntarias. En la cooperativa donde vive Zerboni, en esos años se abrió un supermercado cooperativo que aún funciona y durante la última crisis algunas crearon huertas comunitarias. Casi todas cuentan con guarderías, en las que en ciertos momentos se aplicaron conceptos del pedagogo ruso Antón Makarenko quien educaba a través del trabajo. Además, cuentan con salones comunales, bibliotecas, espacios deportivos y culturales administrados por sus miembros, y abiertos al barrio.
Un patrón de organización que nació estrechamente vinculado al movimiento sindical, pero que mostraba una novedosa capacidad de innovación, como lo demuestra la diversa tipología de viviendas adoptada a lo largo de su historia. Sobre todo en el Interior, la planificación de los espacios se aproximó a lo que era la convivencia pueblerina, con amplios espacios verdes y zonas de interacción vecinal. En Montevideo, por el contrario, las primeras cooperativas replican un modelo en el que predomina el cemento y las líneas rectas.
El viraje de los 90
“Hasta 1989 todas las cooperativas estaban integradas por trabajadores de la economía formal, con empelo fijo. Fucvam estaba hecha leña, porque el gobierno de Sanguinetti no daba nada, no teníamos ni personería y el crecimiento posterior a la dictadura se vino abajo. La gente de las cooperativas se desmoraliza ante ese bloqueo y sólo quedan 7 u 8 cooperativas en formación”, relata González.
El aterrizaje del modelo neoliberal supuso un descalabro para los movimientos sociales. En el caso de las cooperativas agrupadas en Fucvam, la aparición de un amplio sector de trabajadores con empleos informales y, sobre todo, el fuerte crecimiento de quienes ya no pueden aspirar siquiera a un empleo siendo marginados del mercado de trabajo, descoloca a los sindicatos que pasan a una situación defensiva.
En ese escenario, en el invierno 1989 se producen desalojos masivos de decenas de hoteles ocupados en la Ciudad Vieja, en las inmediaciones de Tres Cruces y del Palacio Legislativo. Un grupo de familias desalojadas de una pensión protagonizaron lo que sería el nacimiento de Franja 1[3]: se conforman como cooperativa con apoyo de Fucvam, consiguen un terreno en Bella Italia y lo ocupan instalando viviendas precarias para luego construir las definitivas.
Cuando las familias llegan al terreno, hacia fines de 1989, los vecinos los rechazan al gritos de “Cantegrileros de mierda, váyanse”[4]. Recogieron firmas y se presentaron al parlamento para evitar que los más pobres ocuparan su espacio. La fractura social provocada pro el nuevo modelo se vivía como una honda fractura de conciencia. También en los movimientos.
“Hubo un debate muy fuerte en la federación, incluso en la dirección. Había oposición a integrar “marginales” porque decían que el movimiento se iba a llenar de lúmpenes y que se rebajaría la calidad de la vivienda. Otros argumentamos que el propio movimiento obrero iba hacia la informalidad, que teníamos que organizar a ese sector. Fue un sacudón muy fuerte para la organización”, recuerda González.
La experiencia dio vida a la primera cooperativa de ese tipo, Covitu 78, que comenzó a trabajar de forma diferente a las “tradicionales”. La primera decisión de la cooperativa fue construir el salón comunal: tenía un significado simbólico porque era la representación material de la idea de cooperativa y un refugio sólido y estable en medio de la precariedad. En las cooperativas “tradicionales” el salón se construye al final. Las familias se fueron a vivir al terreno en ranchos improvisados, algo que nunca había hecho Fucvam y para las familias con mujeres solas se creó un Bolsón Solidario para ayudarlas a cumplir las 20 horas semanales de trabajo cooperativo.
En ese período el gobierno de Luis Alberto Lacalle lanzó los Núcleos Básicos Evolutivos[5]. Fucvam respondió con el desafío de recibir el mismo dinero pero con la ayuda mutua construir viviendas dignas. Con esa decisión nació Franja 1, modalidad adoptada por decenas de cooperativas de los más pobres y que ahora son, de algún modo, referencia obligada del Plan Juntos.
Otros cambios fueron llegando de modo casi natural. El movimiento empezó a reciclar viviendas en el Centro para atender a este sector social, y nació la Comisión de Vivienda Alternativa que definió un proyecto de Reforma Urbana planteando por primera vez el problema de la ciudad, del “latifundio urbano”.
El viraje de principios de los 90 es algo poco frecuente en un movimiento consolidado. En todo caso, es una muestra de vitalidad, de capacidad de innovación de sus propias tradiciones e identidades, un recurso que puede ser necesario volver a poner en juego cuando aparecen desafíos inéditos, como los que vive la Fucvam en la era progresista.
[1] Batllistas: miembros del Partido Colorado inspirados en el ex presidente José Batlle y Ordóñez. Blancos: miembros del Partido Nacional.
[2] Capital del departamento de Cerro Largo, frontera noreste con Brasil.
[3] Franja 1: viviendas construidas con pocos recursos, pero dignas, por trabajadores informales o “marginados” en forma cooperativa.
[4] Cantegril: equivalente a villa miseria o favela.
[5] Viviendas de 36 metros cuadrados construidos por el Estado.
- Raúl Zibechi, periodista uruguayo, es docente e investigador en la Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor de varios colectivos sociales.
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