Tiempos de ebullición política y guerra mediática

01/12/2012
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Mendoza, Argentina.- Escucho las quejas como letanías en el vuelo que parte de San José de Costa Rica a la ciudad de Mendoza en Argentina: la crisis tiene de cabeza a la nación, la inflación y el alza en los precios de los productos hace imposible la vida de las personas y  la inseguridad no da tregua, dice un grupo de pasajeros argentinos, con esa confianza que dan las verdades absolutas refrendadas por el último comentario del analista de CNN (al que citan textualmente), y por esa certeza existencial que provee el viaje de shopping a Miami (y que se presume en voz alta, para que no queden dudas). Todo lo malo que pasa en Argentina, insisten los indignados pasajeros, es culpa de lo que hicieron ella y su marido: Cristina Fernández y Néstor Kirchner. 
 
Es esta la voz de una nueva clase acomodada, esos grupos medios y altos que también se fortalecieron en los años de gobierno kirchnerista,  y que no abandonan sus sueños del american way of life, con su debida peregrinación a los EE.UU. Pero, al mismo tiempo, y no por casualidad, es un discurso idéntico al que construyen a diario los grandes grupos de medios de comunicación, desde la televisión y la prensa escrita, en una matriz discursiva que replica -como siguiendo un manual de violencia simbólica- el proceder del poder mediático en otros países de la región, como Venezuela, Bolivia, Ecuador y la misma Honduras durante el gobierno de Manuel Zelaya. 
 
No es para menos: el próximo 7 de diciembre entra en vigencia la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que introduce una reforma profunda en el sistema de propiedad de los medios argentinos, en los mecanismos de asignación y distribución de las frecuencias, en materia de producción y difusión de contenidos, y en general, una reforma que apunta a la democratización de las comunicaciones en el país austral, pero que también es inédita en nuestra América. De ahí su importancia y su valor como una política cultural, en el amplio sentido del término, que en el contexto latinoamericano, constituye un hito de los procesos progresistas y nacional populares de la última década.
 
Incluso un organismo como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, a través de su secretario ejecutivo, Emilio Alvarez Icaza, reconoció que “la ley sirve para la construcción de una mayor normalidad democrática. El tema tiene que ver con el avance en el ejercicio de la profesión de periodista y a la vez con el avance normativo para defender el derecho a comunicar”.
 
Pero en esta guerra sin descanso, no hay  día que pase sin que los analistas y opinadores de los grandes grupos televisivos y periodísticos ataquen a la presidenta, al “modelo económico”, a los aliados del gobierno, a los intelectuales y militantes progresistas, y hasta  se animan a pronosticar el inminente fin del kirchnerismo. Como las aves carroñeras a la espera de su presa, un variadísimo arco de actores y partidos políticos –de izquierda y derecha, en todos sus matices- entran en ese juego de la rapiña política de cara a las elecciones legislativas del próximo año.
 
Algo de esto subyace a los movimientos de protesta y huelga del mes de noviembre, aunque no deben dejarse de lado los límites que alcanza el proyecto kirchnerista y que lo emplazan en esta hora: desde el año 2002 a la fecha, el kirchnerismo ha experimentado momentos de ascenso, de consolidación, de profundización de sus grandes ejes políticos, pero también de un desgaste que los propios militantes reconocen.
 
En ese sentido, el problema económico asociado a los coletazos de la crisis financiera global, al resurgimiento de la cuestión de la deuda externa –acicateado por el affaire de la fragata Libertad y las pretensiones de los fondos buitre de cobrar US$1330 millones antes del 15 de diciembre- y el aumento del índice inflacionario, con afectaciones en el consumo diario de amplios sectores de la población, son puntos negros en un período de casi 10 años de crecimiento económico sostenido y de aplicación exitosa de políticas de redistribución de la riqueza. Paradójicamente, ese modelo impulsado por los Kirchner, y defenestrado sistemáticamente por los medios y la oposición, acaba de ser reconocido por CEPAL como uno de los más exitosos en el combate a la pobreza: en 2004, la pobreza afectaba al 34,9% de los habitantes, y en 2011 ya se había reducido al 5,7% de la población, en lo que representa uno de los mejores desempeños junto al de Brasil.
 
Lo cierto es que nadie permanece indiferente a lo que hace o deja de hacer la presidenta Fernández: sus decisiones, sus intervenciones públicas, sus emplazamientos a militantes y opositores, mantienen una tensión política  permanente en torno al proceso y sus rumbos, que recompone los sistemas de alianzas y, en términos de la ciudadanía, alimenta discusiones y debates que obligan a tomar partido en la actual coyuntura.
 
En este escenario de creciente polarización social, la pregunta sobre el futuro gravita con fuerza en la Argentina de hoy. ¿En el oficialismo, quién tomará el relevo del camino iniciado por Néstor Kirchner y Cristina Fernández? ¿Puede reinventarse un kirchnerismo sin el carisma, la capacidad de conducción política y la lucidez de estos dos líderes? ¿O apostará la presidenta y su movimiento a un fortalecimiento en los próximos meses para jugarse, luego, la carta de la convocatoria a una Asamblea Constituyente y habilitar la posibilidad de una nueva reelección?
 
Sea cual sea el desenlace, queda la sensación de que asistimos aquí a una de las grandes batallas nuestroamericanas de este tiempo de cambios en la región. Al calor de las disputas internas en el verano austral, existe el riesgo de perder de vista los logros incuestionables de la era kirchnerista en todos los ámbitos, así como la importancia estratégica de la Argentina en la nueva arquitectura de la integración latinoamericana y del nuevo mundo multipolar. 
 
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
 
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