Peña Nieto, las 13 y el pacto

03/12/2012
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La parafernalia del poder puesta en juego para encumbrar en la Presidencia de la República a Enrique Peña, que hizo del primer sábado de diciembre “El día del presidente”, ante la obligada desaparición del mes completo en 1988, no logró ocultar la profunda confrontación política y social que cruza al país.
 
Más de tres décadas de transición a la democracia, acaso la más longeva en la aldea global, fueron insuficientes para que el viejo y el nuevo PRI –“somos una nueva generación política”, dicen y en el gabinete abundan los veteranos–, aprenda nuevas maneras, más republicanas y menos faraónicas para realizar la solemne ceremonia.
 
Si Peña Nieto y sus asesores fueron capaces de negociar con Felipe Calderón –vaya usted a saber a cambio de qué factura a pagar por el país– una entrega de la administración pública federal tersa, para lo cual se reunieron en seis ocasiones, no se entiende la incapacidad mostrada para acordar por la vía del diálogo, una toma de protesta donde el mexiquense de Atlacomulco, grupo incluido, pronunciara su mensaje en San Lázaro a cambio de que él escuchara los posicionamientos de los siete partidos, tres de los cuales serían laudatorios, como resultaron en su ausencia, y el panista condescendiente. Parte de la sesión del Congreso de la Unión que Televisa y Televisión Azteca no transmitió, seguramente en ejercicio de “su libertad de expresión”.
 
¿Qué hubiera perdido en términos de autoridad, respeto e imagen el nuevo presidente? Nada. Y de haberlo hecho, con todo y las razones jurídicas que puedan esgrimirse en contra, hoy el clima político del país sería menos tenso, la percepción sobre Enrique Peña Nieto como nuevo gobernante mucho más favorable y la presunta o real compra de millones de votos estaría en un plano secundario.
 
Hasta el centenar de detenidos, los 105 heridos –de los cuales 29 requirieron hospitalización y uno de ellos continúa muy grave–, las siete horas de disturbios con los injustificables daños materiales a bienes públicos –incluso monumentos– y privados, quizás no los padecería una ciudad que rechaza el vandalismo, y más si es inducido por grupos políticos.
 
Optaron por la parafernalia que no engaña ni a los incautos. O acaso ¿creerá el sobrino de Arturo Montiel y sus hacedores de la imagen que la muy censurada transmisión oficial de la toma de posesión, para radio y televisión, influyó en la percepción del auditorio? Los lugares comunes que leían Adriana Pérez Cañedo y Guillermo Ochoa, o sus frases deshilvanadas cuando improvisaban, recuerdan los tiempos del presidencialismo absolutista.
 
Dejaron escapar una excelente oportunidad para tender mejores puentes, mucho más allá de las dirigencias de los partidos. Los presidentes del Revolucionario, Acción Nacional y de la Revolución Democrática suscribieron ayer un pacto muy importante para la foto y para la imagen presidencial. Cualquiera medianamente enterado sabe que la firma que estampó Jesús Zambrano representa a Nueva Izquierda, su corriente, y no a la diversidad perredista. Y que invitar a los otro cuatro partidos “a sumarse” a lo consumado es de pésimo gusto.
 
Por lo visto el país permanecerá en la confrontación porque los actores políticos centrales y los dueños de México no muestran un interés consistente en pactar en serio los cambios que el país requiere, pues los que deciden no ven más allá de los estrechos, plutocráticos, intereses.
 
La otra vía es la que presentó Peña Nieto con sus 13 acciones de gobierno que, al materializarse, pueden alterar a su favor la correlación de fuerzas y permitirle un espacio político de mayor holgura para el desempeño de su gestión sexenal.
 
Utopía 1191
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